Con un trabajo silencioso, abierto a toda la comunidad y sin fines de lucro, Alcohólicos Anónimos Posadas cuenta actualmente con catorce grupos distribuidos en diferentes puntos de la ciudad adonde asisten en forma voluntaria quienes aceptan tener problemas con el consumo de bebidas alcohólicas y que la única manera de seguir adelante es “aprendiendo a mantener la sobriedad para no seguir dañándose a uno mismo y a todos quienes le rodean”.
El Grupo Tolerancia, que funciona en un espacio cedido por la parroquia Inmaculada, recibió a PRIMERA EDICIÓN y sus integrantes compartieron su experiencia con el alcoholismo y que a la vez es transmitida en cada encuentro que llevan adelante, por lo general dos veces por semana.
“Acá vas a encontrar hombres y mujeres que conseguimos entender y admitir que no podemos controlar el alcohol pero que nos dimos cuenta de que tenemos que vivir sin la bebida para evitar el desastre para nosotros mismos y para la gente más allegada”, indicó Miguel.
Aclaran que quienes asisten no necesitan brindar su nombre y apellido si no lo quisieran, “acá no se impone nada, cada uno compartimos nuestra experiencia con la bebida a otros cuando se nos pide. Tenemos como objetivo primordial el mantenernos sobrios y ayudar a otros que recurran a nosotros para lograr esa sobriedad”.
Sobre una de las paredes se encuentra una especie de guía donde se detallan todos los sitios donde funcionan los diferentes grupos de AA en Posadas, como así también en el interior de la provincia.
“Tenemos lo que se denomina el Intergrupo en Posadas y a nivel provincial, el Distrito. Esto no tiene ninguna connotación religiosa, política ni nada que se le parezca. Esta es una anarquía benigna, a donde algunos se confunden, pero acá está prohibido prohibir porque quien viene a la reunión si quiere se levanta y se va. Puede dar su nombre verdadero o no, no se le impone ninguna condición”, comentó Ramón, otro de los presentes.
“Este es un programa de principios espirituales pero no es religioso. Acá no entramos en controversia con nadie porque lo más difícil para un alcohólico, un bebedor como yo, es hablar de uno mismo porque la culpa siempre la tiene el otro y yo soy una víctima. Por eso tengo la justificación para tomar pero no me doy cuenta que soy enfermo, que el alcoholismo me atrapó y me llevó a donde él quiso y me dio lo que quiso”, relató Miguel.
Tres momentos
Dijo que según su experiencia personal y de años de ofrecer su testimonio para colaborar con otros que transitan esos duros momentos, “el alcoholismo tiene tres etapas, uno, cuando sos pibe, tomás un poco, un ‘pedito’ de vez en cuando y masticas un chicle para no llegar mal a tu casa, que te sientan el olor al alcohol. Después en la siguiente ya empieza el abuso con el tiempo, porque esto es progresivo, ya buscamos el efecto, se puede sumar la sustancia y las complicaciones aumentan”.
Consideró que “la adicción es una sola, no es el alcohol, el tabaco, el juego… el problema está acá (se toca la cabeza) pero él no viene a mí sino que yo voy a él. ¿Por qué pasa esto? Porque busco refugio, creo que sé tomar y eso es el falso orgullo. Me miento, empiezo a mentir, porque ya busco pretextos, excusas, le echo la culpa a cualquiera, tomo porque estoy alegre y también porque estoy triste. Y esa es la enfermedad que te atrapa donde el único que no se da cuenta es uno”.
Miguel lleva varias décadas brindando su testimonio en diferentes grupos de AA en Posadas y vio cómo desde un humilde trabajador hasta empresarios y funcionarios públicos sucumbieron ante el alcoholismo.
“Esto no distingue raza, religión ni nivel social pero el adicto, el borracho es la lacra para la sociedad. No se acepta que es una persona enferma. La gente dice que es un borracho de ‘mierda’, un ‘drogón’ que anda robando y capaz que no roba, está sentado, no molesta a nadie pero porque consume ya es una lacra para la sociedad”.
En la misma línea reflexionó que “ahora, en la sociedad se comenta: sabés que fulano de tal tiene cáncer… y la inmediata respuesta es: vamos a hacer una cadena de oración para ver si le damos una mano. A mí me pasó, decían acá está Cacho, el borracho, que se cague, que se muera, no sirve para nada, no le da ni comida a sus hijos… la gente no ve la enfermedad, ve lo que vos hacés pero por qué tomás no sabe pero te condena igual”.
Además consideró que “el verdadero mensaje se lo da un borracho a otro, porque hablan el mismo idioma, entiende del problema, el infierno que tiene uno, la obsesión, la convulsión, esa alergia física. La mayoría hasta que no toca fondo no se da cuenta. Por eso somos pocos en las reuniones porque es muy difícil pasar de esa puerta para acá, porque la mente te lleva a lo fácil, lo difícil es sentarse acá en una mesa, escuchar, aceptar que uno está enfermo”.
Otro de los asistentes al grupo comentó su experiencia y dijo que “yo llegué a pesar 48 kilos después de tener normalmente 75 kg, eso fue a los 32 años por problemas con el alcohol allá en mi provincia, de la zona de Cuyo. Cuando fui a ver a un médico me dijo que tenía problemas graves en el hígado y después de un tratamiento de cinco años se recuperó pero no mi pulmones afectados por el cigarrillo. Gracias a que entendí, a que pude sincerarme que el alcoholismo me estaba destruyendo por completo y que es una enfermedad empecé de cero. Aprendí que uno no se cura por completo del alcoholismo, es una enfermedad que la llevo de por vida, como la diabetes, la presión arterial, es decir no puedo tomar o no beber más de una copa porque me puedo morir, así de claro”.