La piel es un órgano conectado directamente con el cerebro, las terminaciones nerviosas, captan, procesan y transmiten gran cantidad de estímulos en nuestro día a día, y estos se reflejan en nuestra epidermis.
El aspecto de nuestra piel es a menudo el espejo de nuestra salud física y emocional.
Son muchas las personas que suelen ir a las consultas de los médicos afectados por diversas patologías como el eczema, la calvicie, un acné muy virulento sin encontrar solución efectiva para su caso.
Se agotan todos los tratamientos conocidos sin que se resuelva el problema, sin que se alivie aquello que exterioriza nuestra piel y que, sin lugar a dudas sufre nuestro interior: las personas no somos un conglomerado de agua y aminoácidos sin espíritu y alma, al contrario, en ocasiones lo que pesa en nuestro cerebro es lo que provoca esta exteriorización de patologías.
La piel habla de nuestras penas y alegrías casi cada día: nos ruborizamos cuando nos dicen algo amable o cuando sentimos la cercanía de alguien que nos atrae, nos sudan las manos cuando estamos nerviosos, palidecemos de ira o enrojecemos de júbilo o incluso de vergüenza, la piel en esencia es capaz de liberar una gran cantidad de neurotransmisores que median en nuestras emociones, de ahí su íntima y estrecha relación con el cerebro, es un indicador de nuestro estado anímico que en muchas ocasiones si no están bien gestionadas o canalizadas, pueden terminar en enfermedades.
El sistema inmunitario disminuye su actividad ante el estrés, y esto se puede traducir en la aparición de muchas alteraciones dermatológicas.
–La aparición de herpes en los labios o los orzuelos podría ser signo de intranquilidad y nerviosismo.
-La urticaria, se relacionan a menudo con la depresión.
–El acné tardío, indica situaciones de cansancio y estrés.
-El prurito, ansiedad y angustia.
-La alopecia, en muchos casos, se puede relacionar con una pérdida emocional.
Otras formas de expresión:
• Un estado de estrés, vergüenza o ira, pone la piel roja y aumenta la temperatura corporal.
• Ante el miedo se vuelve pálida.
• El sudor en exceso reflejan estrés y tensión.
• Una piel opaca puede deberse a una situación de tristeza o desilusión.
• Está radiante cuando estamos felices.
• Se eriza ante un estímulo placentero.
En conclusión, escuchar nuestras emociones, y aprender a gestionarlas, mejora nuestro bienestar y esto se refleja en el aspecto de nuestra piel. Aunque hay que reconocer que no siempre es un trabajo fácil.