El mes de agosto marcó en el calendario el final del recorrido, en este plano, de una entrañable mujer que dejó su indeleble marca de “maestra”, más allá de la tiza y la pizarra. A un año de celebrar el centenario de su nacimiento -10 de abril de 2023-, evocamos con profundo reconocimiento, a través de su obra pedagógica y literaria, a quien hizo, de su estancia en Montecarlo, su lugar en el mundo: Carmen Rosa “Tiky” Barrere Macedo.
Con mágico arrebol y delicada pluma, nos invita a adentrarnos en el ambiente natural que le rodeaba, en su retorno a la tierra colorada, estimulando nuestra imaginación con su relato: “Con el cambio de casa, mis ojos descubren con una lentitud casi parsimoniosa los encantos que mi reencuentro con la naturaleza me ofrece. Mi primer enamoramiento fue con el árbol de aguaribay añoso, que desciende casi hasta la puerta de entrada, pobladas sus ramas de hojas pecioladas que me acarician como al descuido si hay sol, o me sueltan diminutas gotitas si ha llovido. Enfrento enseguida, detrás de los arbustos y macetones con flores, el bosque donde termina la propiedad. Ahí brillan con el sol naranjas doradas, pomelos gordezuelos y árboles solemnes que se vestirán de amarillo o de lila para la primavera. Si camino entre ellos en silencio, percibo que me observan con atención. ¿Seré una depredadora, o una amiga? Para que me conozcan froto sus troncos, enderezo alguna rama, o simplemente murmuro mentalmente: “Amigos, yo los amo”.
Al llegar el momento infalible de tomar una siesta en estos climas y a través de la reja que limita la propiedad con el vecino, la enredadera que se trepa e invade mi patio haciendo sonar sus campanillas de colores, es visitada por ladronzuelos que a veces alcanzan los cinco centímetros y pesan solamente dos gramos. Para su tamaño, tienen picos y lengüita larga, y resulta sorprendente la agilidad de su incesante batir de alas donde el arco iris luce toda su gama de colores. Vienen solos, o en pequeños grupitos. Trabajan con la misma celeridad con la que vibran sus alas yendo de atrás hacia delante, o a la inversa y estoy muy cierta que las hembras, luego de libar el néctar, raudamente, se dirigen a los diminutos nidos del tamaño de una nuez, que han armado en sitios protegidos trasladando fibras muy livianas, trocitos de musgo y telaraña donada desde un tronco casi seco. Avecillas implumes muy hambrientas, aguardan el milagro de recibir el alimento de las diminutas madres, repitiendo idéntico amor que el de un humano. Por estos días, a raíz de haber sido aceptada por la magia de este universo que no tiene desperdicio, me han surgido unas preguntas: ¿Existirá un cementerio para colibríes? ¿Viven mucho tiempo? ¿Cómo soporta su ínfimo corazoncito el esfuerzo de ese volar sin pausa?
Debo preparar mis cuadernos para hacer entrevistas a los gnomos de camisetas rojizas que espían desde los troncos donde viven las orquídeas; esperar el calor para que las haditas que bordan guirnaldas de colores durante el estío me reciban, porque ahora, con el frío y mientras atizo los leños de la estufa, la voz que me saluda, crepitando y contoneándose en gráciles espirales, es la de las salamandras”.
Siempre que se trata de dibujar la personalidad, y más aun correspondiendo a seres tan comprometidos, como nuestra “maestra de las letras, maestra de la vida”, dejaremos fuera del relato muchísimas aristas. En esta oportunidad cometemos la misma mezquindad. Suponemos, de todos modos, que nuestra intención está cumplida al poner de relieve trazos destacados de una mujer excepcional, como lo es Carmen Rosa Barrere Macedo. “Que no calle el juglar”, era su ruego poético. Y en esa línea trabajó intensamente para regar el mundo literario con sus obras maestras: “31 cuentos de amor rosados y no tanto”, “Mi hijo bipolar”, Relájate y crece y Alas de cera, entre otras.
La pasión de enseñar
Descubrir el encanto de su entorno, acompañando su mirada inquieta, “no tiene desperdicio”. Tampoco tiene desperdicio saber de su fecunda trayectoria.
Una crónica de su meritoria actividad en la gestión pedagógica, quedó registrada en la prensa digital, de donde surgen los fragmentos que avalan su perfil emprendedor:
Carmen Rosa Barrere vivía en Punta Chica, y en 1957 llegó a Don Torcuato con su esposo, César Macedo, tres hijos y una suegra. Ya era docente, y su esposo era el dueño de la Escuela “Alas” de pilotos civiles, en San Fernando. (…) cuando el hijo menor cumplió 5 años, Carmen se rebeló y le dijo a su marido que quería trabajar. Él impuso que trabaje en la casa, a lo cual ella respondió: “Pongo un Colegio”… y ella… hizo el colegio, que hoy es el Instituto Marcelo T. de Alvear, conocido popularmente por muchos como “El Hornerito”. Se inauguró en 1964 y Carmen consiguió para ese evento una Guardia de Granaderos a Caballo y la presencia de Doña Regina Pacini de Alvear -que amadrinó el colegio. “El Hornerito -contó Carmen- era el nombre del Jardín, encontramos una casita de hornero abandonada y la tomé como emblema”. También logró que el Diario “La Nación” apadrine la biblioteca del Colegio donando 300 libros, consiguió un piano y a la Banda Militar de Campo de Mayo para dar conciertos al aire libre en el Colegio. “Culturalmente -dijo Carmen- yo moví las aguas en Don Torcuato en aquel entonces”, y destacó el gran apoyo del Rotary Club y todo el pueblo torcuatense. “Tengo un agradecimiento especial a todos los que hace 40 años me brindaron apoyo: el Hindu Club, el Rotary Club, Osuna, la gente -padres-; no tengo más que agradecimiento para la gente que potenció el colegio”, agregó.
Pero hay más: Carmen estudió pedagogía y ciencias de la educación en la Universidad de Olivos, egresó en 1967 y, por otro lado, obtuvo el título de martillero público y corredor de Bolsa. Realizó también estudios de control mental y fue Instructora en esa especialidad. Siguió estudiando control mental en Chile, México, Estados Unidos y España. Pero luego fue seleccionada por el Dr. Darío Lostado, pasa a ser instructora internacional y dictó cursos en Argentina, Chile, Ecuador, México, Paraguay, Colombia y Venezuela. En 1980 funda y dirige el Instituto Superior de Relajación Dinámica en Capital Federal. Lo cierra en 1987 para dictar cursos en el interior del país hasta 1996.
Pero en octubre de 1964, a poco tiempo de la inauguración del Colegio, César Macedo murió en un accidente en Guatemala. Ahora Carmen, sola, debía mantener el hogar; y no se detuvo. Hizo en el Colegio una prueba piloto, fue en esa época el único que incorporó hasta noveno año, el primer intento de un presecundario.
Carmen fue cofundadora del Instituto José Manuel Estrada y fundó un secretariado comercial para los chicos. “Salía a las 6 de la mañana y volvía a las 23 horas. Los chicos se criaron casi sin madre, y hasta hoy me lo recuerdan. Los hijos primero nos adoran, y luego son muy críticos con nosotros”, nos contó Carmen. (…) Decía entonces – “Tengo 80 años- que no aparentaba por su gran fuerza y vitalidad-, estoy dando cursos en mi casa y pronto voy a España a enseñar relajación dinámica; abriéndoles un camino para que luego ellos sigan”, comentaba Carmen.
Con sus 90 lúcidos años, continuó desarrollando un seminario de “Técnicas de relajación terapéutica” para ayudar a conocer los órganos del cuerpo, las funciones, los cuidados y para aprender a escucharlo cuando manda señales de auxilio.
En una nota publicada en la Revista regional Somos Puerto Rico celebrábamos su longeva vitalidad, compartiendo otra de sus poéticas reflexiones: “Mientras una persona tome un lápiz y juguetee un poema, mientras un joven cante mientras se baña, mientras una mozuela tararee esperando al novio, mientras un entradito en canas gire su carrito dentro del supermercado silbando “Cuando los Santos Vienen Marchando” y tu mirada se cruce con su mirada pícara, nos sentiremos vivos. Retendremos el calor de la ternura, la pasión del beso, la fantasía de escuchar una ópera, de ser capaces de arrullar a nuestros nietos o de canturrear en el oído de un anciano”.
Hasta siempre, Carmen
Es un honor hacerle este homenaje a una persona excepcional, que nos dejara un legado imponderable, en ejemplos de vida y en pensamientos certeros; que nos permite destacar su profundo sentimiento humanista.
Tiky (Carmen Rosa Barrere Macedo) nació en Posadas, el 10 de abril de 1923 y falleció el 10 de agosto de 2020, en plena pandemia. Entre tantas reflexiones, nos ofrece su abrazo literario en un mensaje poético:
Si alguna vez
Si alguna vez escuchando mi voz
te relajaste…o tal vez te dormiste
y encontraste la paz.
Ya conoces la puerta.
Si tu mente confusa no encontraba salida
y te dolía el pecho, Y pudiste aflojarte
al pensar. ¡Yo sí puedo!
Encontraste la puerta.
Si te sentiste chiquita comparada con ella,
te miraste al espejo y dijiste ¡Yo valgo!
Si la mano que extrañas te negaba los dedos.
Sonreíste hacia el cielo y sentiste ¡Ya vuelve!
Y si estás muy cansada busca el pasto verde.
Y silencia tu cuerpo y silencia tu mente.
Para sentir mi abrazo.
¡Siempre estaré contigo!
Por Stella Maris Guibaudo