En una tarde gris y lluviosa porteña, hace 47 años, una noticia recorrió todo el país: “Lo mataron a Ringo (Oscar Bonavena), lo mataron de un balazo en el corazón en Reno, Nevada”.
El 22 de mayo de 1976, un disparo del rifle Winchester calibre 30-30 accionado por Willard Ross Brymer, matón a sueldo de un gangster llamado Joe Conforte, el dueño del prostíbulo “Mustang Ranch” de la ciudad de Reno, en el estado de Nevada, Estados Unidos, apagó un corazón de Oscar “Ringo” Bonavena que a partir de allí se alojaría para siempre en la memoria de todo un pueblo.
Mientras eso sucedía, a unos 20.000 kilómetros de distancia, en Sudáfrica, vía cable coaxil, el recordado relator de boxeo Osvaldo Caffarelli relataba por Radio Rivadavia cómo otro grande del ring, Víctor Galíndez, combatía a todo coraje contra Ritchie Kates, defendiendo el título mundial medio pesado AMB.
De pronto se hizo un silencio en medio de la transmisión radial: “Tenemos que informar que Ringo Bonavena murió hoy en Nevada, estamos todos consternados, esperamos que haya más precisiones al respecto”, dijo Caffarelli, con la voz entrecortada por la emoción.
Eran las 6.20 de la mañana en esa parte de Estados Unidos, cuando un disparo traicionero de un matón acertó al pecho de “Ringo” Bonavena, que le provocó la muerte en forma instantánea a los 33 años, “la edad de Cristo” según el decir de su madre, la inolvidable Doña Dominga.
Bonavena era un ídolo con todas las letras, grande de cuerpo, de voz finita, aprendiz de cantor, bueno con los amigos y de noble de corazón. Cuando su estrella se iba apagando se fue a los Estados Unidos, camino a su ocaso boxístico.
Entre sus 67 peleas -con 57 triunfos, nueve reveses y un empate-, quedará en el recuerdo la noche del 7 de diciembre de 1970, en el Madison Square Garden de Nueva York, donde cayó en el 15to. round ante el gran Muhammad Alí, pero llegó a tenerlo a su merced en el décimo, a quien hasta se dio el gusto de llamarlo “gallina” antes del combate.
Las 150 mil personas que despidieron a “Ringo” una semana más tarde de su muerte, poblando las inmediaciones de un Luna Park que jamás se vio tan triste, ratificaron el cariño hacia el hombre que irritó al mismísimo Muhammad Ali y que inmortalizó las “ravioladas” televisadas del domingo junto con su madre, doña Dominga.
La figura de “Ringo” comenzó a crecer el 4 de setiembre de 1965, cuando le arrebató la corona argentina de los pesados al sanjuanino Gregorio “Goyo” Peralta, en una noche inolvidable para la historia del boxeo argentino, en la cual 25.236 espectadores marcaron un récord inigualable de concurrencia hasta ese momento para el legendario Luna Park.
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