“Nicanor y los Espíritus” se hizo esperar, pero quienes la calificaron aseguran que valió la pena. Se trata de la segunda novela de Jerónimo Lagier (53), escritor, emprendedor, deportista, productor agropecuario, apasionado por la historia y la literatura.
Si bien el propósito es sorprender a los lectores, Lagier adelantó que su nuevo trabajo contiene pinceladas “de nuestro interior, de nuestros personajes, tanto de la inmigración como de los locales. Y también un poco el esoterismo que existe acá, algunas creencias, algunas costumbres que son muy locales y que trato de reflejarlas”.
Admitió que avanzar sobre “Nicanor y los Espíritus” fue más relajado a diferencia de su primera obra, “La Aventura de la Yerba Mate” que es de tinte “serio”. Los dos restantes son novelas, que, “si bien es un género serio y que a mí me gusta mucho, se presta para el humor, para describir algunas cuestiones, ya sea con crítica, con sorna o con seriedad”.
“El mundo de la escritura me encanta, me apasiona. A veces cuesta hacerse el tiempo, pero me pica la mano, me quiero poner a escribir porque se me ocurrió la escena completa o ese tipo de cuestiones. Me gusta mucho escribir cuentos, aunque los he publicado poco. Por lo general, vuelco esos cuentos a los libros con otros personajes, con otra situación”.
Indicó que “me gustan mucho las novelas que dejan alguna enseñanza, que enseñan cómo se hacía algo, cómo se hace algo. A mí me enriqueció mucho en la vida leer ese tipo de novelas y creo que un buen autor debe incorporar eso a su obra. Es lo que trato de hacer, humildemente. Hay que ver si lo logro o no. Eso depende del lector”. En el caso de “Nicanor”, se lo envió a una amiga, que está residiendo lejos y que es una gran lectora. “Me dijo: tu libro me reconcilió con mi tierra. Me gustó mucho cómo lo definió. Creo que fue un elogio”.
Tanto el libro de “La Aventura de la Yerba Mate” como la tapa de “Nicanor y los Espíritus” fueron diseñados por Karina Odzomek, que “es un talento fascinante que tiene Misiones, por lo que quiero enviarle mi agradecimiento”.
Nacido en Posadas, pero “malcriado” en Candelaria, confió que, como en todos los casos, el título llegó al final. Y fue “gracias a la libretita que tenía en el bolsillo, mientras esperaba que cambiara un semáforo sobre la avenida San Martín. Por el contenido del libro, me costaba encontrarle un título que diera fe de lo que había adentro”.
Después de “Nicanor”, Lagier bosqueja otros tres proyectos de novela para los que se está documentando y para “empezar a escribir la que más me gusta, que será una sorpresa como todas”.
Lector desde pequeño
Al referirse a esta pasión, la de ser escritor, expresó que todo empezó desde pequeño. “La casa de mis padres –Guido Lagier y Carola Mercier– era casi una biblioteca por la cantidad de libros que había. Desde chiquitos se nos inculcó la lectura y empecé a escribir desde niño. El primer libro que leí fue ‘El Maravilloso Viaje de Nils Holgerson’, de Selma Lagerlöf, y desde ese momento, que tenía seis años, nunca me detuve. A los ocho ya se me dio por empezar a escribir. Y era gracioso porque muchos de los libros que leía eran, por lo general, de autores extranjeros (Las aventuras de Tintín, Asterix) y cuando empecé, lo hice escribiendo sobre los contrabandistas en la desembocadura del arroyo San Juan, en Candelaria, y todos llevaban nombres extranjeros como John Dalton, que no tenían que ver con nuestra realidad”, manifestó entre risas.
Analista en marketing y administración de empresas, insistió con que “siempre me gustó mucho escribir y siempre leo. Desde esa edad no paré de leer así que para mí el paso siguiente era escritura. Más aún cuando tiene una vida donde intercambia siempre un montón de experiencias y tiene cosas que contar, se pone a escribir y la imaginación en eso también permite llevar las cosas al extremo y al ridículo y dar vueltas las situaciones, jugar con la escritura me gusta mucho, me apasiona, tanto como la lectura. Así fue desde los comienzos de mi infancia” en la antigua capital de la provincia.
Comenzó estudiando agronomía, pero después se volcó al marketing, y actualmente “estoy más dedicado a la chacra por eso tardó bastante en salir el último libro, porque me falta tiempo. La inspiración es vaga a veces y no es que uno tiene media hora y para ponerse a escribir, sino que tiene que volver a encarnarse en los personajes y ver la trama. Hay que retomar la costumbre de tener a mano siempre la libretita y el lápiz en el bolsillo para anotar las ideas, porque, de lo contrario, se escapan”.
Con orgullo manifestó que, en toda su familia, sus hermanos, sus tíos, sus padres leen o escriben, por lo que entiende que es algo que se encuentra en el ADN. “Papá era una enciclopedia y uno va heredando eso, de las sobremesas, uno se enriquece mucho con esas cosas. Eso mamamos en casa. Más aun la vida que tuvo papá acá en Misiones en esa época. Muchos matices del libro están sacados de ahí, de esas emociones, de esas vivencias, de esas experiencias y las propias que uno tiene. Creo que heredé de mi abuelo Claudio Lagier la cualidad de poder hacer hablar hasta a un poste. Uno recibe muchas historias interesantes y eso va sumando. Mamá es una gran lectora al igual que Lupe y Lucas, dos hermanos de fierro. Y Telémaco, mi hermano mayor, se nos fue antes, entrañable, de una sabiduría y una cultura digna de la familia”, relató emocionado.
El autor considera que “la importancia del legado que uno recibió en cuanto a la cultura radica en tratar de transmitirlo, no solo en el hábito de la lectura, sino en las elecciones que uno hace para la lectura. Y en eso mi esposa Andrea me ayuda mucho con los chicos, siempre tratando de inculcarles el valor de la lectura y que la vida te va enseñando también a leer entre líneas. Se trata de replicar un poco lo de mi casa cuando era chico”.
La primera incursión
En 2008 apareció su primer libro “La Aventura de la Yerba Mate”, que fue recibido como un acierto en ámbitos académicos y declarado de interés provincial por la Cámara de Diputados. En este trabajo Lagier narra la historia de Misiones desde la conquista española hasta la actualidad, ligada al producto madre.
“Lo empecé a escribir para mis hijos, que se habían ido a vivir al sur. Eran muy misioneros, entonces les empecé a escribir historias de Misiones y, a medida que empecé a investigar y a dedicarle tiempo, fui descubriendo muchas cosas que desconocía, cuando creía saber mucho de yerba e historia de Misiones. Y todo terminó en este libro que tuvo dos ediciones en castellano, varias traducciones y publicaciones en inglés”, señaló.
Sostuvo que tuvo una recepción muy interesante, sobre todo el mundo académico. “Me permitió asistir a conferencias en Brasil, donde muchos trabajos universitarios los citan. Fue, por ejemplo, para Misiones un libro de consulta en cátedras de turismo, en distintas instituciones y me hizo pasear un poco por un montón de lugares para dar charlas. Además, recibí muchas consultas de universidades de afuera”.
Admitió que no es historiador, pero sí “un apasionado por la historia, lo que me da una libertad de interpretar como quiero sin correr ningún riesgo profesional porque para el historiador -y es una crítica que tengo para los libros de historia- tiene que ser el dato frío, no hay muchas interpretaciones en ese sentido. En cambio, tomar los datos, verlos desde otro punto de vista, no de un historiador sino de un agricultor que está viendo cómo se movieron las cosas, se puede llegar a tener una interpretación diferente. Y eso caló en algunas cosas. Todos los libros me dieron grandes satisfacciones, pero este sigue teniendo una validez en un montón de ámbitos, lo que me satisface mucho”.
En 2010 publicó su primera novela “El Asunto Bellarmino”, con la que ganó el premio Arandú, otorgado por el Concejo Deliberante de Posadas. “Lo empecé como una novela histórica, que es un género que me gusta mucho, y cuando me ceñía demasiado, solté la muñeca y salió un libro que me agradó, también al público y a la crítica”, acotó.
Recordó que la biblioteca de su casa de Candelaria “era amplia y generosa. Había libros hasta debajo de los sofás, en el espacio que queda entre los almohadones estaba lleno de ejemplares. Cada tanto, mamá los empaquetaba y donaba a bibliotecas y aun así eran inacabables. Eran tres filas por estante, dependiendo de la biblioteca. Fuimos mamando ese legado y tratando de transmitirlo. Tengo la manía de prestar que es a veces un pecado. Pero los estantes se van vaciando y se van llenando y se van vaciando y se van llenando. De eso se trata”.
También durante su formación en el Liceo Naval Almirante Storni fomentaron mucho la lectura mientras allí cursaba. Al punto que los profesores “me llegaron a confiscar libros por leer novelas en clases de física y matemática. Eso para graficar lo que me engancha la lectura, de ignorar una clase por estar leyendo”.