Antes de cada respuesta, Raúl Armando “Buki” Rosa (71) se detiene a pensar, y expulsa una bocanada de humo de un cigarrillo que manipuló antes de encender. Es que hay mucho para contar después de haber experimentado tanto, en distintas facetas.
Y comienza por su niñez sobre la avenida Roque Pérez, su primer grado en la Escuela 1 “Félix de Azara” y los posteriores en la 43 “Reino de España”, cuando las calles eran aún de tierra. Luego, tomó la decisión de ir a la “Industrial”, en Colón 9, que, “para mí, fue La Escuela”, donde participó en la Estudiantina en una época en la que se lucían las carrozas.
Tras recibirse de Maestro Mayor de Obras (MMO), con un grupo de compañeros decidió ir a estudiar Arquitectura a Resistencia (Chaco) cuando, a falta de puente, había que tomar la balsa para pasar el río. Cursó hasta segundo año, comenzó a trabajar en un estudio, pero la situación se complicó y decidió regresar a Posadas con cuatro materias aprobadas y con la esperanza de retomar algún día.
Aquí, anduvo buscando trabajo, y en las vacaciones, se desempeñaba como peón de albañil porque de esta manera “juntaba mi platita para asistir a los carnavales del Club Mitre, el Club Atlético, Club Villa Urquiza y la Casa Paraguaya”.
Luego, consiguió un empleo en la Municipalidad de Posadas como inspector de obra y, al renunciar el jefe de Obras Privadas, ocupó ese cargo.
Un día Raúl, su padre, llegó de su trabajo en la Inspección Nacional de Escuelas, que estaba en la calle Félix de Azara y Santa Fe, y le dijo que, aparentemente, había vacantes en la Aduana. “Andá e inscribite porque es un ente nacional y por cuestiones de estudio podés pedir traslado, y yo quería ir a Rosario donde estaba la mayoría de mis compañeros. Al entrar a la oficina del administrador Antille le dije que venía por la vacancia. Me preguntó qué título tenía. Soy MMO, le dije, a lo que me contestó: ah, no, pero albañiles no necesitamos. Entonces le digo, sepa usted que estudiamos historia, literatura, química, materiales de construcción, diseño de arquitectura, tenemos formación”, rememoró.
En septiembre de 1975 llegó una notificación para que se presentara en Aduanas. “Me atendió otra persona, Lorenzo María San Martín, porteño mil por mil, a quien adoro hasta el día de hoy por ser buena persona y con una capacidad de trabajo impresionante, que sabía mucho de aduanas. Lo que sé del tema es por él. Me obligaba que tuviera debajo del brazo el Nuevo Código Aduanero y las ordenanzas de Aduana que hablaban de los barcos que llegaban al puerto de Buenos Aires”, expresó.
Estando en esa repartición, se puso a estudiar matemáticas en el Instituto Montoya, pero descubrió que “no era lo mío. Me enteré que había un departamento de dibujo de pintura y me inscribo, por lo que soy profesor de esa materia”.
Nuevas puertas
Silvia González fue su primera maestra de teatro. Se desempeñaba como jefe de la Laguna San José, donde había una balsa de bandera paraguaya, cuando “me preguntó si estaba haciendo algo de teatro. Estoy haciendo plata, le contesté. Pero siempre estaba el bichito dando vueltas. Y estando en quinto año en el Montoya, la rectora Marisa Micolis, dijo que quería que me dedicara a enseñar teatro a las chicas del Profesorado de Jardín de Infantes. Me sorprendió con su propuesta y le respondí que no tenía experiencia para enseñar. Me dijo que no viniera con excusas, que iba a tener que estudiar dos veces a la semana y que me iba a dar 10 horas cátedra, por las que podría ganar buen dinero”, manifestó.
Comentó a González sobre la oferta que le había hecho Micolis, pero que no estaba seguro si la iba a tomar. “No te preocupes, venís acá toda la semana y te hago el desarrollo curricular de las clases que tenés que dar. Y así me embarqué. Fue mi primera experiencia como director. Ahí puse en escena ‘El pordiosero loco’ y ‘La fatalidad de los amantes’, de Marcos Denevi. Esas fueron las dos obras que hice en el Montoya como director. Como actor participé en una obra que estrenamos en el Montoya que se llamó ‘Eladio Puentes’, que después la llevamos al Radioteatro, que fue otra muy linda experiencia en la que hacía cinco voces diferentes. Ya no recuerdo el texto y no lo tengo, tampoco Silvia lo tiene. Es una lástima porque es muy buena obra, muy regional, de su autoría”, señaló quien permaneció en la institución a lo largo de cinco años.
En 2002 y 2003 hizo dos seminarios con la actriz, directora, dramaturga y docente Verónica Oddo. Y en 2004 decidió tomar un curso de dirección de teatro con el actor y dramaturgo Juan Carlos Gené. “Nunca me voy a olvidar del viejo, como lo llamo cariñosamente. Se sentaba en su mesita y decía: bueno, ¿Quién va a pasar? Me habían prestado un actor de Buenos Aires porque yo tenía que presentar una obra, un monólogo. Así que, durante un año, todos los jueves me tomaba el colectivo hacia la gran urbe y el sábado a la tardecita tomaba colectivo para volver a Posadas. Una vez, ensayando con el alumno, nos sentábamos en frente, había españoles, mexicanos, porque era una figura muy conocida como director. Me dijo, Buki, ¿tenés algo que corregir al actor? Sí, dije. Cuando lo hago, se da vuelta y dice ‘gente, ¿qué opinan?’. Con las críticas, te sacaban la piel de a pedazos y ahí aprendí a soportar las críticas. Porque todos tenemos miradas diferentes. Eran críticas constructivas”, deslizó.
Incursionó en el radioteatro en la vieja Radio LT4, cuando estaba frente a la plaza 9 de Julio. Fue con la obra de “Eladio Puentes”, donde Silvia González, “que era mi madrina, hacía de curandera. Era muy cómico porque venía gente del interior porque tenía problemas y quería ver a la curandera. O venía gente a saludarnos porque le encantaba la obra. Tengo un hermoso recuerdo de esa época”.
Después se cruzó con Gené en un pasillo y “me dijo: ‘falta dirección’. ¡Decime dónde! ‘Ah, no sé, buscá’. Tardé un año en darme cuenta cómo hay que dirigir. De qué manera. Después de la experiencia, hice varios seminarios con el dramaturgo y director teatral español José Sanchis Sinisterra, sobre sistemas minimalistas en el teatro, me dio vuelta la cabeza hasta tuve intenciones de irme a Valencia a estudiar con él, pero claro, ya tenía dos hijos. Y las ganas me quedaron”.
Después de eso hizo un curso con Raúl Serrano en la Escuela de Teatro de Buenos Aires (ETBA). “Era un teórico de Stanislavski, tengo dos libros suyos. Así fui aprendiendo con errores cometidos, como seres humanos que somos. Y acá estoy trabajando”, reseñó.
“Gené decía que lo más aburrido que hay es leer una obra de teatro. Entonces, le tenemos que dar cuerpo a ese texto literario. Me especialicé en el manejo de la palabra. Hay dos libros que son muy importantes para mí. Uno es ‘Cómo hacer cosas con palabras’, de John Austin, y ‘Lo que no se dice’, de Raúl Serrano. Siempre nos estamos reprimiendo y el otro problema que existe es que al sistema global le conviene que haya gente que no piense. Y el teatro te hace pensar. ¿Para qué dijiste eso? no pregunto al actor, sino que le pregunto al personaje. Todos tenemos una mochila cargada con nuestros fracasos y con nuestras alegrías y nuestras esperanzas, pero siempre tenemos más cosas negativas que positivas. El personaje también tiene sus conflictos”, reflexionó.
Entonces “digo ¿qué le está pasando al personaje?, ¿por qué el personaje se maneja de esa manera? ¿para qué? Porque una cosa es el ¿por qué?, que nos remite al pasado. Y el ¿para qué? nos remite al futuro. Hay un montón de elementos, hay un montón de herramientas en el teatro, hay distintas corrientes del teatro. Cada uno de nosotros tiene su metodología o librito. A mí me gusta lo orgánico y lo que es natural. Trabajo desde ahí. Hay gente que le gusta trabajar de otra manera, vanguardista, teatro danza, hay de todo, pero a mí me gusta trabajar de esa manera donde el actor se juega arriba del escenario”, confesó el padre de Fernando, María Paz, Juan Manuel y Tania, que es quien sigue sus pasos.
Hasta lograr su propia sala
Respecto al montaje del Centro Artístico “Mandové Pedrozo”, señaló que “el gran culpable, en el buen sentido de la palabra, es Benito Del Puerto. Cuando comienzo a trabajar lo hago en el Centro Cultural Misiones -hoy Vicente Cidade- y a veces ensayábamos tres meses para lograr tres puestas en escena. En abril, por nota, había pedido a Del Puerto tres fechas para el año. Pasó un tiempo y me dijo que me otorgaba dos fechas por un compromiso que no podía dejar pasar. Me dio bronca, y dije: ya voy a tener mi propio teatro”, contó.
Hace muchísimos años había comprado un terreno en Miguel Lanús, a una cuadra de la plaza. “Era un pastizal, un pantanal, pero como tenía un dinero ahorrado iba a construir mi casa y un galpón para abrir una sala de teatro teniendo en cuenta que estaba cerca del ahora Campus Universitario. Ese fue mi pensamiento a futuro”, acotó. Un día, regresando del lugar, pasó a tomar unos mates con su primo “Tito” Rosa, que era dueño de un taller mecánico en proximidades de La Rotonda. “Me preguntó de dónde venía y le conté que había ido a nivelar el terreno, a lo que acotó que estaba cansado de este galpón, que estaba alquilado”, y estaban haciendo el adoquinado sobre la calle Beethoven.
Le propuso a “Buki” comprarle la propiedad y hacer “cambalache” por el galpón. “Pagame como puedas. Sé que podés y sé que me vas a pagar. Fue así como me hice cargo de esto que era un galpón y lo fui reconstruyendo de a poco. La apertura se hizo el primero de septiembre de 2006. Llovía. Hubo un par de eventos, se puso en escena una obra”.
“Da mucho placer saber que lo que estoy haciendo estaba llegando a la gente, saber que el tipo se emocionó o sonrió, es el mejor regalo que tiene un actor. Eso es lo mejor que le puede ocurrir. O cuando el público lo espera afuera simplemente para saludarlo. Siempre digo que un actor vive dos veces en una misma vida. La suya propia y la del personaje. Es mucho”.
Antes, el espacio se llamaba “Laberintos”, pero el grupo se disgregó, Rosa le puso el nombre de “Mandové Pedrozo”, que era un colega con el que nos sentábamos a tomar un buen vino tinto en el bar Español. Lo hice en su homenaje, porque me gustaría que su nombre permanezca. Era una excelente persona. Así que, como ven, está la sala. Es mi juguete. Lo mezquino un montón. Siempre estoy atento a lo que falta, a los arreglos, hay cosas que hay que hacer, pero no tengo todavía el capital necesario. Y espero que esto siga creciendo”.
Según pasan los días
Adelantó que los dos standaperos que visitan el “Mandové Pedrozo” hacen los arreglos con su hija. “Ya no me meto. La sala está de una u otra manera ocupada, los sábados hay clases de tango. Empecé a dar mi taller, pero después la gente deja de venir. Y yo tengo por costumbre tres faltas y ya. El teatro es un trabajo, y no es un trabajo fácil. Y como nosotros somos teatristas independientes, si te gusta, salí del trabajo y vení al taller de teatro. Yo bajo la línea, hay que saltar, correr, hay un sacrificio. Y a veces hay colegas míos o actores también que no les gusta ese tipo de sacrificio. Entonces, como actores no van a crecer nunca, se me van a quedar ahí”, reflexionó.
Entiende que el público “a veces reacciona bien, otras mal. Por ejemplo, con un standapero muy conocido que viene por segunda vez, metimos 141 personas. Días atrás, vinieron 54 personas y ayer vinieron 26, entonces faltan estrategias para que la gente venga”, añadió.
Distintas experiencias
“Buki” Rosa fue convocado por el director de cine Eduardo Mignona, ya fallecido, para que hiciera el papel del médico que atendía al escritor Horacio Quiroga, que era encarnado por Víctor Laplace.
Anteriormente trabajó con Mignona en cuatro capítulos sobre la historia de Misiones donde cumplía el rol de un sacerdote.
También tuvo participación en Jungle Nest que es una producción de Disney que se rodó en Puerto Iguazú y “donde me divertí como loco porque el equipo de trabajo era buenísimo. Una hora y media tardaban en maquillarme porque yo era el cacique”.
Admitió que “es muy interesante trabajar en cine porque no tiene nada que ver con el teatro. En el teatro se abre el telón, por así decirlo, sale el actor a escena y se tiene que arreglar como sea. En el cine te sale mal una escena y dicen corten, las veces que sea necesario. Pero ¿cuál es la diferencia? En el teatro estás en escena, podés estar con una persona, dos, diez o veinte, pero son actores que están trabajando. En el cine está el camarógrafo, el ayudante, el otro, el tercero y el que se está moviendo atrás con las luces y vos tenés que concentrarte en tu trabajo, no te importa lo que está ocurriendo alrededor”. “Es otra la experiencia. Sin embargo, me gustan las dos cosas”, aseveró.