“Son tiempos violentos”, suele escucharse de boca de autodenominados especialistas en seguridad para explicar que la violencia está inserta en cada una de las manifestaciones humanas, las atraviesa e invita a replantear viejos paradigmas de cómo enfrentarla.Días atrás la provincia se conmovía por el aberrante femicidio de Horacelia Marasca, de 16 años, a la que mataron a puñaladas y seccionaron en un departamento de la chacra 150.Como suele ocurrir, lamentablemente, en este tipo de crímenes, el trágico desenlace estuvo precedido de una trama de violencia de género. Acaecido el femicidio, no pocos contaron que era común escuchar gritos, discusiones y hasta golpes en el seno de la pareja. ¿Quién rompió con la monotonía del silencio; del tan argentino ‘no te metás’? Nadie. ¿Es posible quebrar el rumbo de la historia de un flagelo que mata en silencio con la sola intervención del Estado? El caso Horacelia es sólo una manifestación de las tantas de ese peligro que camina entre nosotros, que nos atosiga y susurra al oído llamado “violencia”. Hay otras en los estadios de fútbol, en las escuelas, en los hogares, en las calles, en cualquier esquina. Muchas de ellas son resultado de políticas de exclusión del sistema laboral, sanitario y académico. Y si no hay trabajo, acceso a la salud o a la educación podemos hablar entonces de una violencia endémica; agazapada en el resentimiento de amplios sectores vulnerables.La inseguridad no se combate sólo con más policías; más bien con políticas de inclusión para reconstruir, por ejemplo, un pilar clave en el tejido social como la familia. Si no hay familia tampoco habrá dignidad, valores ni principios. De seguir en este camino, entonces es muy probable que hayan otras Horacelia u?otros crímenes impunes como el del remisero Miguel Ángel Rojas, que hoy recuerda este Diario en su sección Policiales.
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