Tiene razón Sergio Massa cuando advierte que “no nos entra un quilombo más”. Finalmente, al cabo de nueve meses de gestión, el llamado a ser “superministro” dio en el clavo… al menos en el diagnóstico.
No nos entra un quilombo más a los argentinos, empantanados en las revueltas viscerales de una dirigencia política cada vez más antipática y divorciada de la sociedad y la realidad.
No nos entra un quilombo más a los que salimos todos los días a pelear contra el duro contexto que tiene justamente al Estado como uno de los principales escollos para el desarrollo personal y colectivo.
No nos entra un quilombo más a los que hacemos malabares para llegar a fin de mes, mientras los que deberían aportar soluciones técnicas no van más allá de los programas de precios justos, cuidados y otros nombres y marcas carentes de contenidos, efectividad y federalismo.
“La política a veces da un espectáculo triste mostrando en la radio o en la televisión sus miserias y sus peleas por posicionamientos”, lamentó Massa en el mismo discurso, coincidiendo con la impresión de la inmensa mayoría de los argentinos.
Pero no basta solamente con reconocer el problema y acertar el diagnóstico. A estas alturas del mandato y de la crisis, aquellos a los que ya no nos entra un quilombo más, esperábamos soluciones concretas a problemas reales y no facilismos discursivos.