Días pasados partíamos con mi amigo Víctor hacía la localidad de Capitán Meza, Paraguay, para tomar parte de una edición más del Concurso de Pesca Variada Embarcada organizada por el Club de Pesca de esa localidad. Al llegar a Gobernador Roca hicimos un alto en el camino para charlar con Orlando Lukoski; amigo que se encuentra trabajando a full en la organización del 2º Concurso de Pesca Variada, de la Boga y el Dorado, del Centro de Cazadores y Pescadores de Roca Corpus este fin de semana.
Con mucho entusiasmo conversamos acerca de cómo se está poniendo en valor toda esa zona, dado el trabajo desde la institución, que entre las pesqueras de nuestra región es de las más jóvenes. Pocos minutos nos llevó armar el campamento, tras lo cual degustamos un rico guiso carrero preparado por nuestros amigos del Pacú Cuá. Ahí nomás, nos dirigimos a la costa para arrancar con la primera jornada de la competencia que contaba con un centenar de embarcaciones.
La tarde del sábado fue espectacular: con muy buen pique en las correderas y pozones que existen en esa parte del río. Llegadas las 18, y luego de culminar la jornada pesquera, se armó una hermosa ronda de amigos, cosa ya tradicional en este tipo de eventos donde siempre se desandan historias vividas en tiempos pasados.
Con Omar “El Sapo” Ortiz empezamos a recordar historias vividas en la zona de la Isla del Toro, aquel escenario de memorables pescas de grandes y tremendos dorados. Pero claro, no se podía hablar de ese lugar sin recordar al patriarca cuidador de ese sector de nuestro río: Pitito (“El Patabolí”), que según los lugareños era el tahachi, es decir un representante del Gobierno paraguayo designado para cuidar la isla.
Pitito era un personaje de estatura baja y de mucho carácter, que siempre estaba acompañado por algún joven cuartelero, como los denominaban a los jóvenes que se encontraban bajo bandera cumpliendo el servicio militar obligatorio.
Entre la costa del río y la isla, se encontraba el Paraje 33, un lugar con unos borbollones impresionantes que hacían bailar cualquier embarcación y donde se daban los grandes manguruyúes. Pero para acceder a esa pesca era indispensable contar con la autorización de Pitito, hombre que no aceptaba ningún tipo de soborno para otorgar el permiso de pesca en su comarca. La pesca podía realizarse libremente si uno respetaba ciertos códigos preestablecidos por él mismo. Entre otros, había que invitarlo a compartir ese asadito campamentero con jugo de naranja, porque no tomaba bebidas alcohólicas.
Contaban los lugareños que durante su juventud, Pitito sufrió la amputación de parte de su pie derecho con un machete, producto de haber dejado el sombrero de ese lado mientras se encontraba durmiendo en el lecho equivocado.
Durante los fines de semana, el banco de arena que se encontraba en el extremo sur de la isla solía convertirse en el punto de encuentro para todos los navegantes que arribaban desde la zona centro y sur de nuestra provincia, pues era un escenario ideal para ir a pasar el día en un lugar paradisíaco en medio del río. Eso sí, la única condición para poder hacerlo con tranquilidad, era pasar por el “drag Store” que montaba Pitito con sus subordinados, para lo cual cavaba un pozo en la arena y resguardaba allí todo tipo de bebidas a una temperatura agradable.
Ante el éxito del emprendimiento comercial artesanal del comarca de la Isla del Toro, un grupo de pescadores encarnacenos se planteó la idea de hacer algo parecido en la Torito Chica, que se encontraba aguas arriba de la Isla del Medio, sobre aguas paraguayas. Ese proyecto se cristalizó con un éxito rotundo entre los navegantes de la capital provincial y de la vecina ciudad de Encarnación, donde la confraternidad y el encuentro amigo superaban las limitaciones fronterizas.
Lamentablemente, con los hermanos paraguayos coincidimos en que aquellas anécdotas solo perduran en torno al fogón campamentero de los hombres de río, ya que con el correr del tiempo, el avance del hombre en pos del progreso y el aumento de la cota del vaso del lago de Yacyretá, tanto el banco de arena de la Isla del Toro -que se encontraba en Santa Ana- como la Isla Torito han desaparecido.
Ya cerca de la medianoche nos fuimos a descansar puesto que el domingo teníamos que encarar la segunda jornada de la competencia, que finalmente fue coronada por un gran almuerzo de camaradería y premiación.
Walter Gonçalves