Celebramos un acontecimiento caracterizado por el miedo y la incertidumbre:
Una pareja humilde en Palestina es forzada a viajar.
María a punto de dar a luz.
Deben censarse para cumplir un trámite impuesto por las autoridades, bajo pena de ser castigados.
Lo hacen durante el solsticio de invierno. Un frío inclemente en la noche más larga del año le quita el encanto a la escena del pesebre tradicional.
José no encuentra lugar donde pasar la noche. Se encuentra frustrado, sin una cama en una posada. Tienen miedo por lo que puede ocurrir. Pasan la noche en un establo. Una mula y un buey son los testigos de los dolores de parto, en condiciones desfavorables.
En medio de la oscuridad y el temor, nace un niño, pequeño y frágil.
Brilla una estrella en la noche que guía a unos raros personajes que vienen del Oriente. Unos magos que traen unos presentes para el rey de los judíos que ha nacido.
Deben evadir a Herodes y sus pretensiones de ubicar a ese niño que amenaza su poder.
Rodeado de unos pobres y desvalidos pastores nace un niño que viene a cambiar la historia.
María, exhausta por el trabajo de parto, observa a su bebé mientras lo amamanta.
Las escrituras dicen que observaba todos estos acontecimientos y los guardaba en su corazón. No sabe qué pensar o decir. El temor no se disipa, pero lo que sí está presente es el amor.
Celebramos el amor, su fuerza y esperanza. La Navidad es resiliente.
En un mundo en el que todos se creen con derecho a todo, donde reina el sálvese quien pueda y la creencia del merecimiento por el solo hecho de querer algo, reflexionar sobre esta celebración es clave para entender su sentido y confiar en ese algo más grande que nos cuida.
Celebramos el milagro de la vida y, como en cada nacimiento, la fe y la esperanza renovadas en un tiempo que vuelve a empezar.
Celebramos la ternura, camino directo para despertar lo mejor del espíritu humano.
Ese espíritu que nos permite la fuerza de sabernos conectados por el amor y la compasión. Esa espiritualidad que nos permite la esperanza -no como emoción o ilusión- sino una esperanza deliberada, una forma de pensar, de poder establecer metas y confiar en que podemos alcanzarlas.
La práctica de la espiritualidad aporta perspectiva, sentido y propósito a nuestra vida. Aporta la confianza suficiente para saber que los obstáculos quizás aparezcan y que podremos superarlos y volvernos mejores.
En una cultura donde la desestima, que cree que todo tiene que ser divertido, rápido, fácil y que, ante el menor obstáculo, se frustra o abandona dejando gobernar a la desesperanza, les propongo encontrar ese espacio en los corazones que nos ancla al presente y contacta con la luz interior para renacer ante las dificultades.
Y cuando aparezca miedo, culpabilidad, dolor, malestar o cualquiera de esas sensaciones que sabotean la resiliencia, volver a ese espacio en el que nos sabemos sostenidos por algo superior para aferrarnos fuerte a la esperanza y la compasión que nos inspira. Es la única experiencia lo suficientemente amplia e intensa como para lidiar con eso.
Que esta Navidad los encuentre rodeados de amor y esperanza, en la forma que sea. Que en esta navidad encuentren esa fuerza interior para mirar con amor cada paso del camino.
FELIZ NAVIDAD