“Muchas gracias a todos! ¡Juntos siempre es más fácil! ¡Lo hicieron de nuevo!” es la frase con la que Analía Colazo Bidegain corona cada uno de los logros de la Fundación “Ferrocarril del Nordeste Argentino, Acciones solidarias”, que preside. Es una manera de motivarse por haber podido escalar un nuevo peldaño en esta espiral de necesidades y para dar a conocer a las personas que la acompañaron en la cruzada, que se llegó a la meta, que el esfuerzo no fue en vano.
Cada vez que un pedido llega a sus oídos, trata de resolverlo de inmediato, con los recursos que tiene. Cuando la situación es un poco más complicada, publica en sus redes y las manos amigas no tardan en extenderse. “Se trata de gente de todo el país y de otros lados del mundo, que siempre está atenta a cada publicación y aporta su granito de arena. Sería imposible sin todas esas personas hacer cada objetivo una realidad; sobre todo cuando tiene que ver con la salud, que son los casos que publico”, comentó.
“La gente que me conoce de verdad, me sigue y sabe lo que hago, comprende que no voy a desviar mi camino por nada. Está segura de que soy tajante y que, a la hora de decir las cosas, las voy a decir y no me voy a callar. Quiero mucho lo que hago y me gusta. No tengo otro pensamiento en este momento que no sea mi trabajo”.
Quienes resultan beneficiados con lo más mínimo, “siempre me dan las gracias, pero digo que la agradecida soy yo por la confianza que deposita cada uno que aporta sus 100 pesos o más, que están presentes para colaborar o para defenderte cuando alguien te ataca; porque siempre hay alguien en el medio que cuestiona. Como dice el dicho: el ladrón cree que todos son de su misma condición”, manifestó en el programa Primera Plana, que se emite por FM 89.3 Santa María de las Misiones, la radio de PRIMERA EDICIÓN.
Para Colazo Bidegain, está bueno saber que detrás de esta tarea solidaria hay mucha gente que confía. “Cuando uno puede devolverle la confianza, tener credibilidad, poder demostrar que esos cien pesos que a alguien le sobraron, o capaz se privó de comer un alfajor; o sacó de su presupuesto diario, fueron utilizados en un pedido concreto, es lo más importante”. Entiende que uno tiene que valorar lo que el otro da de corazón, sin tener la obligación de hacerlo, porque es solamente solidaridad; tratar de tener empatía, de entender lo que le pasa al que está del otro lado, porque un día le puede tocar estar en la vereda de enfrente.
Consultada respecto a cuánto tiempo lleva ayudar a los demás, respondió: todo el día, todos los días, toda la semana, todo el año. No hay un solo día de descanso: “Pueden escribir por un caso urgente a las 3 y si lo leo, me levanto. Y si es algo muy urgente, me levanto y me pongo a pensar cómo lo puedo solucionar. A veces mi hijo me ve dando vueltas por la casa y me pregunta qué me pasa. Le contesto que estoy pensando cómo lo puedo arreglar. Por ejemplo, tengo que traer un medicamento oncológico desde Tucumán. Pienso cómo lo muevo, cómo lo puedo trasladar al otro lado, porque los solidarios estamos en red en varios lugares. Entonces me preguntan si tengo esto, o les consulto si tienen lo otro, y si me pueden traer hasta acá. Entonces hacemos puente”, explicó.
Fuera de esta tarea solidaria, Analía trabaja para poder mantenerse -afortunadamente en ese espacio no le hacen cuestionamientos-, pero admite que todo el tiempo está pendiente del teléfono. “El celular es mi otra mitad. Todo lo hago desde el móvil, esté donde esté: en un semáforo, en la calle, entregando una silla de ruedas…”, dijo.
Indicó que tiene muchos nexos en organizaciones de fiestas y eventos porque trabajó durante veinte años en el tema gastronómico. “Estoy en red con un grupo de amigos, cocineros emprendedores de Buenos Aires. En una oportunidad teníamos que colaborar con una campaña a la que denominamos ‘una córnea para Juan’: un señor al que le hicieron un trasplante de córnea en Buenos Aires. Entonces, cada emprendedor donó su producción (salames, tortas, sales, etc.), se hizo una rifa y con eso se reunió para llegar al fondo común”; dijo quien, además de ayudar a los misioneros, se hace eco de la colecta que aparece, sea donde fuere. La última recaudación antes de salir al aire consistió en el envío de cuatro ventiladores para la escuela 2 de Abril, de Claypole, Buenos Aires. Es que para Colazo Bidegain, la solidaridad es una fuente inagotable. Y, como la mayor parte de los que realizan tareas solidarias, trabaja a pulmón. “No es que se tiene un capital atrás que funcione para hacer lo que hacemos, sino que es mover los hilos. De eso se trata”, clarificó.
Durante la época de incendios, Colazo, en silencio, llevó a cabo una importante colecta para dotar de elementos a los cuerpos de bomberos voluntarios de Misiones. Por esos días terribles, pidió que alguien apadrine quince pares de botas para los efectivos y fueron varios los solidarios (entre ellos, la mamá de la cantante Lali Espósito) y se compraron estos elementos para los de Gobernador Roca. Además, una empresa reconocida donó cinco palets de ropa que se entregaron a doce cuarteles de bomberos de toda la provincia.
Recordó que la primera movida solidaria significativa fue hace cinco años, cuando trajo un camión repleto de cosas con donaciones para Misiones. Pero la solidaridad “siempre me gustó, desde que era chica. Tenía unos doce años y todos me miraban raro porque había un ranchito en mi pueblo donde vivía una señora sola y yo iba a tomar mate con ella porque no tenía compañía. O era de juntarme con los niños que no tenían nada y darle mis cosas o compartirlas, aunque no eran muchas. Siempre me gustó eso”, subrayó.
Hace pocos años, Analía perdió al amor de su vida, el fotógrafo y camarógrafo Daniel Maximiliano Correa. Y ahora siente que “estoy haciendo por los demás, lo que no puedo hacer por él. Porque, si bien la peleó, durante esos seis meses que estuvo internado y la pasó muy mal, siempre estuvo muy orgulloso de lo que yo hacía. Mientras lo estaba cuidando en el hospital, en Buenos Aires, conseguía sillas de ruedas para ayudar a otra gente; y él estaba chocho por eso. Me costó dos meses salir de la burbuja después que falleció. Pero dije: no, si él estaba orgulloso, tengo que seguir con lo que le daba orgullo, entonces un día me levanté y empecé. Arranqué y no paré. Fue también un poco mi refugio de seguir, a pesar de todo. Es por eso que, cuando se trata de algo oncológico, me mueve. Soy capaz de toparme con el mundo para conseguir lo que se necesite. Lamentablemente, el cáncer no espera”.
Contó que su mamá trabajó toda su vida y que ella ordeñaba las vacas y salía a vender leche montada en su bicicleta, cuando tenía entre diez y once años; y no por eso considera que la suya fuera una infancia difícil. “Siempre tuve la cultura del trabajo. Siempre digo, yo te ayudo, pero también te invito a que vos te ayudes. Te puedo dar un termo para que salgas a vender café, que generes tu plata, porque podés no tener trabajo. En Oberá encontré un claro ejemplo: una señora sin recursos que quedó viuda durante la pandemia, tiene un nenito con discapacidad y otros cuatro chicos más. No puede salir de su casa porque tiene que cuidar al nene que es electrodependiente. Me dijo que quería una maquinita para cortar el pelo. Compré una y, como le gusta coser, conseguí una máquina y se la mandé de sorpresa. Lloraba de la emoción y enseguida puso manos a la obra. Hizo portarrollos de papel para el baño, los pintó a mano, y quedaron re lindos. Entonces, te ayudo, pero también te invito a que lo hagas por vos mismo. Hay gente que tiene muchas necesidades; pero también están los que son cómodos, que no quieren trabajar”.
Comentó que siempre habla con la gente que está en el exterior y que es la que más me ayuda, y “planteamos ayudar a que se ayuden. Preguntar ¿qué sabes hacer? ¿pan casero? Bueno, te compro 25 kilogramos de harina, levadura y hacé una producción de pan. Y si volvés a necesitar, te la vuelvo a comprar, hasta que te generes tu propio ingreso. Esa es la idea. Te doy una mano, te levanto la pieza; pero que te ayude, no crear una dependencia. No es la idea. Tampoco es lindo tener que estar dependiendo de otro. A uno no le hace sentir bien”.
Miles de experiencias
Colazo Bidegain tiene miles de anécdotas, pero la experiencia más triste que le tocó vivir fue el caso de una señora que tuvo ELA y que no lograba obtener el medicamento por ningún lado. “Lo conseguimos en Jujuy y demoró tres días en llegar, y llegó tarde. Era de madrugada, la llamé a mi mamá llorando y le decía, ¿te das cuenta que no llegué? ¡que no pude! Fue muy frustrante”. Y la buena fue la cirugía de una niña bonaerense, en enero. “Tuvo meningitis que, como secuela, le produjo hidrocefalia, por lo que había que hacerle una cirugía en menos de 72 horas. Por las redes sociales pedían juntar medio millón de pesos para comprar una válvula para la operación. A los quince minutos, Roberto, uno de los padrinos que tengo en el extranjero, depositó el total del costo de la válvula. Al otro día fui a cobrar y deposité al proveedor para que le entreguen en el hospital en Buenos Aires y se hizo la cirugía. Cuando la vida de un niño está en juego es más angustiante. El otro caso fue el de Dylan, de Resistencia, también en enero. En menos de diez horas juntamos los 210 mil pesos necesarios para abonar la cirugía. Eso le dio la posibilidad, a los diez años, de caminar por primera vez”, relató, emocionada.
Con Roberto, en diciembre, equiparon el hogar de abuelos de San Ignacio. Compraron todos los colchones, las sábanas, los acolchados y ventiladores de techo. Se pagó el asado de Navidad y le regalamos 200 kilos de leche”, indicó intentando describir el rostro de felicidad de los ancianos y sus cuidadores.
Es por todas estas cosas que no puede no quedar involucrada con cada caso que llega a sus manos. “Eso no es muy posible porque la persona a la que vas a ayudar y realmente estaba en una situación muy difícil, nunca se olvida, y siempre te quedas conectado de alguna manera. Esa persona no se olvida que le diste una mano en un momento tan difícil. Es como una gran cadena, porque con el medicamento que no ayudé a esa señora, puede ayudar a otro señor de Buenos Aires con el mismo diagnóstico. Cuando falleció, unos meses después, su esposa me escribió y todos sus medicamentos, silla de ruedas, vinieron para acá. Entonces, con eso, te das cuenta que es verdad que todo es un karma, que todo vuelve”, mencionó.
Rememoró que hace un tiempo compró una silla de ruedas especial para un muchacho de Zarate que quedó cuadripléjico. “La usó poco tiempo y se quedó en el hospital. Pero él tenía una grúa y me acordé del caso de una abuela que ya no podía levantar a su esposo. Pedí que me prestaran y ayudamos a la abuela. Entonces es imposible no quedar conectado. Publico todo en mis estados de WhatsApp y la gente a la que ayudé hace cinco años, cuando empecé, me dice: Analía ¿Cómo vas? ¿Cuánto te falta?. Es permanente y te volvés un poco el psicólogo, el abuelo, el hijo y tenés que aprender un poco de todo: cosas de salud, de kinesiología, etc.”.
Entiende que “son cosas que te golpean, pero también te movilizan porque hay mucha gente que, por ahí, por ignorancia, por no saber cómo golpear puertas, no llega a tiempo. Y si Dios me dio esa posibilidad de saber patear puertas ¿Por qué no lo voy a hacer por el que no sabe hacerlo?” es lo que se plantea siempre.
Agradecimiento
Manifestó su agradecimiento a Darío y Lila, los propietarios de la empresa de transporte Río Uruguay, la mano amiga que siempre traslada las donaciones. También a cada uno de los choferes, a los que cargan, a los que lavan el colectivo; porque todos van haciendo puente. “Hemos mandado sillas de rueda hacia Salta y, en el medio del camino, el chofer paró el colectivo y bajó la silla para entregarla al beneficiado. En otra oportunidad, cuando regresó, la trajo de vuelta. Ellos están cumpliendo tareas, pero el hecho que me traigan algo, no es parte de su trabajo. Y, sin embargo, enseguida me comunican: Lore, te mandan una silla de ruedas, o colchones, en tal coche, para que esté preparada para ir a buscar. Eso no tiene precio. Por eso también mi gratitud está con toda esa gente, porque hay que moverla”, subrayó, quien estuvo nominada para los premios “Abanderados de la Argentina Solidaria”. “Fue una gran sorpresa. Son caricias al alma porque significa que algo estás haciendo bien”, celebró.
La chica de las flores
“Me gustan mucho los girasoles y, quienes me conocen, lo saben. Pero no sólo por las flores en sí, sino porque siempre digo que los seres humanos tenemos que ser como los girasoles, porque ellos, en los días nublados, se dan vuelta y se miran entre sí porque la naturaleza los invita a generarse esa luz; esa energía que necesitan hasta que vuelva a salir el sol. Los seres humanos tenemos que ser como ellos. Cuando los días nublados nos atacan y no tenemos quien nos dé una mano, nos tenemos los unos a los otros para ayudarnos”, reflexionó.