Por Walter Goncálves
Días pasados pedaleaba en la costanera limando la artrosis de mis rodillas, ese legado de mis años de motoquero. Al llegar a la altura de la iglesia de la Virgen Stella Maris veo a un hombre de muy avanzada edad tratando de trasponer la baranda, para llegar al río. Aunque cansado por el paso de los años, llevaba en sus ojos ese brillo especial que caracteriza a los amantes de la pesca justo al acercarse al escenario del mundo que los apasiona.
Con la ayuda de otro transeúnte acompañamos a ese viejo a sortear el obstáculo, descender por el barranco adoquinado y caminar sorteando las piedras voladas, hasta finalmente llegar a encontrar la orilla del río en la que pudo acomodarse.
Encarnó su liñada de mano, de esas enrolladas en lata que ya casi no se usan, sin disimular esa ansiedad de sentir aquel añorado pique de tiempos que se han ido.
Con la impotencia de ver esa realidad que también viven muchos otros pescadores de nuestra ciudad al no disponer de un espacio pensado para la pesca de costa, me trasladé en el tiempo. Recordé entonces, cuando a mediados del año 2006, casi por casualidad entré a la Escuela 809 “Trincheras de San José”, en el barrio A 4, y me llevé tremenda sorpresa al ver que todas las paredes del patio interno estaban pintadas con murales representando al río y los niños pescando.
Conversando con los docentes, me explicaron que absolutamente todos los murales habían sido hechos por los alumnos y expresaban el fiel reflejo del desarraigo que sentían, puesto que tanto los vecinos del barrio A4 como de Fátima fueron relocalizados desde las costas del Paraná, espacio en el que a futuro estaría emplazada la hoy costanera de nuestra ciudad.
A los pocos días nos juntamos con los amigos de la barra Pira Caú y nos preguntamos de qué manera podríamos reconectar a aquellos gurises con el río que no solo los vio nacer, sino que además estaba en lo más profundo de sí y llevaban el legado de sus ancestros. Tras aquella juntada organizamos unas “Clínicas de pesca, campamento y cuidado al medio ambiente” .
Esa gurisada se transformó finalmente en un grupo de 500 niños que sorprendieron a la organización por el nivel de atención prestada a las clases, que fueron dictadas por las doctoras Lourdes y Patricia, de la Facultad de Ciencias Exactas, quienes no escatimaron esfuerzos para socializar sus conocimientos sobre las especies ícticas de nuestro Paraná.
A ese trabajo en equipo también se sumaron los amigos de la Prefectura Naval Argentina, quienes hicieron posible que los niños aprendan a disfrutar del río con mayor conciencia sobre la seguridad y; el equipo del Ministerio de Ecología, que se sumó con las charlas sobre el cuidado del medioambiente: la Vicegobernación, a cargo de Pablo Tschirsch, corrió con la logística.
Párrafo aparte se merecen los pescadores del Pira Pytá, quienes capitalizaron los conocimientos de los niños, enseñándoles también sobre el armado de equipos, técnicas y modalidades de pesca.
Tras cuatro semanas de intensas clases teóricas, llegamos al 30 de septiembre de aquel año juntando a ese medio millar de niñas, niños y adolescentes en un concurso de pesca que finalmente se llevó a cabo en el “Lago del IPLyC”, donde hoy está emplazado el Centro del Conocimiento. Absolutamente todos los niños que llegaron desde Fátima y A4 pudieron capturar al menos un pez y devolverlo a ese hábitat.
Ese día descubrimos que aquella pasión resignada tan lejos de la costa de nuestro río estaba intacta en aquella gurisada que había sido arrancada de su lugar en el mundo.
Pasaron 17 años. Al ver a aquel viejo que con mucho esfuerzo logró sortear los obstáculos que le puso el progreso, entiendo la bronca y la impotencia que sienten tantos hombres y mujeres a los que vemos día a día saltando barandas para poder acceder a esas barrancas que sirven de pasaporte al apasionante mundo de la pesca. A pesar de todo.
Dedicado a los pescadores de la costanera de Posadas.