Por: Renata Otto
A Felipe le gusta andar por el arroyo. Allí atrapa ranas, sapos y lagartijas.
Un día, llevó su caña de pescar. Puso un trocito de masa en el anzuelo, lo lanzó al agua y esperó.
– ¡Chist! ¡Chist! Hay que hacer silencio ahora – dijo.
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Varias mojarras brillantes, se movían ágiles, en el agua transparente.
La más grande mordió la masa y el anzuelo. Felipe dio un tirón y la sacó del agua.
– ¡Papá! ¡Mirá!- exclamó – ¡Qué hermosa es! –
– ¡Sí! Es muy bonita.
– ¡Mirá! ¡Me mira! ¡Pide volver al agua!
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– Te ayudo a quitar el anzuelo sin lastimarla – dijo su papá.
– La llamaré “Plateada” – dijo emocionado Felipe.
Con cuidado la desengancharon, y la devolvieron al agua.
– ¡Chau, Plateada!
Plateada dio unas vueltas, miró a Felipe, y desapareció.
– ¡Creo que me sonrió, papá! –
Cada vez que va a ese arroyo, Felipe saluda a su mojarra Plateada y es feliz.
El Milagro
El Paraná, de espíritu impredecible como el del humano, baña el santuario de la Virgen de Paticuá. Desolado paraje, donde los yuyos, el calor y el silencio reinan casi todo el año. Casi. A principios de diciembre todo se alborota.
Se cortan los yuyos en flor; y el ocho, todo se decora con flores de papel.Brotan quioscos, parrillas, los caminos delimitados por cuerdas. Calor, polvo rojo, pollo asado de la mano sobre papel de diario. Cerveza, agua sucia y fervor religioso inundan el lugar.
María del Carmen Toledo de Martí estacionó su Renault 1 reluciente y apagó el aire acondicionado.
– ¡Santa Virgen!- exclamó sin devoción alguna.- ¿Qué pasa acá?-
Habían invadido su Edén. Donde el amor sabía a aventura. Bajó y apoyó con cuidado sus tacos entre los papeluchos y latas vacías, niños sucios que corrían y adultos que ni la veían.
– ¡P… madre!- sus ojos brillaron de odio hacia esos intrusos.
Hace unos días estuvo aquí, bien acompañada y había perdido el anillo que hace poco le regalara su marido, el diputado Martí. Y él venía de la capital esta tarde ¡Tenía que encontrarlo! Trató de recordar detalles.
– Se debe haber caído cuando estuvimos en la vereda del santuario…-
– ¿ Una vela pa’ la virgen, querés?- le ofreció una joven morena de misteriosos ojos.
– ¡Metétela!… está bien, dame una.-
La joven morena tenía una extraña sonrisa en los ojos, cuando le pasó la vela ya prendida. Con ella en la mano, María del Carmen recorrió de rodillas, la vereda nueve veces, ida y vuelta.
Palmo a palmo buscó la sortija. Nada. Al levantarse, lloraba más de rabia que del dolor que le producían sus piernas. Fue tambaleando hasta el coche y se sentó, dejando los pies colgando afuera.
Apenas si oyó la voz que le dijo: – No solo la virgen hace milagros. Yo también por quinientos pesos.-
– ¿Qué?- Alzó la vista. En los ojos de la vendedora de velas se reflejaba el brillo de su maldito anillo.
– ¡Hija de p…!-
– ¡Hija de pobres, señora de Martí!-
Primer premio del Concurso literario del Mercosur -rubro cuento- Posadas 2003.