Tu trabajo propiamente dicho es sólo un medio para cubrir tus necesidades y las de tu familia; tu trabajo no es tu misión. Tiene su justa utilidad durante cierto lapso de tiempo, pero luego pierde todo sentido y retrasa tu evolución espiritual, además de generarte fatiga y estrés.
El trabajo se sostiene por el miedo a la carencia y por no seguir al corazón hacia su realización.
Aquellos que han encontrado su propósito en la vida y viven en abundancia haciendo lo que más aman, no sienten que están trabajando, sino sirviendo.
No lo hacen por dinero sino por amor y,, aunque necesitan el dinero para funcionar en este mundo como cualquier persona, jamás es su objetivo. Ellos siguen la voluntad del alma, no sus eternos e insatisfechos deseos egoicos. Estas almas no sienten el esfuerzo ni el cansancio de despertarse cada día a trabajar, sino que viven con entusiasmo, alegría y entrega.
Todos los seres humanos deberíamos servir y no trabajar. Para esto estamos en la Tierra. Sin embargo, hasta que se revele tu misión y debas aún trabajar en el sistema, procura que no sea lo único que haces.
Trabaja de santo. Haz el bien a todos de una u otra forma. Tú y tu familia no son lo único importante: todos son importantes. Piensa en el otro, en aquel que no conoces, que nunca hablaste, aquel que sufre porque se ha perdido y ayúdalo a que vuelva al Ser. O ayúdalo económicamente si puedes. No necesitas conocerlo, sino tan sólo expandir tu amor hasta comprender que todos son tus hermanos, vivan o no contigo bajo el mismo techo.
Si todas las personas hicieran tan sólo una pequeña acción de amor por aquellos llamados extraños, el mundo cambiaría hoy mismo.
Extiende tu amor. Abre tu corazón.
Tal vez descubras que tu misión es ayudar a todas las personas a alcanzar sus sueños.
Nos vamos acompañando.