Dejar la imagen para pintar la mirada. El cuerpo del otro es lo primero que aparece en el campo de la mirada (la madre) para que luego aparezca la percepción del propio cuerpo.
Todos hemos tenido la experiencia de la sensibilidad de un bebé de 7 meses, que se manifiestan ante risas, gestos ante sus padres cuando se las dirigen. Este júbilo, alegría se hace sin tener registro de su propio cuerpo. Lo primero que observamos es el marcado interés de visualizar el rostro de los familiares.
Estos juegos de padres y niños son el comienzo de la constitución de la imagen del niño, de alguna manera es cierta manipulación del que es objeto.
La iniciación al desarrollo de la maduración orgánica nos la muestra débil, insegura, aparece como un déficit que lo irá adquiriendo con el tiempo.
Recorriendo el arte, especialmente la pintura y la escultura, vemos cómo el cuerpo tiene diferentes valoraciones según la época, estas experiencias de los artistas es lo que permite acercarse al enigma de su propio cuerpo. En la relación del arte y el psicoanálisis si queremos saber, existen interesantes elementos.
Fue Freud quien comienza a analizarlas en rumbo de “interpretación” del deseo. Vemos en la escultura griega imágenes idealizadas del cuerpo, un cuerpo sin placer ni sufrimiento. Será en las imágenes dionisíacas donde aparece el goce en fiestas bacanales.
En el cristianismo vemos el cuerpo glorificado de Cristo, un cuerpo sufriente en nombre de Dios, una Virgen Madre doliente, la experiencia cristiana, es la de un cuerpo herido que tiene interés por la representación infinita del cuerpo.
Según J-A Miller ha surgido en el arte el deseo de destituir la imagen del cuerpo y sustituirla por una imagen sin sentido, desconocer la imagen y el sentido, esto comienza a partir del cubismo, lo geométrico significando la disolución de la imagen.
El arte abstracto es un esfuerzo para aislar el goce visual puro. Dejar la imagen para pintar la mirada.