En el primer tiempo se tomó la parte interior del muslo izquierdo y con esa acción el corazón de buena parte de los argentinos se paralizó. Por algunos minutos sobrevoló la posibilidad de que el mejor no siguiera en cancha. La angustia, sin embargo, se disipó en un par de jugadas. Un penal a favor y las cosas comenzaban a encaminarse. Más tarde transitaba la punta derecha con la pelota “atada” al pie, cuando sacó a pasear a la revelación croata, el veinteñero Gvardiol, y se la dejó servida al ariete argentino que acomodó el pie para volver a inflar las redes y desatar la locura de millones y otros tantos que aman el buen fútbol.
Messi capitanea hoy el deseo, la ilusión y los sueños de millones… y tiene a su lado un grupo de jugadores, técnicos y asistentes que así lo entienden y dignifican esas sensaciones con su forma de plantarse y encarar los partidos. Juegan por todo, claro, por la copa y el título… pero pelean por todos, encarnando la necesidad de un pueblo que espera mejores noticias que las que sus dirigentes les siguen negando.
Messi tiene ahora una nueva chance, su segunda final para conseguir el título que tanto desea y que se le/nos quedó atragantado en Brasil. Lleva consigo la convicción, el talento y los compañeros para lograrlo, pero también la fuerza y empuje de un pueblo que, como pidió días atrás, cree.