Buscando salida a la situación económica agobiante María Angélica Forpaniski y su hijo Héctor Da Silva, un joven de 27 que es discapacitado motriz, decidieron instalarse a la vera de la ruta nacional 14 con un puesto de venta de choripán.
Hace una semana están en el lugar y todavía no tienen habilitación municipal, porque le exigen otra parrilla, sin embargo aseguran que apenas junten el dinero necesario van a comprarla, porque quieren estar en regla, sólo quieren trabajar.
El puesto está en inmediaciones a la mencionada ruta y la avenida Pincen de Oberá. “Hace una semana estamos acá, porque está tan caro todo y no nos alcanza. Pagamos alquiler y a veces tenemos que comprar la medicación para él, así que nos tenemos que rebuscar. La única manera que encontramos de juntar plata es con esto. Yo cuido abuelitos, pero no siempre hay trabajo“, explicó a PRIMERA EDICIÓN.
“Hace rato tenía la idea, pero nunca nos sobraba para comprar la parrilla. Además tampoco teníamos heladera, pero sacamos un préstamo, retiramos una y ahí decidimos iniciar el puesto. La verdad que nos va bien, paran camioneros y gente que va al hospital”, comentó.
La semana venidera, dijeron, van a hacer el curso de manipulación de alimentos. “Juntamos la plata para el carnet que es tres mil pesos y el lunes voy a sacar la libreta sanitaria para los dos“.
“Ahora estamos juntando para la parrilla. Compramos una redonda a 7 mil pesos, pero la que nos exigen es cuadrada y está 15 mil, así que estamos juntando la plata para comprar. No tengo problema de ir a hacer todos los papeles”, señaló María.
“Yo también fui a la municipalidad, me mandaron de un lado para el otro. Después me dijeron que me iban a llamar para una entrevista y cuando fui, el jueves, me dijeron que no me van a dar el carnet por la parrilla. Pedimos que nos dejen trabajar hasta que podamos comprar la parrilla reglamentaria”, agregó Héctor.
Madre e hijo viven en cercanías al hospital, pagan un fletero para que cada día los traslade hasta la ruta y en horas de la tarde vuelva a buscarlos. “Estamos de las 9 a 15.30. Si nos va bien queremos venir todos los días. Por suerte el fletero nos hace precio“.
“Rogamos que nos den la autorización. Usamos guantes, tenemos todo limpio, preparamos las salsas cada día, están con tapa, así que pueden ver cómo trabajamos”, contó María.