Recientemente tuve la oportunidad de conocer los resultados de un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo y me topé con un revelador hallazgo: la confianza es el problema más acuciante y sin embargo es el menos abordado al que se enfrenta América Latina y el Caribe.
Tal y como reza el informe: “Ya se trate de los demás, del gobierno o de las empresas, la confianza en la región es menor que en cualquier otra parte del mundo. Las consecuencias económicas y políticas de la desconfianza se propagan a toda la sociedad. La inversión, la iniciativa empresarial y el empleo florecen cuando las empresas y el gobierno, los trabajadores y los empleadores, los bancos y prestatarios, así como los consumidores y productores confían unos en otros”.
Más que detenernos a analizar las causas de esta realidad, quisiera dedicar estas líneas a abordar las posibles opciones que tenemos cada uno de nosotros para revertir estos resultados y poder sembrar más confianza.
Lo primero es entender que somos energía y que si no podemos confiar en otro es porque primero no estamos confiando en nosotros mismos.
Ahora bien, la desconfianza nace de la desinformación. Cuando no nos conocemos lo suficientemente bien a nosotros mismos, difícilmente vamos a estar lo suficientemente empoderados para depositar nuestra confianza en los demás.
Luego, debemos entender que la confianza es imprescindible para la colaboración y la innovación. Si no confiamos en las personas que nos rodean, es imposible que podamos crear nada nuevo ni unirnos en función de un mismo fin.
Bien sea que estemos en el ámbito empresarial o público, es necesario reflexionar ya que solo la transparencia y el involucramiento de toda la sociedad en su conjunto dará como resultado un giro en esta crisis de confianza que nos afecta.
Coincido con el informe del BID en cuanto a que pudiera haber una luz al final del túnel: “La buena noticia es que los gobiernos pueden aumentar la confianza con promesas más claras sobre lo que los ciudadanos pueden esperar de ellos, con reformas del sector público que les permitan cumplir sus promesas y con cambios institucionales que refuercen los compromisos que los ciudadanos contraigan unos con otros”.
Como una vez diría Facundo Cabral: “Si los pillos supieran qué buen negocio es ser honesto, tal vez serían honestos, aunque sea por negocio”.
Trabajemos para ser confiables.