Los recientes cambios en el programa nacional REPROCANN (Registro del Programa de Cannabis) impactan en la posibilidad de seguir garantizando el “fácil” pero legal acceso al cannabis medicinal. Distintas organizaciones y cultivadores se ven obligados a reorganizarse con las nuevas disposiciones propuestas por el Gobierno nacional.
PRIMERA EDICIÓN dialogó con Helga Knoll quien es madre, actualmente cultivadora solidaria habilitada, y forma parte del colectivo Misiones Cultiva, una organización que desde hace años acompaña a familias, pacientes y personas interesadas en el uso del cannabis con fines medicinales. Lo hace desde la práctica concreta, compartiendo saberes y acompañando procesos de autocultivo.
Sobre los recientes cambios expuso: “Yo estaba autorizada como cultivadora solidaria. Se me venció el mío particular y lo que hicieron directamente fue no renovármelo. Había hecho la solicitud para poder cultivar para Sofía, pero me lo anularon”, explicó. “Me dejaron como cultivadora solidaria, pero solo para una persona que no es mi hija. Ni siquiera estoy autorizada para cultivar para Sofía”. Helga es mamá de sofía, quien tiene epilepsia refractaria, y durante el diálogo también contó como es su tratamiento hace ya cinco años.
La Resolución 1780/2025 del Ministerio de Salud de Argentina, publicada en el Boletín Oficial, introduce modificaciones al Registro del Programa de Cannabis (REPROCANN) para regular el uso medicinal de la planta de cannabis y sus derivados, especialmente para la figura del “cultivador solidario”, donde, según deja constancia en el propio texto “se ha advertido en la práctica el uso indebido y abusivo de las herramientas que dispone la normativa (…) por personas que utilizan el permiso en ese carácter otorgado con fines de comercialización”.
Desde hace más de diez años, Helga elabora en su casa el aceite medicinal que utiliza para tratar a su hija y ayudar a familiares. Lo hace con sus propias flores, en un proceso completamente artesanal, que aprendió de otras madres y cultivadoras, a fuerza de prueba y error. “Yo hago el aceite en casa, con una panchera, como me enseñaron hace ya diez años. Uso flores con alto contenido de THC, full spectrum, porque eso es lo que le hace bien a Sofía. No separo cannabinoides, uso toda la planta. Y eso le sirve no solo para las convulsiones, sino para su disfasia, su comprensión, el habla y hasta el carácter”.
Según relata, el cambio en la calidad de vida de su hija fue rotundo. “Sofía hace cinco años que no convulsiona”. Asiste a la escuela especial, se está alfabetizando y lleva una vida estable, con avances que incluso contradicen el pronóstico inicial de sus médicos.
“Los neurólogos me decían que no iba a poder aprender a leer. Hoy, con el cannabis, lo está logrando. No toma ningún anticonvulsivo, no tiene problemas hepáticos ni renales. Vive una vida normal dentro de su condición. Y eso, para mí, no es menor. Es el resultado del autocultivo y del conocimiento compartido”.
Un modelo comunitario en peligro
Misiones Cultiva trabaja desde una perspectiva comunitaria, enseñando a otras personas a cultivar y producir su propio aceite. “Nosotros no entregamos aceites ni plantas. Enseñamos a autosustentarse”, dice Helga. Esa independencia, sin embargo, está siendo amenazada por las nuevas restricciones y trabas administrativas.
“Lo que buscamos siempre es el autocultivo. Que cada mamá, papá o cuidador sepa cómo funciona el cannabis en el cuerpo de la persona que cuida. Y eso no se aprende en un laboratorio, se aprende en la casa, en el día a día”.
A diferencia de asociaciones formalmente reconocidas, Misiones Cultiva no tiene personería jurídica ni respaldo institucional para figurar en los registros del INASE o acceder a licencias de producción. Eso deja a sus integrantes -y a quienes dependen de ellas- en un limbo legal.
“Está todo complicado. A nivel nacional hay muchas trabas. El sistema no funciona. Y se cayó el trabajo de muchísima gente que venía investigando, criando cepas, haciendo todo a pulmón desde hace años”.
Un límite que no entiende de leyes
La situación actual coloca a Helga en una paradoja dolorosa: está autorizada a cultivar para una persona que no es su hija, pero no para Sofía. Y eso le impide planificar con tranquilidad su producción y elaboración del aceite. “Tengo nueve plantas autorizadas. Espero que me alcance para esa persona, para Sofía y también para mi familia. Porque al final uno termina ayudando a todo el mundo: la mamá, el papá, el abuelo, el vecino que te pide una hojita para el alcohol. Es así”.
En la cotidianeidad de su hogar, Helga trabaja con cepas específicas que fue seleccionando con el tiempo, atendiendo cómo cada variedad impacta en el cuerpo y la mente de su hija. También experimenta con los terpenos, componentes aromáticos de la planta que -según explica- ayudan a moderar el carácter de Sofía y evitar ciertos episodios motores involuntarios.
“Eso lo descubrimos cultivando nosotras. Charlando con otras mamás. Probando. Y así fui entendiendo qué cepa le hace bien. Y me quedé con esa. Hoy Sofía no convulsiona. Y eso, para mí, vale más que cualquier papel”.
Saberes compartidos
Durante los primeros años del recorrido con el cannabis medicinal, Helga Knoll y muchas otras madres caminaron prácticamente solas. Sin avales oficiales, sin manuales ni protocolos, y con una fuerte resistencia del sistema de salud, la mayoría de los tratamientos comenzaron por fuera del consultorio. Fue en las redes de solidaridad entre madres y cultivadores donde apareció el verdadero acompañamiento.
“Ninguna de las mamás que comenzamos hace 10 años con esto tuvimos acompañamiento médico. El único que se acercó fue el doctor Marcelo Morante, que venía con su experiencia personal y desde ahí empezó a investigar. Pero acá, en Misiones, a nivel provincial, nunca tuvimos un médico que nos acompañara. Aprendimos entre nosotras”.
A la par de otras agrupaciones del país, Misiones Cultiva fue armando un sistema propio de cuidados y aprendizaje. Intercambiaban semillas, experiencias y errores. Las cultivadoras y las madres se enseñaban mutuamente: cómo plantar, cuándo cosechar, cómo extraer el aceite y qué variedades usar según la patología.
“Nos ayudaban los cultivadores, porque al principio no sabíamos nada. No es difícil, pero tiene sus cosas. Cuándo cortar, cómo secar, qué pasa si te adelantás o te atrasás. Todo eso lo aprendimos así, en red”.
Esa red fue clave también cuando el cultivo falla. A Helga le pasó este año: perdió todas sus plantas por hongos y tuvo que recurrir a otras madres para conseguir flores.
“Ahí es donde se activa la cadena de favores. Llamás a otra mamá y le decís: ‘Me quedé sin plantas, ¿tenés flores?’ Y te da. Así como una da cuando puede. Esa es la lógica que nos sostiene. Porque no dependemos de una farmacia ni de un aceite industrial. Dependemos de nuestras plantas y de la comunidad”.
De los prejuicios médicos a una apertura incipiente
El proceso no fue fácil. Durante años, el cannabis fue visto con sospecha por buena parte del sistema médico. Helga cuenta que incluso la acusaron de usar a su hija “como conejillo de Indias”.
“Pero eso es lo que hacen también los médicos: prueban un medicamento, después otro, aumentan dosis… Y así es como nuestros hijos terminan con problemas hepáticos, renales, estomacales. El cannabis fue lo que cambió la vida de Sofía, y eso no lo puede negar nadie”.
Con el tiempo, algunas puertas comenzaron a abrirse. Hoy, Helga celebra la incorporación de médicas comprometidas, como Noelia, que forma parte de la Mesa Interinstitucional de Cannabis en Misiones. “Con ella trabajamos en conjunto. Ella me consulta, yo la consulto. Está formándose, está abierta. Y eso es clave. Porque esto todavía se está investigando. Nada está totalmente dicho. Cada cuerpo reacciona distinto al cannabis, y por eso el acompañamiento médico debería ser la norma, no la excepción”.
Cultivar, cuidar, compartir
El día a día de Helga se reparte entre su casa, su jardín de cultivo y su familia. Tiene un espacio delimitado para las plantas, germina semillas pensando en la próxima cosecha y calcula el tiempo de producción para no quedarse sin materia prima. Todo ese trabajo lo hace sin descuidar su rol como comerciante, trabajando junto a su pareja en un restaurante de Puerto Rico.
“En casa todos nos ocupamos de las plantas. Ya es parte de nuestra rutina familiar. Pero también sabés que dependés del clima, de la suerte, de que no se enfermen. Y si se pierde la cosecha, como me pasó este año, volvés a apoyarte en la red”.
El enfoque familiar, dice Helga, es esencial. Sobre todo cuando se trata de niñeces o personas con patologías complejas.“No es que yo vaya en contra de la industria. Pero hay cosas que no se resuelven con una fórmula estandarizada. Hay que estar. Probar, observar, ajustar. Y eso solo lo puede hacer alguien que esté cerca. Por eso insisto en que la familia tiene que involucrarse. No podés tercerizar todo en un frasquito”.
“Todo eso es gracias al cannabis. A nuestras plantas. A la información que nos pasamos entre madres. A que no nos rendimos. Por eso, cuando me preguntan si tengo respaldo, les digo: sí, tengo la experiencia, la constancia y la salud de mi hija como respaldo”.