Las dramáticas cifras de fallecidos en siniestros viales no cesan de multiplicarse día a día y hora a hora en Misiones, más allá de las frecuentes campañas de sensibilización y el permanente foco de los medios de comunicación sobre esta realidad que ni desde el poder público ni desde la sociedad misma atinan a poner freno.
El flagelo, como se decía ayer mismo en un informe especial de este Diario, no termina en la fría estadística de muertes y lesiones graves (que en muchos casos dejan secuelas de por vida), sino que se amplía al drama humano de familiares y amigos de esas personas y, en último extremo, a las economías locales y provinciales, que se ven obligadas a gastar fuertes sumas de dinero en la atención de estos desastres no naturales ni inevitables.
Pocas horas mediaron entre esa publicación y las al menos cuatro muertes que se sumaron ayer en las rutas y caminos de Misiones.
Sin entrar en las causas de esos hechos más recientes, en términos generales se puede consensuar que la falta de conciencia de muchos sigue siendo el principal obstáculo en busca de una solución a este drama cotidiano, al punto de que basta pararse a mirar un rato cómo se maneja en general a lo largo y ancho de la provincia para llegar a la conclusión (cruda y nefasta, pero real) de que afortunadamente ocurren menos tragedias viales de las que cabría esperar con esta actitud de automovilistas, motociclistas y también peatones.
El “a mí no me va a pasar”, “una copita de alcohol qué te hace”, el pisar el acelerador más de la cuenta cuando no hay controles cerca, los adelantamientos indebidos sin tener en consideración no ya a uno mismo, sino a los otros con los que uno podría toparse de frente en una ruta, son las principales causas de los mal llamados “accidentes”, porque en su gran mayoría no fueron producto del azar, sino porque alguien hizo algo que no debía hacer.
En nuestras manos (pero en las de todos) está que esta realidad cambie.