Hace 69 años, Jonas Salk lograba una vacuna segura y eficaz para combatir la enfermedad más temida en el siglo XX: la poliomielitis.
Pulmones de acero. Aparatos ortopédicos. Pabellones de aislamiento. Para cualquiera que tenga más de 70 años, estas palabras pueden evocar recuerdos terribles de aquellos días en que la epidemia de poliomielitis era un aterrador suceso anual. Una infección que podía empezar como un resfriado de verano pero terminar con el niño paralítico de por vida o muerto.
La poliomielitis, históricamente conocida como parálisis infantil y hoy en día comúnmente como polio, es una enfermedad viral muy infecciosa transmitida por vía oral-fecal, por lo general, a través de agua o alimentos contaminados con heces. Aunque la polio puede atacar a cualquier persona sin que importe la edad, los niños son más vulnerables al riesgo.
El virus infecta en especial los intestinos sin causar enfermedad grave, pero algunas veces ataca el sistema nervioso central. Los síntomas pueden ir desde una parálisis temporal moderada hasta una parálisis generalizada que se convierte en tetraplejía permanente.
En su forma más grave, llamada poliomielitis bulbar, el virus ataca el tronco encefálico y destruye las neuronas motoras que le indican al cuerpo cómo tragar, hablar y respirar. Sin ayuda de un respirador, un paciente con este tipo de polio, por lo general, muere.
Aunque se sabe de la existencia de los virus de la poliomielitis desde hace miles de años, la primera descripción científica registrada data de 1789 y la hizo el médico británico Michael Underwood. Según Underwood, se trataba de una enfermedad extraña que parecía atacar en especial a los niños y los dejaba con una parálisis residual. Cada año seguían apareciendo focos de la enfermedad, pero fue recién a comienzos del siglo XX que el número de casos de parálisis alcanzó proporciones de epidemia.
En su libro “Patentar el sol: la polio y la vacuna de Salk”, Jane Smith recuerda una escena escalofriante del trágico pasado de la polio:
“Al principio atacaba levemente -un resfriado de verano, un dolor de cabeza o un poco de fiebre que era apenas un poco más que el sofoco de jugar afuera en un día húmedo. Entonces, de repente el ruido débil de un cuerpecito que cae y el grito de terror. ‘Mamá, no me puedo mover!’, ‘Mi cabeza, papi, no puedo levantarla!’. Seguía el grito de dolor mientras que los brazos y las piernas se retorcían hacia adentro, o el sonido más temido de todos, el de la asfixia que surgía cuando los pulmones se olvidaban de bombear y la garganta de tragar, cuando ante ti el niño se quedaba inmóvil, amoratado y frío”.
Aunque todavía no existe una cura para la polio, es posible prevenirla. Este miércoles se conmemoran los 68 años de la vacuna inyectable de Jonas Salk, elaborada con virus muertos y aprobada oficialmente en Estados Unidos el 12 de abril de 1955.
Junto con la vacuna de virus vivos desarrollada más tarde por Albert Sabin, la vacuna Salk hizo posible dominar la polio en todos los países de las Américas.
Fuente: Organización Panamericana de la Salud