“Nunca me desprendí de la máquina de coser”, manifestó Pilar López, que, con 94 años, se ocupa de confeccionar ropitas para las muñecas que le envían desde el Hospital de Juguetes, para quien desarrolla tareas como voluntaria.
Nació en la localidad de San Ignacio, pero se crio prácticamente en Paraguay porque su papá, Antonio Cao López, que era español y se ocupaba de la construcción de represas, había ido a trabajar al vecino país y llevó consigo a toda la familia.
Empezó a coser de jovencita porque eso era lo que se aprendía en la casa. Su mamá, Vicenta Silvera, tenía máquina “nos hacía toda la ropa y yo aprendí con ella. Después estudié corte y confección, pero no me dediqué del todo porque siempre fui ama de casa, ocupándome de mis seis chicos”: Marilú, Nélida, Carmen, Eduardo, Aníbal y Luis.
A Posadas vinieron a vivir hace 40 años, siempre en el mismo lugar, en el barrio Santa Catalina. Su esposo, Joaquín Alcaraz, falleció hace más de 20 años, y “me quedé sola con ellos, pero armamos una familia grande, en realidad un familión, con 18 nietos, y 19 bisnietos”, celebró, quien se incorporó al grupo de voluntarios, tras una convocatoria.
Ahora, de grande, está cosiendo para el Hospital de Juguetes. Primero confeccionaba algunas prendas para las mujeres que estaban internadas en el Hospital Madariaga. “Me mandaban las sábanas rotas y de los bordes hacía camisones para las parturientas porque a muchas les llegaban el momento y, en el apuro, venían con lo puesto, pobrecitas, y entonces hacían falta camisones. Esa era una iniciativa de la Asociación Dar a Luz, que me encargaba esa tarea”, comentó, antes de tomar el té, en el living de su casa, en compañía de Nélida y Carmen.
Explicó que Celia, una familiar de su hija, que trabaja en el mismo tema, “me acercaba las sábanas para que las recorte y con eso se hacían los camisones. No eran de primera, pero significaban una gran ayuda para esas mujeres. Además, de los camisones, cosía recibidores, toallitas, y otras prendas necesarias para el bebé. Hice ese trabajo por bastante tiempo, pero hace unos dos años dejé de hacer porque me había enfermado”.
Contó que con las muñecas “empezamos antes de la pandemia, siempre acá, en casa. A veces hacía ambas cosas en forma simultánea (las ropitas de muñeca y los camisones) pero, finalmente, me gustó más el trabajo de las muñecas”.
Comentó que algunos juguetes vienen rotos, sin piernas, sin brazos, por lo que hay que reponer. Según su hija Carmen, “mamá es especialista en armar las muñecas porque a veces hay que agregar la cabeza de otro, un cuerpo de otro. Las piernas por ahí no son iguales, entonces ella les arma el cuerpo. Hasta le pone en el cuello un tubo que traen los hilos grandes para que quede firme la cabeza, con eso quedan impecables, después le pones una ropita”. A lo que Pilar acotó entre risas, a modo de complicidad: “Alrededor del tubo hago una costura bien reforzada y la cabeza no sale más. ¡Queda perfecto!”.
La abuela compartió que siendo niña tenía muñecas y que, por eso, esta actividad “me hace recordar a mi niñez. Me gusta mucho este trabajo y, aparte, es un pasatiempo porque me entretengo. Me levanto temprano porque tomo mucho mate por la mañana. Después pongo en jabón mis ropas, luego las lavo. Si bien cuento con la compañía de una chica, que es muy buena, mientras puedo hacer algunas cosas, sentirme útil, las seguiré haciendo. Y me gusta coser de todo. Siempre estoy cosiendo y cortando algo para los chicos, para los nietos. Hace rato no me dieron más aumento en los anteojos, pero tomo una vitamina con la que ando bien. Ya no uso lentes, aunque a veces me cuesta enhebrar la aguja”, graficó, quien se destaca por la habilidad y la paciencia.
“Como todas las hijas trabajábamos, nos dio una mano muy grande con nuestros hijos. Donde nos faltaba una empleada, estaba la abuela para darnos una mano con todo. Siempre fue una mujer generosa. Estamos muy orgullosos de nuestra mamá”.
Carmen sostuvo que el Hospital a veces no tiene juguetes y que, en ocasiones, de la nada, llegan 20 o 30 muñecas. “No hay ninguna obligación porque este es un trabajo voluntario. Entonces se hace lo que se puede. Si no puedo llevar todas las muñecas este viernes, por ejemplo, las junto y la llevamos el otro viernes. Nosotros vamos y empezamos a embolsar los juguetes y ese no sería un trabajo para mamá. La de ella es una tarea más tranquila, minuciosa, con la aguja, y es algo que puede hacer acá. Pero como es un trabajo voluntario, no hay una obligación de llevar 20 muñecas. Se hace lo que se puede, aunque somos pocas las voluntarias. Nos cuesta conseguir personas que tengan ganas de hacer cosas, y que se comprometan”.
Recordó que Silvia Moreno, la presidente del Hospital de Juguetes, hizo una convocatoria porque siempre se piden voluntarias. “Una amiga mía que trabaja mucho con el tema de las barbies, me invitó a ir al hospital. Como yo traía las cosas a casa, mamá vio y le gustó el tema, porque ¿decime si no es lindo vestir a los muñecos? Así que, enseguida se puso las pilas para empezar a hacer la ropa”.
Las telas, los hilos
Pilar pasa sus días entre las telas, los hilos, las lanas, los retazos. “Cuando estoy terminado un trabajo, me da una gran satisfacción porque pienso en la alegría que les dará a las nenas recibir una de estas muñecas”, confesó. Muchos de los elementos empleados son aportes de la familia, aunque la gente también dona algunas cosas.
“Cuando se logra confeccionar ropitas enteras, Silvia las cede a la Asociación Dar a Luz para que las comercialicen en las ferias americanas. Entonces a través de eso juntan dinero y compran otras cosas que son necesarias. También hay unas religiosas que residen cerca de la localidad de San José que en ocasiones pasan a retiran ropas. Hay gente que dona lanas y hay una señora que teje gorritos. Ahora, justamente, estoy por llevar unas madejas a una abuela de 80 años que no conozco, pero que también quiere incorporarse desde la casa”, expresó Carmen.
“Para nosotros, sus hijos, es un orgullo. Que ella, con 94 años, en vez de estar mirando la tele todo el día, esté trabajando con las muñecas, estando en casa. Estamos re orgullosos y para ella es un verdadero entretenimiento y una motivación. Esto le permite pensar, calcular, utiliza todo su ingenio al momento de armar una muñeca. La verdad que es muy ingeniosa, recorta tela polar y les arma un baberito o les hace hasta los zapatitos de tela”.
Las muñecas o los juguetes vienen de diferentes partes. Generalmente cuando en la familia hay chicos que ya abandonaron la niñez, “y dejan las barbies, dejan las muñequitas, los padres las llevan. También autitos, trencitos, triciclos, bicicletas. Todos esos juguetes se reparan como para que cuando lleguen a una criatura se encuentren en perfectas condiciones y pueda jugar como si fuera nuevo. Inclusive se ponen pilas nuevas, en caso que lleven. Es una tarea hermosa, la del hospital”, reseñó.
Una vez curadas las muñecas, “las llevamos hasta su hospital, allí se embolsan. Pero antes, agregamos, algún accesorio como mamadera, chupete, u otros. Si son barbies, le buscamos zapatitos. También zapatos para los Ken, que son los varones a quienes llamamos “barbo”. Todo eso se pone en una bolsa y se va cerrando, se va separando para nenas y para varones, bebés e infantes –van de uno a cuatro años-”.
El compañero de vida
Pilar se conoció con Joaquín Alcaraz en San Ignacio, donde eran vecinos. Antes de establecerse en Posadas vivieron en Gobernador Roca, Oberá y Campo Grande, donde el jefe de hogar desarrolló múltiples actividades.
Escribió varios libros, pero en su “Autobiografía y Reminiscencias de antaño”, editado en 1984, Alcaraz resumió brevemente sus ocupaciones.
En la Capital del Monte era propietario de un comercio hasta que en 1959 se trasladó a Campo Grande donde había sido designado Secretario Tesorero de la Capital del Docente. Y aunque no era su propósito establecerse allí de manera definitiva, por tener otros proyectos en vista, permaneció junto a su familia por el lapso de 17 años. Y en ese pueblo nació el sexto hijo.
Carmen contó que cuando vinieron a Posadas “estábamos a punto de ingresar a la Facultad por lo que no tuvimos mucha vinculación con la comunidad de Santa Catalina, más allá de asistir a las celebraciones tradicionales. El mejor recuerdo que tengo del barrio son los caminos de tierra con muchas piedras, y esa ribadita empinada de la avenida Leandro N. Alem, viniendo desde el centro, donde se sufría bastante. Luego, el asfalto ayudó a que se vaya consolidando la urbanización”.
Al mismo tiempo, trabajaba en un establecimiento comercial, lo que le permitía relacionarse con los vecinos del lugar y era apreciado por todos.
Mencionó que desde el comienzo de su estadía “ocupé en la parroquia el cargo de secretario de la comisión protemplo, con distintos sacerdotes, guardando caros recuerdos de amistad. Ocupé la Secretaría de la comisión proinstalación de luz eléctrica, del Club Atlético San Rafael, la Tesorería de la Cooperadora de la Escuela Nacional 150 y la Secretaría de la Cooperadora del Bachillerato Común de Campo Grande y síndico de la Cooperativa Tealera”.
Entre 1967 y 1970 ocupó el cargo de intendente de la localidad, propendiendo a la construcción de los muros de la cancha de fútbol, de la construcción del edificio para el mercado municipal, de la inauguración de la plaza General Belgrano, la construcción de la terminal de ómnibus, emparejamiento de la cancha de aviación, y la construcción de puentes y alcantarillas en el ejido urbano.
Alcaraz no quiso dejar pasar estos apuntes, “sin mencionar a las personas con cuya amistad gocé durante mi permanencia en Campo Grande, evocando a: Alejandro Bitón, Manuel Jáuregui, Enrique Vanoni, Osvaldo Bianchetti, Juan Zimmermann, Elado Portillo, Arsenio Schultz, Julio Juan Idzi, Federico Lelis Alderete Páez, Wladimiro Mielniczuk y Miguel de Olivera”, entre tantos otros.