El mes de noviembre se inicia con dos celebraciones muy importantes como son el día de “Todos los Santos” y la “Conmemoración de los fieles difuntos”. En el marco de estas dos fiestas tan significativas es oportuno reflexionar desde nuestra fe, sobre el gran misterio de la vida, que trasciende más allá de nuestro paso por esta tierra.
Por eso los invito a centrar nuestra mirada hacia estas fiestas cristianas: el 1º de noviembre, Fiesta de Todos los Santos, festividad que nos permite seguir el ejemplo de vida y testimonio de tantos beatos y santos reconocidos por la iglesia y muchos de ellos no proclamados oficialmente como tal, pero que gozan de la redención de Cristo Jesús y comparten la gloria del cielo.
Esta conmemoración nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vocación como cristianos, “la santidad”. Más que un estado de vida, la santidad, es un camino que emprendemos todos, desde nuestro bautismo descubriendo poco a poco la belleza de la vida que Dios nos ha regalado. Con una mirada desde la fe, la fiesta de todos los santos, nos recuerda nuestra verdadera identidad, que somos ciudadanos de pleno derecho del cielo, que camina hacia la patria común de toda la humanidad y de todos los tiempos.
Los santos son nuestros intercesores ante Dios y sus ejemplos de vida nos deben motivar para asumir también nosotros, el anhelo de santidad, de modo que participemos un día de la gloria de Dios, que debe ser la meta máxima de nuestra existencia.
La conmemoración del 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, nos impulsa a homenajear a nuestros seres queridos que ya han partido hacia la casa del Padre, ofreciendo obras de penitencia, oraciones, indulgencias para que alcancen la salvación.
La reverencia que ofrecemos a nuestros seres queridos difuntos, es parte de una hermosa tradición de la Iglesia. Es un día que nos ayuda a renovar nuestra confianza en Cristo Resucitado, como nos recuerda San Pablo, si “Cristo no resucitó, vana es nuestra fe”, (1 Cor 15, 14.17). Esta celebración nos une al Misterio pascual de Cristo. Frente a la fragilidad humana encontramos fortaleza y esperanza en Dios que nos abre las puertas de la resurrección.
Al celebrar a Todos los Fieles Difuntos, también ofrecemos a Dios lo que nos queda de existencia, como una preparación a nuestra propia muerte, sabiendo que al final de la vida, se nos juzgará sobre el amor, no sólo manifestado de palabras o en nuestras devociones, sino especialmente por nuestras buenas acciones.
Estas conmemoraciones reconocen nuestra verdadera identidad como seres humanos, que peregrinamos en esta tierra hacia un destino común que nos recuerda de nuestra esencia “ser ciudadanos del cielo”. Desde la fe es una oportunidad para asumir nuestra condición de herederos de la vida eterna y es motivo de esperanza frente al misterio de la muerte, celebrar la eternidad que viven nuestros seres queridos en el cielo.
Que estas dos conmemoraciones, nos animen a vivir profundamente la fe en Cristo, fortaleciendo nuestra verdadera identidad como ciudadanos del cielo. Que en nuestro camino hacia la santidad vayamos descubriendo y haciendo descubrir cada vez más la belleza de la vida.
No dejemos pasar esta nueva oportunidad, que nos exhorta a vivir profundamente nuestra vocación a la santidad, cualquiera sea el estilo de vida que hemos abrazado, para que en nuestra entrega generosa, la que somos capaces de ofrecer en esta vida, nos haga partícipes del gran amor y misericordia de Dios en la vida eterna.