“En un bosque cercano a una gran ciudad vivían un ciego y un rengo, cada uno en su choza. A pesar de ser vecinos, hacía mucho tiempo habían dejado de hablarse, tanto que ninguno de los dos recordaba por qué.
Una noche estalló una tormenta terrible y un rayo cayó sobre un árbol, haciéndolo arder. El fuego pasó a otro árbol, y a otro, y a otro… En pocos minutos, el bosque entero se convirtió en una hoguera.
El rengo se dio cuenta que no podía escapar porque el fuego era mucho más rápido que él. El ciego sabía que sus piernas eran muy rápidas, pero sus ojos eran incapaces de ver el camino. La muerte los acechaba y los dos podían olerla.
El rengo empezó a gritar, llamando a su vecino. El ciego, guiándose por sus palabras, llegó hasta la puerta de su cabaña y le preguntó qué quería, a lo que respondió: Tú puedes correr y yo puedo ver… ¡Juntos podemos salvarnos!
Inmediatamente el rengo subió a la espalda del ciego, que tenía unas piernas fuertes y empezó a guiarlo a través del humo y de las llamas. Corrieron tanto que lograron dejar atrás el fuego y el bosque. Poco después, ya en la ciudad y a salvo, los dos celebraban su buena suerte: el reencuentro que esa terrible noche había permitido”.
Este cuento sencillo, de quien desconozco la autoría me lleva a pensar en la conocida reflexión respecto a que «Nadie es tan fuerte como todos nosotros juntos».
A veces la vida nos pone en aprietos, nos sentimos desprotegidos, débiles o en desventaja. Y esto nos pasa a todos. Lo esencial es concentrarnos en nuestras fortalezas, como el rengo y el ciego. Sabiendo en qué somos buenos y reconociendo las virtudes de los demás, podremos hacer grandes cosas y salir airosos de cualquier situación.
Nuestras creencias pueden limitarnos hasta hundiros o dar alas a nuestras capacidades, depende de nuestras elecciones.
Colabora Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
IG: valeria_fiore_caceres