Julio Mauro “Nito” Encina (72) no para de generar proyectos y de acumular sabiduría. Y es algo que él mismo destaca de su personalidad.
Mientras se aboca a la tarea de cerrajero, su profesión desde hace 40 años, aprovecha para pensar en la música, en componer alguna letra o planificar presentaciones que incluyen a su hijo Nicolás y, eventualmente, a su hermano Eduardo Enrique, más conocido como “Moni”.
Chaqueño de nacimiento, llegó a Posadas cuando tenía apenas seis meses, pero eso no mengua su admiración por Misiones. “Me siento misionero porque mi despertar fue frente al río más grande y hermoso que tenemos en Argentina, la selva más hermosa, la tierra más productiva, la gente extraordinaria, las Cataratas del Iguazú y las Reducciones Jesuíticas, que son el documento de una civilización”, manifestó desde el otro lado del mostrador, con una sonrisa plena.
Su padre Mauro nació en Santa Lucía, Corrientes, y su madre, Hebe Nelba Núñez, en Machagay, Chaco, y se conocieron durante la cosecha de algodón. Producto de ese amor, “Nito” nació en Colonias Unidas, un pueblito chaqueño de gente muy humilde, con una partera de campo. Ya en Posadas, la familia se agrandó con la llegada de “Moni”, Rolando César y Luz del Alba, ya fallecida, a la que el protagonista de esta historia le dedicó primer disco denominado ‘Es la mujer’ y colocó su foto en la portada.
“Con mi hermano, enseñando sin presupuesto, sin infraestructura, debajo de un mango, formamos a músicos como Huguito Acuña, que toca con Los Románticos, de Buenos Aires; a Agustín y a Maxi Rodríguez; a mi hijo ‘Nico’ Encima; a mi sobrino, Rafa Encina, y a otros tantos que están brillando, que están jugando en primera”.
Mientras recogía los blancos capullos, a Don Mauro le ofrecieron ser policía de Territorios Nacionales y como tal, le dieron la opción de quedarse y pasar a la policía de la provincia Presidente Perón (el nombre oficial de Chaco, consignado en su primera constitución provincial de 1951). Tras el golpe de Estado de septiembre de 1955, recuperó el nombre de Chaco que tenía antes de la provincialización-, o venir a Misiones, que continuaba siendo Territorio Nacional. Así, con su hermano, Urbano Encina, y Julio Lorman, papá de gran bandoneonista, todos policías de Territorios Nacionales, llegaron a la tierra colorada. A Lorman lo llevaron a la zona de Leandro N. Alem y a Urbano, a la colonia El Chatón, mientras que Mauro quedó en Posadas. “Vivíamos en un barrio muy humilde, el viejo El Brete. Tuve el privilegio de ver pasar a El Guayrá, que era de dos o tres pisos, iluminado por la noche. Cuando escuchábamos la bocina, salíamos corriendo porque estábamos a 200 metros de la costa ya que la zona se inundaba demasiado fácil. Era la cosa más maravillosa, que vi y que conservo en mi retina. También al hidroavión, cuando bajaba o subía. Carreteaba desde el puerto y frente a nuestra casa, paseaba dos o tres veces, y volaba. Cuando venía, bajaba en el mismo lugar y seguía su marcha suave hasta el puerto. Eso era algo maravilloso para mí. Hice una canción sobre ese tema, que dediqué a la costanera y a los recuerdos que teníamos de cuando éramos chicos. Ese promete ser el nuevo hit”, rememoró entre risas.
Aguas abajo había un esqueleto de barco que estuvo por alrededor de 30 años y “dos ranchitos más abajo, nació Moni, en 1956. Ingresé a la 220, donde funciona la Escuela de Robótica, y estuve unos seis meses hasta que hicimos la mudanza porque en 1957 papá consiguió dos terrenos grandes, muy económicos, en la zona del barrio Guazupí, la zona del tristemente célebre sanatorio Baliña, que albergaba a los leprosos. Como era una enfermedad incurable, la gente tenía terror de asentarse ahí por lo que los terrenos eran regalados. Ahí nos criamos y nació Rolando, que es el papá de Rafa Encina, que también toca el acordeón”, recordó.
Ya instalados en el nuevo espacio, con “Moni” fueron alumnos de la Escuela 356, en inmediaciones de la Residencia del Gobernador, donde, en las fiestas patrias, tocaban la guitarra y cantaban. “Como papá, el tío Lorman y el tío Urbano eran chamameceros, apuntábamos a la música regional, a la música chamamecera y a sus derivados: valseados, rasguido doble. Éramos muy resistidos porque había una disputa que el chamamé no era de acá. Y realmente desaprovechamos un ritmo con tanta fuerza como lo es el chamamé. Desperdiciamos demasiado tiempo. Recién ahora que es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad declarado por la UNESCO, resulta que es lindo o bueno. Antes era considerada una música de menchos, de menor rango en la sociedad. Inclusive las docentes -que, como los policías, venían de otras provincias- no sentían la idiosincrasia misionera como nosotros la sentíamos”, expresó.
Añadió que desaconsejaban “que tocáramos chamamé porque era una música muy ordinaria. Nos hacían cantar La López Pereyra, Zamba de mi Esperanza. Lamentablemente cortaron nuestra inspiración, pero, a pesar de eso, nunca dejamos de tocar, siempre insistimos con la música que identifica a los que tenemos la suerte de nacer y de vivir nuestra idiosincrasia, nuestro modo de ser (Ñandereko, en guaraní). Vamos siempre adelante porque tenemos mucho para mostrar”.
Comentó que “empezamos a tocar lo que nos enseñó nuestro padre, al que trasladaban al Destacamento de Colonia Gisela, al de Colonia Naranjito, Puerto Gisela, Santo Pipó, Parada Leis. En todos esos lugares interactuábamos con la gente, sentíamos y veíamos con nuestros propios ojos, la música que ejecutaban. Compartíamos las vigilias del sapecado de la yerba mate, a través del sistema barbacuá. Esa espera de dos o tres días se amenizaba con la guitarra y el acordeón de dos hileras, arpa, o lo que había. A Misiones venían muchos paraguayos a trabajar como peones golondrinas porque la yerba estaba proliferando tanto en Paraguay como en esta zona, y escuchábamos que se tocaba mucho chamamé, mucha polka paraguaya, o sea, todo el ritmo de 6 x 8”.
El primer acordeón llegó a su casa de manos del tío Urbano que estaba a cargo de un destacamento en la zona centro y venía una vez al año para visitar a Mauro en una moto Gilera italiana motor sandía modelo 60, por caminos de tierra. “Mauro, vi que tu gurisada toca la guitarra, mira lo que traje”, dijo mientras desenvolvía una bolsa de arpillera envuelta con hilo sisal y soga. Era el acordeón, en un tono azul, que es el que utiliza “Moni”. Es que él era el candidato a aprender a tocar porque, por problemas de salud, no podía trabajar.
“Aprendió oyendo la radio, al igual que nosotros. Aprendí de chamamé escuchando a la siesta La hora del Yasy Yateré, si es que pasaban el tema que queríamos aprender. También a través de la emisora encarnacena ZP5. Teníamos una radio a batería y mamá decía que no la gastáramos porque ella escuchaba el radioteatro El León de Francia”
Al terminar el sexto grado, “Nito” y “Moni” comenzaron a tocar “por la zona de las orillas. Gervasio Antonio de Posadas regaló a muchos correntinos las orillas del Itambé a fin que vengan a poblar Posadas, que era el puerto, la estación y nada más. Esa gente era muy chamamecera y a nosotros, que éramos muy humildes, nos convocaban para ir con el acordeón y la guitarra a tocar a esos lugares. Éramos músicos orilleros, nunca tocábamos en el centro”.
Así trascurrió la niñez de ambos, pero fueron avanzando con el proyecto, con buenos clientes “porque toda esa gente nos contrataba. Al menos comíamos bien. Ahora preguntan cuánto vale el cachet, antes íbamos por la comida. Decían: maté una vaquilla, un lechón, traje tres cajones de cerveza, vayan, vamos a hacer un poco de música. Nos teníamos que conformar con comer y traer algo cuando te daban unas porciones de carne. Ese era nuestro premio”, señaló.
Despacito se fueron perfeccionando, conformaron un trío con “Luisito” Rodríguez y tocaban por todos lados. En 1990 nació “Nico”, que, a los 6 años, en primer grado de la misma Escuela 356, tocaba la guitarra y cantaba. A los 8 años tocaba el acordeón dos hileras. “Como vi que venía con muchas condiciones, lo adopté como mi acordeonista. Así empieza el proyecto de Los Encina propiamente dicho porque antes éramos Eduardo Moni Encina o los Hermanos Encina”, agregó.
En ese tiempo, Juan “Pico” y Marcos “Chavo” Núñez vinieron desde Campo Viera y se instalaron cerca de la casa de “Nito”.
“Pico” dijo que “Nico” tenía que tocar el bandoneón porque tocaba muy bien el acordeón. “Le empezó a mostrar, y a los 10 años ya lo ejecutaba. Ahí grabamos nuestro primer disco ‘Es la mujer’ con un tema que habíamos compuesto con Alberto Chávez, un mexicano que vivía en Buenos Aires”. Vendieron muchos discos. “‘Pico’ Núñez hacía los arreglos de bandoneón, Nico tocaba el acordeón y Moncho, el papá de los Núñez, el bajo. Cuando empecé el proyecto separado de ‘Moni’, lo hice con ‘Nico’, Vanessa Avellaneda y Moncho Núñez de bajista. Tocamos por todos lados y grabamos muchos discos, pero sin registrar, de forma casera”.
En esos años se empezó a grabar con computadora, ya no se necesitaba ir a un estudio de alta complejidad como antes. “Anteriormente no grabamos porque no teníamos dinero y los sellos discográficos eran exquisitos. Tenías que llamarte Tránsito Cocomarola o Ernesto Montiel para que te dieran la posibilidad de grabar. Con ‘Pico’, teníamos un equipo de sonido con una computadora. Primero grabamos nosotros y después llevamos a Jorge Chimiski, integrante de la Orquesta Folclórica de Misiones, que empezaba con su estudio de grabación. Ese disco que nos dio muchas satisfacciones porque se vendieron muchísimas copias”.
Un sobreviviente
En una extensa charla con Ko’ape, “Lito” lamentó que a veces “los viejos, que tenemos experiencia, somos desaprovechados, prefieren googlear buscando una respuesta y no saben que esos datos los carga una persona y se puede equivocar. Soy un sobreviviente de una generación de músicos como Los Cavia, Gómez Florentín, Luis Ángel Monzón, que dejaron sudor y lágrimas sobre los escenarios y nunca fueron reconocidos. Hablamos como una fuente genuina porque lo hemos vivido y padecido. Cuando éramos chicos y acá se discutía que el chamamé no era de Misiones, nos llevaban a la Peña Itapúa en una fiesta patria, por ejemplo, pero nos hacían tocar a las 6 de la mañana cuando ya no había nadie. Nos maltrataban. Entonces siempre hicimos nuestro proyecto familiar tocando en las orillas, siempre fuimos orilleros porque ahí está lo auténtico”.
Es por eso que “Nito” siempre aconseja a los turistas que no se queden en el hotel y den vueltas dentro de las cuatro avenidas, “si es que quieren conocer realmente la idiosincrasia, los invito a que salgan, que caminen, hablen con el pescador, con el que tiene un horno de ladrillos, con el que está plantando un almácigo. El turista viene deseoso de esas cosas, y tengo la suerte que a veces me pregunten, me consulten”, celebró el artista, casado con Yolanda Balletbó, de cuya unión nacieron Nicolás Enrique y Mauro César.
Y recordó un dicho del padre Julián Zini: “La única vez que un músico chamamecero ve mucha plata junta es cuando vende el instrumento. Es triste pero cierto. Venimos de esa generación. Soy un sobreviviente de toda esta lucha, de esta corriente chamamecera. No me declaro defensor del chamamé porque no necesita que lo defiendan. Es una música tan fuerte, tan pura, que fue considerada y analizada por la UNESCO”.
“Papá falleció cuando tenía 14 años y tuve que salir a trabajar, por eso no pude hacer la secundaria, pero leo mucho, me informo, interactúo con músicos, con intelectuales, y así voy aprendiendo”.
Gran jugador de fútbol de barrio, sostuvo que “nuestros padres nos enseñaron a disfrutar la vida. Llevamos el ADN de Los Encina. Siempre celebramos la vida. Éramos muy pobres, vivíamos en un ranchito que cuando venía la tormenta nos colgamos el techo para que no nos lleve, pero cuando era el cumpleaños a alguno, se mataba la gallina o el lechón más lindo y se celebraba con chamamé y acordeón a la luz de un petromax. Venían los amigos y se compartía lo poco o lo mucho. Nos criamos así y hasta hoy seguimos siendo así. Como decía Julián Zini: no hay que prohibir los nacimientos, hay que agrandar la mesa nomás. Y a eso, en casa, lo poníamos en práctica”.
Aseguró que la música “es mi vida. Voy a morir, seguramente, escribiendo una canción o en un escenario porque no voy a bajar los brazos. Voy a seguir ayudando a mi hermano, a mi hijo, que toca el acordeón, el bandoneón, el bajo, la guitarra y cursa teoría de la música en la Escuela Superior de Música, acompañando a su hija Morena Mía (12), mi única nieta, que está estudiando teclado y teoría”.