Con una inflación ya instalada en un promedio mensual de 7% y datos que aseveran el desplome del consumo (10% en septiembre tras un 7% en agosto), el Gobierno entiende que la “guerra contra la inflación” está perdida y ahora se decanta por “salvar” a los sectores más sensibles.
El problema radica en la forma y es ahí donde se plantea la nueva interna del oficialismo.
Tras conocerse los datos de la creciente indigencia en Argentina, el ala kirchnerista comenzó a demandar acciones concretas para frenar la escalada de precios en alimentos. Concretamente reclama que el ministro de Economía, Sergio Massa, disponga un congelamiento de precios de la canasta básica.
Massa, en tanto, respondió desde Estados Unidos con un lapidario “no está contemplado” y alegó en ese sentido que, de hacerlo, sería como “pisar una manguera”.
“Frenás por un rato, pero el agua está”, comentó. El terreno está abonado como para que el oficialismo vuelva a peleas intestinas.
Pero más allá de la interna, el problema de los precios persiste y acarrea un fuerte riesgo porque la continuidad de la situación actual es igual de peligrosa que un plan estabilizador de shock.