Muchas son las leyendas que la magia del Paraná incubó, así como incontables las historias que guarda entre sus orillas y que Marcelo Benítez intenta rescatar en un ambicioso “Museo de Remos Perdidos”, que poco a poco va tomando forma en San Ignacio, por ahora, en un espacio que acondicionó momentáneamente para resguardar todos estos objetos que las aguas le acercan en sus salidas, aguas arriba o abajo.Alrededor de un centenar de piezas lleva recolectadas Benítez, quien contó a PRIMERA EDICIÓN que este proyecto nació a partir de devoción por el canotaje, que lo movilizó durante años, unas tres veces por semana, prácticamente sin importar las condiciones del cauce, a zarpar con su kayak desde el Club de Pesca y Náutica de este municipio, ya sea río abajo o arriba, y recorrer un promedio de quince kilómetros, para disfrutar un buen mate en algún rincón de la costa y regresar, ya con el espíritu recargado; hasta que el primer remo llegó a sus manos, luego de divisarlo entre los sedimentos que arrastran las aguas y su búsqueda se tornó ambiciosa.Este “Primogénito de los remos perdidos” evidenciaba llevar a la deriva muchísimo tiempo, por la descomposición de la madera, y los secretos que podía llevar con él atrajeron al remador, que lo ató a la popa de su kayak y regresó. Sin embargo, según contó, no fue hasta poco tiempo después, cuando en otra de las acostumbradas remadas, esta vez en una piragua y en compañía de Juan, uno de sus tres hijos, en la zona de los paredones del Parque Provincial Teyú Cuaré, vio una canoa de madera que la corriente había arrastrado y yacía boca abajo entre las ramas de un árbol que, adherido a las paredes rocosas resistía y allí, también un remo parecía aguardar por él.Hasta este entonces todos los hallazgos fueron fortuitos y faltaba aún un afortunado encuentro más para que Benítez deje de pensarlos como simples casualidades. Este se dio remado río abajo, en la desembocadura del camping “La Boca”, donde sobre la arena halló la tercera pala y, “a partir de este momento, luego de reflexionar sobre los hallazgos, todas las salidas que en un principio tenían como único objetivo ‘remar’, se convirtieron en búsquedas intensivas”, comentó Benítez. Casi una obsesión“Este cambio se produjo por la suposición de que el río podía haber dejado a lo largo de mucho tiempo innumerables remos en cualquier parte de sus costas, por lo que cada salida se convertiría en un verdadero rastrillaje, que implica remar lo más cerca posible de la orilla repleta de troncos, ramas, piedras y pajonales llenos de objetos arrastrados por la corriente y las periódicas crecidas”, confió.Y entonces, casi como una obsesión, se abocó a recuperar estos “tesoros”, paro otros, simples trozos de madera. Ya no importaba si llovía, si el río estaba picado o el oleaje hacía aún más difícil remar, las salidas se tornaron sistemáticas, escudriñando palmo a palmo, deteniéndose en cada remanso porque en cada minuto que pasaba el río podría haber depositado un remo en el lugar que ya había rastrillado.Así, entre 2015 y lo poco que lleva transcurrido 2017, este remador cuenta en su haber un promedio de entre 1.100 y 1.200 kilómetros recorridos en búsqueda, que lo condujeron a atesorar alrededor de cien remos, que ansía mostrar en un museo, que completará con relatos (escritos, grabados y fotográficos) de remadores y pescadores de la zona.“Pretendo un lugar donde construir la historia del río, hay mucha historia que no está escrita, que no tiene información y desde este museo ir recabando datos paulatinamente, hablando con pescadores, con quienes se dedican a construir las canoas, los remos, vincularme, y que quienes gustan del tema”, subrayó.E hizo hincapié en que “primero juntaba remos enteros, pero la pasión me llevó a anexar todos los pedacitos, les paso una cepilladora manual, a algunos lija; la mayoría evidencia mucho tiempo de perdidos y son una reseña, la madera, quiénes los confeccionan, qué tipos hay, existe mucho material de información en ellos como para ir desarrollando”.Por ejemplo, “hay muchas formas y tienen un porqué, por ejemplo, un remo con paleta fina, hace que el remador no emplee tanta fuerza, uno con paleta gigante lleva a pensar que quien lo empleaba era una persona muy alta y fuerte; los largos también tienen que ver con el tipo de embarcación; hay remos hechos con motosierra, confeccionados en lugares selváticos y las maderas hablan mucho también, hay de cedro, de eucalipto”, detalló.Marcelo Benítez invitó a quienes deseen compartir información o conocer el trabajo que lleva adelante a comunicarse con él a través de un Whatsapp al (0376) 154641199.Fotos: Gentileza G.Spaciuk
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