El Gobierno argentino logró lo que casi ninguno antes pudo: desacelerar la inflación. El dato es positivo en sí mismo, pero carece de volumen si se lo pone en contexto. Las dudas sobre el rumbo persisten y la certeza es que, cuando toque hablar de recuperación, siempre que se llegue a ese estadio, la base será el mismo subsuelo con una pobreza instalada por encima del 55%… y creciendo.
El “lado B” del descenso inflacionario es preocupante. Hablando estrictamente desde el costado social, casi siempre es bueno que los precios bajen, más aún si el fenómeno se plantea en un escenario de ajuste permanente.
Pero si el contexto es altamente recesivo, como el de estos tiempos, entonces el combo conlleva riesgos innegables. Además, si la baja inercia inflacionaria se explica también en el congelamiento de las tarifas, el atraso cambiario y la progresiva pérdida del poder adquisitivo, entonces lo que predomina hacia adelante es una incógnita aún mayor.
Para llegar a un dígito de inflación (8,8%, el IPC más alto del mundo en abril) después de haberla llevado a 25% (pico en enero), el Gobierno viene negociando con las empresas alimenticias y de otros rubros una grilla de precios; viene pisando las tarifas, el tipo de cambio y las paritarias. Entre otras cosas, esos factores determinan la fenomenal caída del consumo que se advierte en la actualidad.
Qué pasará entonces cuando dejen de pisar los precios y contraer las tarifas y el tipo de cambio.
Lógicamente, los valores comenzarán a subir. El problema entonces será que los salarios no estarán a la altura y la base sobre la que se producirá la hipotética “recuperación” será muy baja, nada menos que el subsuelo.
Será clave entonces en esta dinámica seguir de cerca lo que ocurra con los salarios. En algún momento el superávit tendrá que redundar en beneficios para la sociedad y no exclusivamente para el mercado. Hasta el propio Fondo Monetario advierte que el ajuste sin tener en cuenta la crisis social es insostenible a mediano plazo. También será clave, para el Gobierno, mantener una sólida base de apoyo que siga justificando que, esta vez, sí vale la pena empobrecerse.