Comenzaba mayo de 1942 y un grupo de familias de origen alemán que residía en Aristóbulo del Valle decidió “escapar” de la Segunda Guerra Mundial y refugiarse en el monte hasta el fin del conflicto bélico, ya que empezaba a ser “mal visto” por sus vecinos y por el temor a represalias injustificadas.
Vendieron sus chacras y todos los enseres que no podían llevar consigo y compraron alimentos no perecederos, semillas, telas y otros elementos que les iban a ser útiles en su nuevo horizonte.
Eran siete familias que estaban encabezadas por Adolfo Rabe, Eduardo Fiege, Adolfo Fiege, Benjamín Fiege, Jorge Hirchfield, Ernesto Rens y Augusto Rens. En total sumaban alrededor de 60 personas que profesaban la religión adventista.
Hace un tiempo, Federico Rabe -quien tenía 6 años en ese momento, cuando su padre Adolfo guio la expedición de cuatro días a lo largo de la ruta nacional 14, hasta llegar al kilómetro 1.269 y adentrarse al monte- rememoró para PRIMERA EDICION estos acontecimientos:
“Mis padres y otras familias tuvieron miedo de la guerra y de las consecuencias que podía traernos. Ellos sabían, por los relatos de parientes y amigos que estuvieron en Europa durante la guerra, las consecuencias para la gente común que estuvo en las zonas de conflicto. Contaban que ni pan se podía comprar porque si alguien descubría lo que llevaba, te asaltaban y hasta mataban por un pedazo”, relató.
“También comentaban que el conflicto podía llegar hasta América, a la Argentina y a Misiones, entonces
creyeron que si se internaban en el monte podían vivir sin que pasaran hambre o que haya necesidad de robar para comer. Para ellos la guerra era inminente y temían que llegara a la Argentina y a esta zona. Querían estar ajenos a todo y por eso decidieron escapar de ese horror que ellos pensaban que iba a pasar y por eso decidieron esconderse en el monte”, argumentó.
Entonces, contó que su padre -que conocía la zona porque se desempeñó como capataz cuando se abrió la ruta desde Aristóbulo del Valle hasta el kilómetro 1.285- y otros líderes del grupo ya habían elegido el lugar donde se iban a establecer, habían hecho un rozado y levantaron algunos campamentos para cuando llegaran sus familias.
“Allí estuvimos un tiempo y después nos trasladamos a otro lugar más lejos, a unos quince kilómetros de la ruta, en lo que hoy es la Colonia Monte Alto (San Vicente). Allá había un arroyo más grande y era más difícil que nos encuentren. En ese lugar vivimos casi dos años hasta que los jefes de familia descubrieron un lugar más al fondo aún, con un arroyo más grande y con peces más grandes. Era el arroyo El Soberbio“.
“No era muy necesario salir de la colonia que formamos, allí producíamos todo lo necesario para comer. Sembrábamos cereales, frutas y plantaciones anuales, producíamos nuestros propios aceites de maní, y hasta algodón para hacer telas. Aunque habíamos traído muchas telas cuando vinimos”, recordó.
No obstante, “con el tiempo recuerdo que empezó a hacer falta sal y azúcar, teníamos únicamente miel de abeja, pero eso no era bueno para los bebés y chicos, entonces había que salir a comprar… Lo más cerca que teníamos era Aristóbulo del Valle, ya que Dos de Mayo era sólo unas cuantas casas con un parador de colectivos y otros viajeros. Mi padre era el que salía una o dos veces por año. El viaje lo hacía también para saber qué estaba pasando afuera“.
Allí vivieron alrededor de siete años todos juntos, hasta que algunos decidieron volver a Monte Alto, otros se fueron a Gramado (entre ellos los Rabe) y otros quedaron en la Gruta.
Cómo los “descubrieron”
Rabe contó a PRIMERA EDICIÓN que la historia de esta odisea se difundió porque “un inspector de Tierras y Bosques se enteró de que estábamos allá, se propuso ver si era cierto y fue a buscarnos. Cuando nos encontró, se interesó mucho por lo que vio: un grupo de familias que vivía en el medio del monte y producía lo que consumía. Nos dio un permiso de ocupación de 100 hectáreas y después escribió en un libro la historia de “La colonia escondida”.
“A nosotros se nos conoció por ese tiempo que vivimos en la cueva, pero no es como se dijo que fuimos allá directamente, sino que fue un día que hubo un temblor fuerte en la tierra y una de las casas, que era de barro, se rajó. Días después anduvieron sobrevolando unos aviones del Ejército, nosotros creímos que eran las bombas de la guerra y fuimos a escondernos en una cueva. Allí estuvimos muchos meses viviendo todos juntos”.
Rumores en la colonia
Según Rabe, mientras estuvieron en Aristóbulo no tuvieron problemas con los vecinos por su origen alemán, pero “cuando nos fuimos la gente empezó a inventar cosas sobre nosotros y por qué nos fuimos. Incluso nuestros mismos familiares que se quedaron inventaban”.
“Llegaron a decir que fuimos a ese lugar para fabricar armas para la guerra. Pero la pregunta era con qué, si no llevamos nada raro, lo único que podíamos hacer eran flechas. También dijeron que íbamos a ese lugar para adorar a un negrito petiso. Son todas especulaciones, mentiras de la gente que crecían con la imaginación”, agregó.
“Vigilados” de cerca
Uno de los recuerdos más intensos que Federico Rabe compartió con PRIMERA EDICIÓN está relacionado con la “vigilancia” que tenían sobre sí y que duró un tiempo hasta que “se dieron cuenta de que éramos pacíficos”.
“Cierta vez, cuando estábamos en Monte Alto, vinieron tres gendarmes porque habían recibido una denuncia de que nosotros estábamos allí por ser supuestamente enviados de los alemanes para hacer armas para la guerra. Hasta nuestra casa llegaron dos y un tercero se quedó de guardia en la cima del cerro. Mi padre los hizo pasar y preparó mate, después de un rato uno de ellos hizo dos disparos al aire y uno de mis hermanos juntó las cápsulas y las entregó al gendarme. El le preguntó por qué hizo eso y él le miró a mi papá para pedir permiso para hablar. El gendarme se sorprendió por la educación que teníamos. Después de recorrer las otras casas, comieron un guiso de pollo y nos dijeron: ‘La gente habla por hablar, ustedes son personas humildes y pacíficas que quieren vivir tranquilos’”, relató.