Aunque lejos debe estar de ser una solución y en todo caso se habilita la posibilidad a un mal mayor, la sensación de miedo y la inseguridad que siente buena parte de los productores y colonos de la provincia los empuja a adquirir armamento para evitar el avance de la delincuencia rural. El delito en cuestión viene causando estragos en las chacras y se acentúa en las producciones que se desarrollan en el norte.
El vacío que a lo largo de los años fueron dejando los responsables de ofrecer un mejor contexto (seguridad, justicia, economía, etcétera) se ve reemplazado hoy por la relativa sensación de seguridad que genera tener un arma de fuego en casa.
De ahí que resulte paradójico que hoy se piense en repeler a tiros un flagelo que creció sin disimulo allí donde se produjo un enorme vacío dirigencial.
Los reclamos no son nuevos ni guardan detalles más allá de los conocidos. Siempre se apeló lograr prevención para evitar los extremos.
Sin embargo, al cabo de varios años de pedidos sin respuestas eficientes o soluciones de fondo, el escenario actual describe a colonos dispuestos a abrir fuego para amedrentar, evitar robos o bien impedir que sus familias queden entrampadas en violentos asaltos.
Cuando reflexionan, muchos dirigentes aseguran que los lugares son de quienes los ocupan y no de quienes los declaman.
Pues bien, hoy muchos colonos y productores que sólo pretenden trabajar y producir en paz se sienten empujados a armarse para hacerse cargo de rellenar los espacios que la seguridad y la justicia dejaron vacíos durante años.
La paradoja es evidente y las consecuencias están lejos de poder medirse.