Carnaval quiere decir “carne levare”, algo así como “entregarse a la carne”, dejarse llevar por los placeres.
El carnaval es la celebración popular en la que predominan los excesos y los placeres, en el momento previo a consagrarse uno a las virtudes, a la austeridad, al ascetismo (renuncia de los placeres materiales) que impone la cuaresma cristiana.
Antes de ser una “antesala” de la cuaresma, el carnaval fue una fiesta independiente de ésta.
Pero ya en tiempos cercanos al siglo de esta obra, empezamos a verlo asociado a la tradición cristiana.
El carnaval se extiende durante los tres días previos a la cuaresma, el período de cuarenta días de “preparación” para recibir la Pascua (empieza el Miércoles de Ceniza y termina el Jueves Santo). Y ya en la cuaresma el cristiano debe reflexionar, arrepentirse de sus pecados y proponerse llevar una vida más cristiana.
Carnaval y cuaresma son opuestos, y a la vez complementarios.
Es por eso que, Bruegel el Viejo, uno de los más importantes representantes de la pintura costumbrista que prospera en Flandes en el siglo XVI, pinta esta escena que parodia (imita con humor) un torneo medieval, de ésos en los que los caballeros se enfrentan con sus lanzas.
Y ese contraste, esos opuestos, están bien marcados, bien divididos en el cuadro: más allá de los personajes que representan al rechoncho Carnaval y a la flaca y austera Cuaresma, a la derecha tenemos a la iglesia y a la gente dedicada a la abstinencia, a la devoción, a la piedad, y a la izquierda tenemos la taberna y a la gente dedicada al disfrute.
Los especialistas consideran que las escenas que vemos ocurrieron como parte de las celebraciones del folclore de la época. El punto es que no sucedieron al mismo tiempo, sino que Bruegel las unió en un mismo momento y un mismo espacio, logrando así el humor y la metáfora que buscaba.