En una pequeña granja de Colonia Macaca, en el corazón rural de San Pedro, Verónica encontró su lugar en el mundo.
Hace cuatro años llegó a este rincón de Misiones con su familia, luego de haber vivido en otra zona cercana. El cambio fue geográfico, pero no de espíritu: siempre estuvo unida a la tierra.
El campo no solo es su hogar, también es el espacio donde forja día a día su proyecto de vida.
Junto a su esposo Héctor e hijos Luan y Joaquín, decidió apostar a una producción sencilla, noble y con alta demanda: los pollos camperos.
“Empezamos porque es algo que se puede hacer cerca de casa, sin demasiadas complicaciones, y que se vende bien tanto a los vecinos como a los comercios”, cuenta con una mezcla de orgullo y humildad.
En cada pollo que vende, hay horas de dedicación, silencios cargados de atención y mañanas frías que comienzan con esperanza. Su historia, como la de tantas mujeres rurales, es una celebración de la vida sencilla, del arraigo y del amor por lo que se hace.
El número de aves varía con el tiempo; esta semana, por ejemplo, cría 75 y está por recibir 100 nuevos pollitos. La actividad, según ella, es más tranquila que otras tareas del agro, pero no menos importante.
Antes de dedicarse a los pollos, su vida estaba marcada por el tabaco. Ayudaba a su pareja desde la siembra hasta la cosecha, sin descanso. La experiencia en ese rubro le dio herramientas y constancia, pero también la motivó a buscar otra alternativa, menos exigente físicamente y más compatible con la vida familiar.
Su rutina diaria en la granja es sencilla, pero no por eso menos valiosa. El manejo de las aves requiere atención y cuidados, aunque no demanda jornadas extensas. La alimentación que les proporciona es a base de balanceado, adaptado a las necesidades del crecimiento de los pollos.
No cuentan con un espacio exclusivo para la crianza, lo cual implica un esfuerzo adicional de organización y limpieza, que asumen con compromiso. Cada animal está listo para la venta aproximadamente a los 45 días de nacido.
Verónica comercializa por kilo o por unidad, según la preferencia de sus clientes. Un pollo de dos kilos cuesta alrededor de 9.000 pesos, y su clientela se concentra principalmente en la propia colonia y en un comercio cercano que confía en la calidad de su producto. De todas las tareas que implica esta actividad, lo que más le cuesta es la faena.
A pesar de ello, no cambiaría su vida por nada. Para Verónica, vivir en el campo es una bendición. “Amo estar aquí, criar mis animales, producir mi comida y disfrutar de la tranquilidad”, confiesa. Habla con emoción cuando describe el placer de sembrar, cuidar y ver crecer sus plantas.
En su terreno también cultiva maíz, porotos, zapallo, verduras de todo tipo y girasoles, sus flores preferidas. Tiene patos, gallinas, una coneja, y sobre todo, la certeza de que está exactamente donde desea estar.
El trabajo lo comparten entre los dos adultos del hogar. Su esposo está a su lado en cada paso, y hasta su hijo de ocho años ayuda con las tareas del día a día. Esa participación familiar le da sentido a todo.
Para Verónica, la granja no es solo una fuente de ingresos: es el lugar donde se transmiten valores, se cultiva la paciencia y se celebra el esfuerzo.