Se conmemora hoy en Argentina el Día del Maestro, al cumplirse el 136º aniversario de la muerte de Domingo Faustino Sarmiento, el autodidacta sanjuanino que creó las primeras escuelas normales del país.
Presidente, ministro, embajador, gobernador, escritor y periodista, todo eso llegó a ser aquel muchacho provinciano que aprendía y enseñaba bajo la higuera, pero por encima de todo eso, Sarmiento fue maestro.
Una vez, al pedírsele que sintetizara en cuatro palabras las bases de la enseñanza primaria, escribió: “Edificios propios, rentas propias”; pero, como faltaba lo esencial -maestros- fue al exterior a buscar profesores capaces de formarlos.
Así, el 13 de junio de 1870 fundó en Paraná, provincia de Entre Ríos, la primera escuela normal del país -dirigida por el pedagogo norteamericano Jorge Stern- y tres años después, en Tucumán, la segunda; de allí surgieron los primeros maestros argentinos.
Después vinieron, también de su mano, los colegios nacionales de San Luis, Jujuy, Corrientes, Concepción del Uruguay, Santiago del Estero y Santa Fe; el Observatorio Astronómico de Córdoba; la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas y la Academia de Ciencias.
La lista de los logros de Sarmiento es vastísima: el primer Censo nacional; la primera oficina meteorológica; la prolongación del ferrocarril hasta Tucumán; la llegada del telégrafo a los confines del país…
Como dijo Carlos Pellegrini -por entonces vicepresidente- al despedir sus restos en el cementerio de la Recoleta: “Sarmiento fue el cerebro más poderoso que haya producido la América”.
Cumplió tantos roles diferentes -periodista, gobernador, presidente, ministro, embajador, escritor, maestro- y tuvo tantas facetas -genio, desaforado, contradictorio- que resulta casi increíble caer en cuenta de que Sarmiento fue una sola persona.
¿Cómo entender, por ejemplo, que el hombre que elevó de 30.000 a 100.000 la cantidad de alumnos primarios durante su gestión de gobierno, fue el mismo que aconsejó “no ahorrar sangre de gaucho”?
“Empecé a ser hombre entre la navegación a velay el vapor que comenzaba. Mis ideas participan de estos dos ambientes”, intentó disculparse de viejo. Y hasta se rio de aquel libro que escribió en Chile, cuando en plena juventud tuvo que exiliarse porque no era bueno ser unitario en los tiempos de Rosas: “Facundo es un libro extraño, sin pie ni cabeza”, dijo.
El “maestro inmortal” falleció el 11 de septiembre de 1888 en Asunción (Paraguay), donde se encontraba en procura de un clima más benigno que el porteño para su corazón enfermo.