En esa época, el Carnaval era un tiempo de juego y desenfreno en el que se “arrojaban a la calzada los estiramientos convencionales”.
Claro que estas fiestas cosecharon también enconados detractores, como el párroco de la iglesia de San Francisco, que en 1773 consideró que el baile de máscaras era pecaminoso y dictaminó que debía negárseles la absolución sacramental a todos aquellos que asistían a la fiesta de Carnaval.
Para evitar los desbordes, el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, dispuso en 1836 que el Carnaval se realizara con las puertas de las casas cerradas. Pero la medida no logró evitar los atropellos y, el 22 de febrero de 1844, Rosas prohibió el Carnaval en todas sus manifestaciones.
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