Juan Marcelo Silvero nació en Puerto Iguazú pero a los pocos meses su familia se fue a vivir a Posadas. En la capital misionera cursó la primaria en la escuela “Pedro Goyena”, del barrio Rocamora, donde pasó su infancia. En el Colegio Nacional hizo el secundario, y fue a estudiar cocina en el ISET “porque siempre me gustó la cocina”.
A quienes le preguntan sobre su vocación, Silvero manifiesta que, entre fogones, desde los nueve años, siempre tuvo muy en claro que su sueño era abrir su propio restaurante. Tras completar satisfactoriamente los tres años de carrera y obtener el título de chef en el ISET, se especializó en técnicas de arte culinario.
“Desde el segundo año de la carrera comencé a trabajar en un restaurante de cocina internacional. La característica principal del establecimiento fue que cada semana el menú era diferente, lo que me permitió adquirir rápidamente una gran cantidad de conocimientos y experiencia en un corto período de tiempo”, añadió.
Al finalizar sus estudios ya disponía de múltiples ofertas laborales, siendo su primera elección un famoso restaurante ubicado en el interior de un catamarán que realizaba la ruta del río Paraná hasta las Cataratas del Iguazú. “Poco tiempo después, los propietarios del barco me hicieron una oferta para incorporarme a la plantilla del restaurante Pica Zuro Lodge, establecimiento de enorme prestigio a tan solo 70 kilómetros de Córdoba, referente en la gastronomía del país. Quería seguir creciendo como profesional”, así que aceptó la propuesta y se trasladó a la provincia mediterránea.
Kambala-Che es el resultado de toda una vida detrás de los fogones, una pasión constante e inquebrantable al servicio de los clientes. Y también es el mejor ejemplo de que con trabajo y dedicación los sueños se hacen realidad.
Un año después comenzó un nuevo reto en un prestigioso restaurante que aún funciona sobre la avenida costanera de Posadas, “en el que la media de comensales diarios oscilaba entre los 1.000 y 1.200 personas, teniendo bajo mi responsabilidad, un equipo de 14 cocineros y 18 camareros. Era un lugar en el que se desarrollaban habitualmente eventos para grandes grupos. Allí aprendí a organizar y a supervisar este tipo de actividades gastronómicas”, comentó.
Silvero confió a Ko’ape que la razón por la que emigró de Argentina fue más que nada para conocer la gastronomía internacional. “Aquí en Tenerife, por ejemplo, hay múltiples nacionalidades, hay cocina de todos lados, como en toda Europa seguramente. Por eso el nombre de Kambala-che, no solo por el tango que es el baile que nos representa sino también por cómo fue cambiando la gastronomía gracias a que fui conociendo otras, y todo eso se fue modificando”.
Añadió que ahora tiene su propio restaurante en el que lleva trabajando hace tres años. “Empezamos en plena pandemia, fue muy difícil, pero gracias a mi familia lo seguimos manteniendo y mejorando día a día”, celebró este misionero que tiene en la tierra colorada a buena parte de su familia.
A pesar de eso, admitió que “no suelo ir seguido a la Argentina, la última vez fue en 2015. Es que con las ganas de abrir el restaurante necesitaba ahorrar lo máximo posible para poder emprender este proyecto tan anhelado”.
La pandemia fue un fastidio
Recordó que llegó a Tenerife en el año 2006, con una visa de turista, y que se hospedó en la casa de su tío el arquitecto Juan Anselmo Barón, que regresó a Posadas, “a quien estoy profundamente agradecido”. Permaneció con su pariente hasta que logró independizarse. “Al principio trabajaba ayudando a mi tío en las obras, pintando edificios”, manifestó quien reside en la isla “que es lo más parecido a Misiones, por eso lo elegí”.
De esa manera permaneció alrededor de un año y medio, hasta que conoció a Elena Díaz Gutiérrez, una enfermera asturiana que más adelante se convirtió en su esposa. “Acordamos casarnos y pude empezar a trabajar. Inicialmente lo hice en la cocina de varios restaurantes. Es que hace 18 años vine aquí con la intención de conocer diferentes gastronomías, diferentes cocinas y en eso estoy”, sostuvo, el padre de Noa Dianela (11) y Mateo (5) Silvero Díaz.
Durante un paréntesis en su tarea, el empresario rememoró que la pandemia “fue algo que me fastidió bastante porque la llave del local me la entregaron el primero de enero de 2020 y para tener la licencia del restaurante tuve que solicitar al Cabildo, que es como la municipalidad en los municipios de Argentina, la continuidad del proyecto. Lo que faltaba era un sanitario para personas con discapacidad y una vereda. Hice la solicitud en febrero y en marzo vino la pandemia, y la institución cerró las persianas. Tuve que esperar ese informe durante un año y medio. Eso me perjudicó bastante porque tuve que ir pagando el alquiler, los servicios y no hubo ayuda. Ese año perdí mucho dinero”.
Cuando empezó a funcionar el local el 21 de mayo de 2021, “a los pocos días me hicieron la vereda y abrí con lo que tenía, contratando a mi camarero de jornada completa. Era complicado que la gente comience a ingresar a sitios cubiertos, como es nuestro caso. Pero en 2022 fuimos mejorando”, dijo quien disfruta de su emprendimiento y deja lo mejor de sí, de su sabiduría, para agasajar a los clientes que visitan Kambala-che y disfrutan de sus exquisiteces.
“Aquí hay muchos uruguayos, argentinos. Todos llegan en la misma situación y la ayuda es mutua porque no es fácil venir y conseguir trabajo al momento. Agradezco a todos los que me tendieron la mano. Entiendo que con humildad, responsabilidad y respeto se sale adelante. Hay que apechugar, mirar para adelante. Ya vendrán tiempos mejores, es lo que espero, para eso el esfuerzo que estoy haciendo”, confió.
Se mostró agradecido, además, a su padre, Raúl Arnaldo Silvero, “que me facilitó el pasaje para venir” y a su madre, Yolanda Beatriz Morales, “por traerme al mundo. Los extraño mucho como a todo el resto de mi familia”, reflexionó.