Una opción para este verano para los amantes del arte y el cine es mirar una película que te cuente la historia de un artista. En este caso es “Maudie”, la película que cuenta cómo Maud Lewis fue una pintora canadiense que alcanzó notoriedad a mediados del siglo XX. Sus dibujos coloristas de estilo folk, repletos de pájaros, flores, gatos, vacas y ciervos cautivaron incluso al presidente Nixon.
Maudie hace un repaso a la vida de esta peculiar artista desde que estaba en la treintena hasta su muerte en 1970, a la edad de 67 años. Una existencia difícil marcada por la artritis reumatoide que padecía desde su juventud y que deformó su pequeño cuerpo hasta imposibilitarla para poder pintar, una afición que le inculcó su madre de cría y que acabó convirtiéndose de mayor en una inesperada fuente de ingresos. Un dinero que, sin embargo, nunca manejó ni ayudó a mejorar su precaria salud.
Nuestra protagonista se quedó huérfana a los 33 años y tras un tiempo viviendo junto a su hermano, se trasladó a casa de su tía en Digby, Nueva Escocia. Dos parientes que jamás creyeron en ella y que nunca la apoyaron ni económica ni emocionalmente. Pero Maud sentía que podía trabajar y valerse por sí misma. Su vía de escape fue el anuncio que puso en una tienda Everett Lewis, un cuarentón soltero y huraño que pedía una mujer para realizar las tareas domésticas y con el que acabaría casándose poco después. En el filme no deja dudas del calvario por el que pasó esta mujer enferma, que nunca se quejaba del dolor hasta que fue ya muy tarde.
El foco de atención en cada pequeño detalle, en la delicada manera en la que la pintora autodidacta dejaba fluir su imaginación llenando de colores alegres las paredes de la pequeña casa donde habitaba junto a Lewis. Las postales que dibujaba llamaron la atención de una acaudalada vecina, que compró su primer cuadro por cinco dólares y a partir de entonces se dedicó a vender sus llamativas creaciones en su propio hogar, que se llenó de cámaras y extraños merodeando por el tranquilo lugar costero.
El filme se centra sobre todo en la extraña relación entre Maud y ese pescador antipático, gruñón y machista. Una relación que no comienza con buen pie y al que la protagonista se aferra arrastrando incluso su propia dignidad por los suelos con el fin de no regresar a la casa de su tía y empezar una nueva etapa, aunque sea incierta, dura y ella ocupe el último lugar en la lista de cosas por las que preocuparse. Con el tiempo, es Maud la que acaba domesticando el espíritu indomable de su compañero y logra que saque a relucir sus sentimientos más profundos.
Quizá no sea una obra redonda, pero Maudie es un interesante propuesta para conocer más de cerca la vida y la obra de una artista fascinante y desconocida que logra robar el corazón del espectador, especialmente cuando vemos imágenes reales de ella con la enfermedad ya avanzada en las que aparece mirando a cámara con una sonrisa contagiosa. Un plano para enmarcar, como las pinturas llenas de vida que solía retratar.
Claudia Olefnik
Artista plástica
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