De acuerdo al escrito de José Carvallo y a la recopilación de su hija, la profesora posadeña Luz María Carvallo de Borches, en 1900 se inició la colonización en la zona del Alto Uruguay. El acceso a Colonia Monteagudo era exclusivamente por el río Uruguay, en lanchas, canoas, jangadas. “Puerto Monteagudo”, así más tarde figuraba en los primeros mapas.
Hasta allí llegaron inmigrantes de muchas partes: alemanes, italianos, portugueses, españoles, entre otros, quienes fueron abriendo los primeros huecos en la mata fronteriza. Las casas se construían de maderas rollizas. El que sabía hablar y escribir en castellano, enseñaba a los niños el idioma y las primeras letras.
Ya se contaba con un puesto de Gendarmería Nacional y del Registro Nacional de las Personas, con el primer ciudadano argentino registrado en 1868. Tenían una edificación para la iglesia católica “Santa Elizabeth” y un cementerio comunitario, y fundar una escuela era una misión ambiciosa y futurista.
En 1925 se reconoció legalmente la escuela, y los hermanos Carvallo fueron designados al frente: José, como maestro y director, y Alfredo, como maestro ayudante de la Escuela Nacional Nº 122.
Los hermanos llegaron desde San José, después de trece días de andar bordeando la costa argentina, absolutamente despoblada, con una precaria lancha, una chalupa cargada de pocas pertenencias. Ya antes habían dejado una enorme caja con libros de más de 100 kilogramos para aliviar la embarcación “Lisboa II” y una carga mayor de sueños.
Esto ocurrió en el año 1922, según la brillante y detallista memoria de Doña Otacilia De Lima. En el monte corrió la voz del desembarco, y alrededor de 100 niños descendientes de varias nacionalidades los recibieron, los festejaron, les consiguieron un caballo a los maestros que, por trillas y picadas, iniciaron la organización para el rancho en que funcionaría la escuela. La comunidad motivada, puso en marcha la construcción del local propio para impartir clases, ya que hasta el momento la actividad se realizaba en galpones prestados.
A muque, machete, hacha, sierras, todo manual, la construyeron, a pasos del río Uruguay. En un trozo de cáscara de un gran tronco de árbol que alguien le acercó, con la punta de un palo encendido, José, el director, escribió con letras grandes “Escuela Nº 122” y lo clavó en un poste.
Luego, vinieron tiempos de grandes progresos, de colonización; también de crecientes asustadoras e impiadosas. La corriente arrastró la escuela sin dejar más que los cepos sobre los que estaba montada. Con esa tragedia se perdió toda información existente de la institución. La misión fue reconstruirla en un lugar más alejado del cauce, a unos 500 metros, pues allí también la encontró un 30 de agosto (festividad de Santa Rosa de Lima) un ciclón en forma de remolino que la levantó completamente, desarmándola en el aire, y nuevamente la escuela quedó indocumentada.
En 1930 se edificó en el lugar actual, ya en tierras donadas por Natalio Ongay, hecha totalmente de madera preparada a mano. En el lugar aún están algunos de los egresados de esas promociones. El relato de los abuelitos permitió hilar la historia de esta escuela que es la más antigua del municipio de El Soberbio.
En 1969, el entonces director, Héctor Raimundo Cabaña, habilitó un libro histórico en el que detalló que el 26 de marzo de 1969 la Escuela Nacional Nº 122 comenzó a funcionar como Escuela de Frontera, noticia que trajo el inspector de Educación de Frontera, Carlos Muniagurria, cumpliendo directivas del Consejo General de Educación de la Nación. Un mes más tarde se le asignó el Nº 5, “Escuela de Frontera Nº 5”. La precaria construcción ya contaba con más de 40 años. Fue entonces cuando, con diferentes gestiones, se consiguió la construcción tipo tinglados, columnas de hierro, ladrillos y madera.
En 1970, abrieron el primer camino vecinal. La comunidad contaba con un destacamento policial, una iglesia católica, una oficina del Registro Provincial de las Personas, almacén de ramos generales, un puerto oficial con lanchas a motor y una pequeña balsa. Un lugar con muchas promesas y esperanza. Las actividades predominantes estaban relacionadas con la madera, pesca, comercio y transporte por río con las muy usadas jangadas.
En 1980 la escuela pasó a depender de la provincia, Escuela F2-005; al año siguiente con la numeración actual, 605. En esta década, el acceso seguía siendo una de las grandes dificultades para los docentes, agricultores, madres embarazadas, enfermos, ancianos; y empezó la emigración de los lugareños hacia otros centros más poblados o con más recursos, en busca de trabajo, de una vida menos difícil, abriendo nuevos horizontes. En el último de esta decena de años asumió la dirección Avelino Rosas, quien se destacó por su paciencia, cariño a los niños y valores humanos.
En el 2006, la escuela ya muy deteriorada por las erosiones, el tiempo, la falta de mantenimiento, las goteras, la inseguridad, puertas y ventanas que no cerraban, pidió a gritos que se cumpla la promesa. Asumió la dirección la docente Mirta Gladis Wesner y junto al grupo puso en marcha el trabajo solidario, la coordinación de tareas de recuperación y mantenimiento, donde cada uno hizo lo suyo y así se volvió a dar vida a la escuela como para que se pueda trabajar en mejores condiciones.
En el 2008, desde el camino de acceso y el portón de entrada, se pudo observar a Norma Machado dictando su taller al aire libre, la prolongación de jornada para marcar la diferencia. En el mismo año se llamó a licitación, hubo un movimiento de empresas haciendo el reconocimiento del lugar, hasta que se presentó el equipo de Nosiglia Construcciones con la noticia de que harían realidad ese gran sueño: una escuela con infraestructura acorde a la modalidad, de jornada completa, donde los espacios para los niños fueran los adecuados. Despidieron al viejo edificio con fiesta, alegría, música y aplausos, con la participación de toda la comunidad monteagudense.
En 2009, ya no quedaba ni el esqueleto de la anciana escuela. La curva del río, el paisaje y sus pobladores fueron testigos de que la “605” se resumió en escombros, maquinarias, obreros por doquier, y la esperanza de volver con toda su esencia. Mientras tanto, continuaban instalados en los tinglados, acampados a modo de escuela provisoria. Tanto el calor como el frío eran una dura batalla para enfrentar entre docentes y alumnos, pero todo por una escuela mejor. La limpieza era realizada a diario por maestros y alumnos, porque no se tenía portero. Sobrellevaron la incomodidad del lugar y, por qué no decirlo, el peligro. Cables a la vista, mangueras que se rompían, víboras en el patio, etc.. Nada abatió el sueño de esta comunidad. Muchos de los talleres a los que se estaban acostumbrado no se podían desarrollar; quedaron en la dulce espera para cuando fuese posible la habilitación del nuevo edificio.
En el 2003 se oficializó el nombre “Barrancas del Uruguay”, por estar como un monumento en las barrancas del caudaloso río. Fueron los niños con sus votos, quienes eligieron el acertado nombre, por su lugar geográfico.
Mediante proyectos, gestión incansable, ayuda de colaboradores, y con los padrinos, Rotary Club del Pilar Recoleta, viendo las prioridades de los niños y buscando lo mejor para ellos, la escuela provee al alumnado de guardapolvos, zapatillas, los útiles, el kit de cepillo de dientes; como también brindando asistencia con ropas a las familias numerosas y madres embarazadas. Todo para que estos pequeños rurales tengan un futuro digno. La solidaridad es uno de los valores muy practicados y constantes en Monteagudo.
En el 2010, iniciaron el año con la ilusión de trasladarse a la nueva escuela, aún no terminada, pero ya en una fase adelantada. Se dejaba ver la construcción como un castillo, una obra de arte a los ojos de todos los que pasaron por la historia de este pintoresco y difícil lugar.
En 2014, tras varios años de insistir, de tramitar, contrataron al personal de servicio, Roque Pereyra, un ex alumno que conocía con lujo de detalles la gran necesidad de un portero, ya que había trabajado ad honorem.
Los contratiempos fueron parte del destino de los monteagudenses, quienes con todas sus ansias esperaban la escuela nueva, pero el terreno muy desnivelado, con un relleno dañado por el contraste climático, provocó aún más demora. La última parte debió ser derrumbada y se tuvo que reorganizar el plano. El ingeniero Roberto Pavía asumió la difícil y complicada tarea, con mucha paciencia y cálculos exactos, teniendo en cuenta que se hablaba de la seguridad de niños, la permanencia diaria de más de cien personas y personitas en el lugar, donde todo cuidado es poco. Los maestros conformaron un equipo que se ingenió para hacer frente a las dificultades. Crecieron, se fortalecieron, se llenaron de orgullo por ser argentinos, y fueron los que se repetían en cada amanecer “aquí comienza la patria”. Son ellos quienes aprenden de sus niños en idioma, religión, costumbres y les devuelven en sumas, lecturas, cuentos, valores, competencias, personas para quienes la vocación es un sacerdocio, que no terminan su misión con transmitir conocimiento, sino siendo al mismo tiempo mamás, papás, hermanos, consejeros, espejos que pueden ser imitados. MAESTROS con mayúscula.
Y llegó la hora de la mudanza. Con coraje y fuerza de voluntad hicieron el cambio de los tinglados a la nueva escuela. “La frontera sea para unir culturas, sumar saberes, contar entre idiomas diferentes una misma historia”.
Fueron llegando los adelantos
En 1994 la luz eléctrica llegó a Monteagudo. Fue una gestión realizada por la docente Norma Guastavino, y hasta hoy es un gesto muy apreciado por los agricultores. Juan Ramón Maradona, director en ese entonces, dijo que significó una gran diferencia el hecho de cambiar las lamparitas, el viejo petromax, las olorosas velas, por focos y un botón, y dar de baja las heladeras a querosén. Las familias del campo empezaron a tener un mínimo de comodidad, un beneficio que algunos de los más antiguos se resistían a comprobar.
Otro avance, el pozo perforado; una gran batalla ganada que daba fin a la falta de agua en los meses más calientes del año y a la precariedad del sistema (mangueras que conducían el agua cerro abajo) por el cual se obtenía el precioso líquido, aprovechando el desnivel del terreno y la amabilidad de uno de los vecinos que tenía en su chacra una excelente vertiente de agua. Al mismo tiempo se realizaron importantes arreglos en el edificio.
En el 2000 se cumplieron las Bodas de Diamante. 75 años de trayectoria educativa, de historia en la curva majestuosa del río Uruguay. Aquí ya con su inquieta y preocupada directora, Celina Sicardi, una docente de alma, con verdadera vocación, quien convirtió a la escuela en un real pedestal del lugar. Solidaridad, campañas de salud, décadas de dedicación, de creencias y leyendas en estas tierras de nadie, pero de todos, muchos de los cuales aún hoy siguen sin los títulos de propiedad de sus chacras.
Llegada de la radio escolar
El establecimiento fue beneficiado con una radio escolar comunitaria, FM Guacurarí, en homenaje a un héroe misionero. El proyecto del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, contemplaba diez radios en las fronteras del país, una de ellas en Misiones, sobre las márgenes del río Uruguay, en la frontera con Brasil.
Dos programas a nivel nacional fueron lanzados desde la antigua, humilde y lejana institución: “Tu carta va a la escuela” y “La escuela y los medios”. Aquí nació la promesa del entonces ministro de educación, de una escuela nueva para Monteagudo. No parecía real, pero un día llegaron los que estudian el terreno, después trajeron los planos. Mientras tanto la escuela siguió su trayectoria en las viejas dependencias.
En agosto de 2019 se jubiló la supervisora de la modalidad, Catalina Kibisz, quien por muchos años tuvo bajo su responsabilidad a escuelas de jornada completa en toda la provincia.