Por Pablo Daniel Seró
Pastor
Los refranes populares encierran mensajes que muchas veces vinculan lo cotidiano con las expresiones de fe. Lo mismo ocurre con las costumbres que muchos de nosotros, de niños, respetábamos. Un ejemplo de ello es mojar el pan en el plato, vinculado a una mala educación, sin saber que esto devino de asociar esa acción con la de Judas al traicionar a Jesús, justamente cumpliendo lo que Jesús había dicho… que el que lo traicionaría mojaría su pan en el plato con Él.
Hay muchos ejemplos más que se constituyeron en un verdadero andamiaje popular de la fe, una suerte de patrimonio nacional muy amplio y de varios matices.
Como expresé muchas veces en las columnas de Palabras de Vida, el objetivo no es hablar de religión levantando una bandera a defender, sino que, por el contrario, la idea es contribuir y arrojar luz a través de compartir “verdades bíblicas” que son accesibles para todos, trayendo un respaldo mayor por tratarse de la palabra de Dios.
El terreno de las promesas es muy especial y creo que hubo varias generaciones que fueron más comprometidas. Antes la palabra empeñada era de más valor que un papel firmado, representaba una promesa y se constituía en una obligación. Con el tiempo se fue diluyendo esa sana costumbre y finalmente la frase del título de esta columna creo que refleja esa realidad.
Estimado lector, básicamente hay un contraste entre promesa y confianza. En la Biblia, que es la palabra de Dios, se hace referencia a Abraham y se lo conoce como el “padre de la fe”. Pero aquí entramos en un terreno diferente, porque el que le hizo promesas a él fue Dios. Dios probó su fe y su confianza en Él a un punto extremo de pedirle que sacrificara a su hijo Isaac en un monte.
Abraham se movió en confianza y en fe, lo cual produjo que Dios hiciera una promesa poderosa y eterna sobre él, que nos alcanza aún hoy a nosotros por la fe en Jesucristo.
Abraham, como Padre dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac por amor a Dios, es un paralelismo muy fuerte con Dios como Padre determinado a dar a su hijo Jesucristo para morir en la cruz por amor a la humanidad perdida en sus propios caminos de oscuridad.
La Biblia registra que Dios, queriendo darle más peso a sus promesas, buscó alguien mayor que Él para interponer juramento y no lo encontró, entonces Dios juró por Él mismo: “De cierto te bendeciré y serás bendición en tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra por cuanto obedeciste a mi voz”.
Hay tanta grandeza y profundidad detrás de esta promesa de Dios porque al referirse a “simiente” trasciende los tiempos y se refiere a Jesucristo, que sería esa “semilla de amor de Dios” sembrada de una manera tan especial por amor a toda la humanidad.
La palabra de Dios confirma que en Jesucristo todas las promesas de Dios son si y son amén.
Estimado lector, claro que las personas muchas veces fallamos y faltamos a nuestras promesas, pero Dios es fiel y verdadero y ese juramento sobre Abraham nos alcanza por la fe en Jesucristo, quien tomó nuestro lugar en la cruz por amor para darnos salvación y vida eterna.
Por tanto, te animo y aliento a buscar y aferrarte a Dios, sus promesas nunca pierden vigencia y autoridad.