La inflación de agosto y su enorme huella interanual, la más fuerte de las últimas tres décadas, señala que ni siquiera el peso específico de Sergio Massa como ministro de Economía inclina la balanza de los precios. O, peor aún, que su peso hace que los costos suban.
Con el diario de ayer y los datos de las mediciones de alta frecuencia de precios al minuto, es posible afirmar que la inflación de 2022 estará más cerca de 100% que de lo presupuestado por el Gobierno.
Hasta el momento el denominado “superministro”, cuyo desempeño queda hasta ahora “opacado” por las tensiones políticas devenidas del intento de magnicidio, logró frenar la inercia de la crisis en la que convergen los mercados y los grandes acreedores, pero el desorden de la macroeconomía es tal que mientras no se ocupe de ese aspecto nada servirá para el reordenamiento interno y para traccionar el apoyo popular, de cara a un próximo año con urnas de por medio.
Resolver el drama inflacionario sigue siendo la tarea urgente, pero nadie parece entenderlo o asumirlo, mucho menos lograrlo.
La sentencia incluso partió desde el FMI por donde Massa había desfilado poco antes. “Los problemas que enfrenta la Argentina son muy significativos y al tope está la inflación, que es devastadora especialmente para los pobres de la Argentina”, advirtió el principal acreedor del país.
Pero incluso el cumplimiento de las metas que el país trazó junto al organismo de crédito implica más inflación. De hecho, la vigencia de la eliminación de subsidios al gas, el agua y la luz (en el caso de Misiones) para reducir el déficit conlleva un aumento tarifario cuyo impacto aumentará exponencialmente la inflación del mes en curso.
Ya sea para frenar la inflación como para cumplir con el acuerdo, cualquier medida que se adopte tendrá consecuencias en su contraparte. El tetris de la crisis se acelera.