Estamos viviendo el tiempo de la Pascua, y es una buena oportunidad para profundizar en el misterio pascual, que debe ser el centro de nuestra fe cristiana. Para seguir fortaleciendo nuestra alegría pascual, celebramos el segundo domingo de la Pascua como el Domingo de la Divina Misericordia. El mensaje de Misericordia es que Dios nos Ama a todos y quiere que nos acerquemos a Él con confianza, para que recibamos su Misericordia y la dejemos derramar sobre otros. De tal manera de que todos participemos de Su Gozo.
Nuestro querido Papa Francisco nos anima a considerar dos aspectos fundamentales de nuestra fe: la misericordia y la alegría, las que experimentamos especialmente en la Cuaresma y la Pascua. Durante la Cuaresma, contemplamos en silencio y oración el amor incondicional y la misericordia de Dios, que nunca nos deja solos, incluso en medio de las cruces. La Pascua nos llama a compartir la alegría de la resurrección, siendo un tiempo que nos convida a vivir alegres y gozosos, lo cual es una profunda experiencia espiritual que va mucho más allá de nuestras satisfacciones cotidianas.
También el Papa Francisco nos enseña que “el encuentro personal con Jesucristo es la fuente de toda alegría cristiana. Sin embargo, el camino hacia la alegría no es fácil. Requiere que nos enfrentemos a nosotros mismos y a nuestros defectos, y que superemos muchos obstáculos a lo largo del camino”.
San Pablo invita a los discípulos de Cristo a mantenerse siempre alegres, incluso en medio de las dificultades, pruebas y cruces de la vida. “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús. No apaguen el Espíritu…” (1 Tes 5, 16- 20). Esta alegría que solo proviene del Señor, es una experiencia que nos llena y se contagia. Para que la alegría no se apague en nuestra vida, debemos superar las tristezas, las decepciones y nuestras “heridas” emocionales, físicas e incluso espirituales que forman parte de la vida.
El camino de la cruz nos enseña a superarlas desde la fe. Pidamos a Dios un corazón abierto a la gracia del Espíritu Santo, para poder disfrutar del amor y la bondad de Dios para luego compartirla con nuestros seres queridos. Todo bautizado tiene la misión de proclamar la alegría pascual. El Papa Francisco nos enseña que: “Anunciar a Cristo implica demostrar que creer en Él y seguirlo no es solo algo verdadero y justo, sino también hermoso, capaz de iluminar la vida con un nuevo resplandor y un gozo profundo, incluso en medio de las pruebas…” (Evangelii Gaudium #167). En un mundo marcado por tantas situaciones angustiantes, esta Pascua debe ser una inspiración para ayudarnos mutuamente a encontrar, compartir y celebrar la alegría pascual. La verdadera alegría que proviene de nuestro Dios, nos transforma en personas mejores y en cristianos más auténticos.
Que la experiencia de la resurrección que hemos celebrado nos fortalezca para vivir con alegría, confiando en un Dios que es amor incondicional y misericordia plena. Que esta Pascua de resurrección que hemos compartido en familia y como comunidad nos dé fuerzas en medio de las dificultades que enfrentamos como sociedad.
Que la alegría de la resurrección nos acompañe y que seamos enriquecidos con el amor de Cristo que nos anima y sostiene en todo momento.