Alberto Fabián Cardozo (53) viajó a Ucrania para participar en la guerra como soldado voluntario con el conocimiento y la aprobación por parte de unos pocos de su entorno, y regresó con el mismo “perfil bajo”. Aseguró que lo hizo solamente por su convicción. “No fue por una medalla ni por dinero, sino porque creo en la causa justa de Ucrania y por lo que está luchando su pueblo. Eso fue lo que me motivó”, reveló a poco de regresar a Jardín América, donde reside actualmente este exmilitar, nacido en la Capital Federal.
Su aparición en el último banco de la iglesia católica de rito bizantino “Espíritu Santo”, de Jardín América, vestido con el uniforme del ejército ucraniano y una vistosa bandera celeste y amarilla, llamó la atención de los fieles que aguardaban el inicio de la santa misa. En ese momento se anoticiaron de su participación en el conflicto bélico y salió a la luz la heroica historia de la que PRIMERA EDICIÓN se hizo eco y comparte con sus lectores. “No tengo familia, ni parentesco, ni ascendencia ucraniana, pero como todo aquel que abraza una fuerza, estaba al tanto de la situación desde 2014 cuando se produjo la anexión de Crimea a la Federación Rusa. En 2022, cuando comenzó la invasión a gran escala, seguía las noticias, hasta que el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, convocó a los extranjeros que quisieran colaborar. Después de pensar y analizar a lo largo de un año -no es una decisión que tomé de un día para otro-, dejé todo para viajar a la guerra como voluntario”, explicó.
Si bien su travesía comenzó en enero de 2025, su preparación data de mediados de 2024, cuando comenzó con los trámites que lo llevaron a concretar la meta. Recabó información a través de las redes sociales y se contactó con personas del país europeo que le guiaron en los pasos a seguir. “Saqué el pasaporte, comencé a juntar dinero, a ahorrar, a vender efectos personales, para reunir el monto destinado al pasaje, hasta que pude comprarlo. A pocos días de viajar, me llegó la Carta de Invitación que es la puerta para ingresar a Ucrania –ahora no hay turismo, por lo que no se puede entrar si no es con algo específico-”, agregó.
Pocos sabían sobre el proceso, “porque lo mantuve para mí el mayor tiempo que pude, pero lo tuve que hacer público porque tuve que dejar el trabajo. Una persona me dijo: ‘Sabía que estabas loco, pero no para tanto’. No compartían mi decisión, pero la respetaban. Les aseguré que regresaría. Sin estar de acuerdo, me daban su apoyo. Desde allá me comunicaba, avisaba cuando salía a una misión y cuando regresaba. A pesar que ya pasó un mes del regreso, mi cuerpo está acá y me mente y mi corazón allá. Tengo deseos de volver. Lo estoy evaluando”, reflexionó Cardozo, quien admitió que en más de una ocasión se despierta sobresaltado y que el hecho de hablar de Ucrania “me sensibiliza”.
Nació un vínculo
En la etapa previa al viaje entrenaba de 4 a 6, haciendo marchas de ocho kilómetros, con 16 kilogramos encima, “porque tenía una idea de lo que me iba a esperar allá. Después de trabajar, salía a correr diez kilómetros para tener estado físico. Un día Juan José me vio entrenando y, como llevaba la bandera ucraniana, me preguntó que hacía. Le expliqué que era un soldado voluntario que se estaba preparando para ir a la guerra, y así nació la conexión con la Colectividad Ucraniana de Jardín América”. Al regresar, “me volví a encontrar con el joven que me invitó al ensayo del Ballet Vinochok, en el Club Ucraniano. Pude ir a la misa, porque había prometido que, si salía vivo, debía hacer determinadas cosas, y una de ellas era esa. Y lo que uno promete, cuando cumplen. Hay que devolver”.
Meses que se volvieron eternos
Después de tres días de viaje, llegó a destino. Ingresó por Polonia, primero a Kiev y luego a Sumy, donde se presentó en la Brigada Mecanizada 47 “Magura”, integrada por latinos (colombianos, uruguayos, brasileros, chilenos, mexicanos, ecuatorianos, y otros dos argentinos) y ucranianos. “Llegué en pleno invierno, con mucho frío. Era cerca de las 16 pero se hizo completamente de noche por lo que no pude ver mucho, con el paso del tiempo observé un poco más el entorno. Hasta Kiev, no se notaba el paso de la guerra, sí muchos camiones y uniformados en la calle, pero a medida que me acercaba a la frontera con Rusia, había edificios destruidos, con mucha más presencia militar, de equipos militares (tanques, armamento antiaéreo) y más cerca del límite la destrucción era mayor. A pesar del panorama, no me dieron ganas de retroceder. Mi convicción era una. Creo en la causa justa de Ucrania y por lo que está luchando”, dijo Cardozo, quien estuvo en el frente de batalla “donde nunca antes había estado. Si bien uno se prepara como soldado, pero la guerra no es algo para lo que uno esté preparado. En lo físico, en lo mental y en lo espiritual, es duro”.
Fue desplegado en la zona de Kursk, donde entró en varios combates y fue herido en el brazo izquierdo durante su última salida a misión. Como de la camada que entró en enero “íbamos quedando pocos, decidí poner un paño frío y volver a casa después de tres meses que fueron eternos”. Mientras regresaba “me sumergí en un torbellino de sensaciones. Extrañaba Misiones pero quería seguir estando allá. Desde que salí de Ucrania, a lo largo de todo el viaje, que lo hice de uniforme, en todas partes la gente que me veía, identificaba la bandera, se acercaba, me agradecía por lo que estaba haciendo”.
Una de las salidas
Entre tantas anécdotas que, inevitablemente concluían en lágrimas, quien se desempeñaba como tirador, operador de radio y explosivista de la patrulla, contó como transcurrió la misión en la que resultó herido. Debían despejar un búnker, en cuyo frente había un tanque y una trinchera, que era por donde ingresaban los rusos a la zona. “Éramos seis. Ingresamos en un blindado (americano Bradley), nos recibe fuego de artillería y drones kamikaze, que impactaban en el vehículo. Llegamos y nos ocultamos en un búnker. Un guía de origen ucraniano nos iba a llevar hasta un punto cercano al objetivo, donde teníamos que dejar parte del equipo y hacer el asalto. Cuando se calmó el fuego de artillería y los drones ya no nos hostigaban, salimos del búnker para iniciar la marcha de aproximación –en horario nocturno-, nos desplegamos y empiezo a sentir el sonido de un dron, por lo que doy la voz de alarma”, narró.
Cardozo sentía que estaba sobre su cabeza. Aunque no podía verlo, escuchaba el zumbido. “Llevaba puesta mi mochila, un lanzacohetes AT4 y el fusil, giro para avisar a mi compañero que prenda el inhibidor y siento la explosión a dos metros. Caí al suelo y si bien no perdí el conocimiento, quedé aturdido, sordo, ciego, no sentía las piernas. Atiné a tomar el fusil para repeler un ataque y avisar al resto que se vaya y que estaba herido. Sabía que después de esa explosión vendría otra, que era la que me iba a rematar”.
No sabía si había algún otro herido o muerto. “Mi desesperación era que se fueran, que yo los cubría. No escuché la segunda explosión, pero alguien a lo lejos repetía ¡al búnker! ¡al búnker!, giré, me arrastré, hasta que pude incorporarme. Seguía la voz porque no veía. Logré meterme al búnker donde estaba el resto de la patrulla. Avisé que estaba herido y sentía que del brazo izquierdo me brotaba la sangre a mares. Ayudaron a sacarme el equipo (mochila, chaleco antibalas), comienzo a seguir el hilo de sangre hasta que encuentro la perforación, cuando la siento, introduzco dos dedos y medio para tratar de detener el sangrado. Un compañero hace los primeros auxilios, avisa por radio a la base que nos habían atacado y que había un herido. Solicitan que se reorganice la patrulla y que continuara sin mí. Siguieron con la misión y yo me quedé con el guía ucraniano hasta que llegamos a una trinchera donde permanecí escondido hasta que me lograron evacuar del campo”, añadió, sin poder evitar quebrarse una y otra vez.
Permaneció con tres ucranianos que no hablaban inglés ni español por lo que se entendían mediante lengua de señas. “Me cuidaron. Recibimos un ataque de infantería rusa, nos equipamos para defendernos y dije: ‘No voy a morir en un pozo como una rata, si muero será peleando’. Salimos un poco afuera de la trinchera como para repeler el ataque, que fue como para probar qué había. Aunque con mi brazo no podía hacer mucho, tampoco me iba a entregar. Como no era un fuego muy nutrido, hice señas que no dispararan, para no delatar nuestra posición. Y el enemigo pasó de largo”.
Por radio llegó la orden de evacuación. Uno de los ucranianos acompañó a Cardozo. “Tuvimos que cruzar un campo abierto donde nos acechaban los drones rusos. Como llevábamos un inhibidor, caían a pocos metros. Llegamos al punto indicado y llegó un vehículo sin luces. Hicimos señas, pero pasó de largo. Escucho que recibe impactos de un dron kamikaze y un ruido a latas. Pensé que lo destruyeron y tendría que quedarme. Volvimos a escondernos, pero el camión blindado regresó y me sacó del campo. Cuando se abrió la rampa, tiré mi mochila, mi fusil, me abracé con el ucraniano y le di las gracias. Cuando estaba adentro, donde me sentía seguro, se asoma diciendo ¡amigo! ¡amigo! y me lanza el inhibidor cuando tenía que volver caminando solo por unos 500 metros a campo abierto. Ese era su salvavidas. Esa fue la última vez que lo vi y ya no supe más nada”, manifestó quien en esos días atravesó un campo minado sin saberlo, sufrió quemaduras de segundo grado en pies y manos a causa del frío, y estuvo sin ingerir agua y comida durante siete días, entre otras tantas experiencias que serán difíciles de olvidar.
“Mi cabeza sigue allá”
Cardozo aseguró que después de la guerra, es duro seguir. “Hace un mes que volví pero para mí, todos los días son una batalla porque mi cabeza todavía sigue allá. Tengo contacto con los compañeros que quedaron vivos y con otros, de camadas posteriores a la mía, que todavía siguen en Ucrania. Debo afrontar esta nueva etapa, que se me hace difícil, porque me cuesta superar algunos miedos. Mi sueño es que termine la guerra lo antes posible y que Rusia se retire de los terrenos ocupados. Es mi sueño, pero va a ser difícil. El pueblo ucraniano no va a ceder, seguirá hasta el último hombre. El ucraniano común, al que uno se cruza en la calle, tomará como traición si por poner un alto a la guerra, ceden el territorio ocupado”.