En una sociedad democrática es indispensable el reconocimiento del otro, la tolerancia y el respeto a la pluralidad de opiniones. La democracia aporta procedimientos pacíficos e institucionales para dirimir las diferencias en el marco de la igualdad de derechos. Sin embargo, así como conceptualmente la idea resulta muy clara, resulta también compleja su aplicación ante los desacuerdos. Lo más habitual es que, ante el conflicto, las partes arranquen su narrativa desprestigiando al otro y sus ideas.
Cuando insistimos en una narrativa que deshumaniza al otro, categorizando sus opiniones como irrazonables y cerrándonos a entablar un diálogo constructivo, fomentamos su invisibilización y aumentamos la posibilidad de que se agudicen las tensiones. No se trata simplemente de adquirir habilidades de negociación para ser buenos, se trata de una cuestión estratégica.
Si en cambio entabláramos un proceso de diálogo que en la apertura diera lugar a aceptar las diferencias, basado en la escucha activa y en narrativas unificadoras, podríamos rápidamente restaurar marcos de convivencia, que es lo que actualmente necesita nuestra sociedad.
De esa manera los conflictos o desacuerdo podrían finalmente transformarse, sin caer en la lógica “suma cero” de vencido y vencedor, sino siendo superados con acuerdos que permitan satisfacer necesidades comunes, desechando las posturas aparentemente irreconciliables y vinculando el accionar de los actores a maneras creativas de aportar para lograr la gestión positiva del conflicto, sin que se perciban estos acuerdos como la claudicación de una parte en beneficio de la otra.
El diálogo allana el camino para acoger como válidas esas diferencias de criterios y experiencias, para encontrar aquello que nos une, abriendo paso a democracias verdaderamente inclusivas y a la transformación positiva de los conflictos para la construcción de paz.
La disposición a dialogar es inherente al ser humano. Pero este diálogo debe estar basado en la buena voluntad de escuchar al otro, sin agresiones aunque con un feedback para la mejora en aquellos puntos de disenso. El esfuerzo entonces, en lugar de estar puesto en derribar y agredir al otro, deberíamos encaminarlo hacia el compromiso de entrar en un proceso de diálogo con un verdadero interés por avanzar positivamente y con la obligación de respetar la dignidad de las otras personas.
Si bien siempre apuntamos a consensos, la democracia cobra sentido y tiene su base en las diferencias y por ello es importante la comprensión de que más allá de las identidades individuales y colectivas, de las diferentes perspectivas y de cuáles son los cambios que hay que hacer para alcanzar la paz, lo particularmente valioso es encontrar y preservar espacios de confianza en los cuales podamos hablar de disensos informados.
El reconocimiento del otro es el paso indispensable hacia la construcción efectiva y real de la paz, no ocultemos las diferencias o conflictos, gestionémoslos.