Don Pascual María Pros fue el primer recolector y separador de basura de la Capital de la Yerba Mate, municipio emblema en el cuidado ambiental a lo largo de sus años de historia.
Nació en Santo Tomé, provincia de Corrientes, el 14 de mayo de 1889. Se casó con Feliciana Villalba, de cuya unión nacieron ocho hijos: cinco varones y tres mujeres, que le regalaron varios nietos y bisnietos.
“Era un hombre muy correcto, a veces serio, pero de un corazón enorme y muy servicial”, manifestaron sus familiares, que le dieron impulso a la aprobación de un proyecto de ordenanza “de imposición de la calle Pascual María Pros” en el barrio Islas Malvinas, ex Timbó Viejo.
La historia cuenta que venía de ser capataz de Don Teófilo, que dejó gran parte de su existencia en un sector de la colonia en ese paraje conocido como la Capilla Zubreski, donde estaba el secadero de Don Teófilo Zubreski.
Vivió sobre la calle Paraguay esquina Independencia, del barrio San Martín, “donde había una planta de kurupí”, agregaron para dar más precisión al relato.
Cuando recolectaba los residuos pasaba por su domicilio y, “si estaba de buen chipá (de buen humor), los nietos lo acompañábamos hasta el basural que era a cielo abierto y estaba en el fondo del barrio. Nosotros como cualquier chico buscábamos juguetes o alguna cosa que nos llame la atención y él, nos retaba en guaraní, y su frase de cabecera era: ‘guanita tepotí’ (niña traviesa)”.
Como vestimenta habitual, usaba una bombacha de gaucho, faja y sombrero para cubrirse del sol, además de un delantal de cuero largo hasta los pies. “Pasaron los años y llegó la tan ansiada jubilación, así pudo sentarse a descansar en su sillón de mimbre después de laburar tanto y, silencioso, miraba hacia el infinito”, contaron.
En charla con sus nietas, Nélida Pros señaló que “para nosotros es un orgullo tenerlo como abuelo, él promulgaba la unión familiar, armaba las fiestas para unirnos más, juntaba a los vecinos, a los nietos, armaba carpas y amanecíamos bailando con distintos grupos musicales. Era el que alegraba a la familia y el principal sostén de la casa. Nos dejó el trabajo, la educación. Yo salía desde chica a trabajar, él nos enseñaba eso para ayudar a nuestros padres”.
Nélida refirió que de pequeña se criaba en la pensión en la que trabajaba su mamá, hasta que la dueña le presentó a Pros “como su nieta. Enseguida preguntó de quien era hija, cuando le respondieron de Antonio, se bajó del carro y cuestionó cómo la criatura iba a vivir ahí. Me llevó a su casa y armó una casita precaria, de tacuaras y techo de paja, en el fondo de su terreno. Así que conocí a mi abuelo mediante esa señora”.
“El municipio tendrá una calle con su nombre y será hermoso para nosotros. Habrá un espacio verde, seguramente vamos a ir a ese lugar a tomar unos mates. Vamos a cuidarlo, cuando se inaugure será muy especial”, aseguraron los familiares.
Desde los cuatro años, “yo tenía conocimiento que como recolector utilizaba un carro tirado por dos mulas y que con ese carro recorría la ciudad. Se levantaba a las 3.30 de la madrugada, desayunaba, y a las 4.30 iba a buscar al animal al que le había puesto el cencerro (campana pequeña y cilíndrica) para poder ubicarla con el sonido que producía. La ataba e iba a recolectar la basura”. Por esos tiempos, “él se bajaba, golpeaba las puertas de las casas y las familias le acercaban la basura o ponían las bolsitas en su carro. En ese tiempo no había canastos de basura”, agregó.
Dijo que el primer lugar en el que se tiraba la basura era la laguna de “Pataco”, en el fondo del barrio San Martín y, después, en La Tablada. Según su nieta, ya en ese momento Don Pascual reciclaba la basura, apartando los plásticos, las botellas. “En un cajón grande armaba todo lo que era botellas, y ese cajón estaba junto a una planta de Curupí. Llevaba esas cosas a La Vínica (un popular negocio en aquellos tiempos recordado por los apostoleños) y las mandaban al tren de cargas”. Cuando sus nietos lo encontraban por el centro de la localidad, se subían a su carro y “eso era lo más lindo porque paseábamos como si fuera en un auto”.
El recuerdo y homenaje
“Hasta ahora nos emocionamos recordando al abuelo. Este homenaje nació hace mucho tiempo, pero por diferentes cuestiones no se daba. Fue así que me acerqué a Adolfo, lo anotó en una libretita, y el lunes siguiente nos contactaron. Fue una felicidad enorme”, expresó.
Añadió que “siempre, cuando hacían las fiestas del empleado municipal, como nieta me sentía mal porque siempre recordaban a otros empleados, y al abuelo nada. Algunos decían que le pondrían una placa en la planta de reciclaje, pero no pasó nada. Por este motivo estamos agradecidos a las autoridades actuales que lo lograron”.
Emocionada hasta las lágrimas, Ramona Ayala, otra de las nietas, contó que Don Pascual “fue empleado de Julián Zubrzycki, en La Cachuera. Cuando este hombre asumió como intendente, el abuelo ingresó a la Municipalidad y a partir de ahí comenzó a trabajar en ese sector. Don Julián le preguntó si quería ocuparse, y él aceptó porque ya tenía su carro. Y se convirtió en el primer recolector”.
Añadió que “fue recolector hasta jubilarse, y siempre lo hizo de esa manera. Mi papá heredó ese trabajo y también lo hizo en carro para después comenzar con camiones. La recolección de la basura que tanto se cuida en nuestra ciudad siempre nos hace recordar a él”.
Tanto Nélida como Ramona cerraron la charla con un agradecimiento especial a quienes recordaron a Don Pascual otorgándole una placa. “Tenemos que agradecer a Adolfo Safran, a la intendenta, María Eugenia Safran y al Concejo Deliberante, a cada uno de los ediles, y a las primas de la familia con quienes reconstruimos su historia”.
“Recién pudimos conseguir esto después de 42 años de su fallecimiento. El municipio tendrá una calle con su nombre y será hermoso para nosotros. Habrá un espacio verde, seguramente vamos a ir a ese lugar a tomar un mate. Vamos a cuidarlo, cuando se inaugure será muy especial”, celebraron.
Aquel capataz de Don Teófilo
“Cuando las campanadas de la memoria repican en el templo de los recuerdos, el otrora corazón infantil se desliza como un camioncito de juguete, construido con latitas de picadillo y cajoncitos de dulce de membrillo, hacia las calles terradas del barrio San Martín donde fuimos haciendo los primeros garabatos en el cuaderno de la vida. Allí en nuestro barrio vivió hace algún tiempo Don Pascual María Pros, ese personaje llamativo que indefectiblemente lo aparentábamos con su viejo carro polaco tirado por un par de mulas o de cansinos caballos que entrelazaban el paisaje formado por calles terradas, casas sencillas de media agua, baldíos con aroma de pitangas, marcelas y otros arbustos o yuyos cuya existencia extrañamos porque se fueron diluyendo de a poco con el paso de la vida. Don Pascual había nacido en Santo Tomé el 14 de mayo de 1889 criado dentro de los rígidos cánones de la hidalguía correntina, conceptos que junto con la fe cristiana heredada de sus mayores y luego de contraer enlace con Feliciana Villalba el 16 de agosto de 1924, instruyó a sus ocho hijos (cinco varones y tres mujeres).
Allí en la tarefa fue capataz o jefe de cuadrillas de cosecheros y responsable de las tareas de secanza de yerba mate. Cincuenta años en la misma firma testimonian claramente de sus condiciones humanas y su dedicación al trabajo, de su particular estilo de vida austero y pleno de silencios. Tal vez por esos pergaminos fue convocado a cumplir en la Municipalidad el trabajo de recolección de residuos domiciliarios. Hecho que refleja a las claras de lo que era por entonces el Apóstoles pueblerino donde con un solo carro se juntaba la basura de cada una de las casas ubicadas entre las cuatro avenidas, para ser depositada luego en un basural a cielo abierto en las proximidades del eucaliptal de Puerta y a corta distancia de la legendaria laguna Pataco.
Pascual Pros con el andar de su gastado carro tirado por dos burros iba separando y clasificando los residuos y colocaba frente a su casa las botellas de aceite o vino, los frascos o los trozos de vidrio que luego lo vendía a la Vínica de Oscar Paredes encargado de comercializarlos hacia Buenos Aires transportados en los vagones de carga del Ferrocarril Urquiza.
Paraba el arcaico carro frente a una casa, y él golpeaba las manos para anunciar su presencia, esperando pacientemente que le acercaran la basura, sin olvidar que las bolsitas de plástico no existían como tampoco los canastos de residuos. Paraba el viejo carro y Don Pascual con la mirada clavada en el infinito, con la paciencia ganada por el paso de los años, con sus luengos silencios, asentaba la serenidad de la vida de un pueblo que crecía entre el saludo afable de sus vecinos, donde todos se conocían y vivían ajenos al ritmo vertiginoso de estos días, vorágine que nos aísla de las conversaciones y los encuentros amistosos, ya que todos teníamos el tiempo suficiente por ejemplo para escuchar la novela o el radioteatro por la radio tomando mate o compartiendo el pan recién horneado.
A veces nos acercamos con la memoria al barrio para evocar la sombra del añoso tala frente a la casa de Doña Lucía, aquella anciana de edad indefinida que poseía el extraño poder de arrancar con rezos y vencimientos dolores del cuerpo.
O alejarnos hacia el paraje La Capilla para cruzar frente al Martillo, aquella primitiva casona con esa herramienta pintada en la parte inferior de su fachada como un símbolo, enclavada justo en el cruce de cuatro chacras y sobre la cual Alfredo Zubreski, ese célebre personaje que una vez reflejamos en esta columna, le adjudicaba misterios de embrujos y fantasmas, los famosos aparecidos que lo llevaron a realizar numerosas excavaciones en busca de “tesoros escondidos”.
Una nostálgica melodía arrancada del acordeón del Chango Spasiuk acompaña la marcha pesada de los caballos del carro cargado de basura de Don Pascual que se pierde como una vaga nebulosa, símil a la fotografía que ilustra esta nota pero que persiste también en su lucha contra el inexorable correteo del tiempo”.
Reseña de Mario Zajaczkowski