Sergio Massa acaba de embarcarse en una crítica misión que definirá el rumbo de la crisis argentina… y lejos de hacerlo por amor a la Patria, se juega todas las chances a una eventual candidatura presidencial en las próximas elecciones.
Massa nunca ocultó sus ansias presidenciales, por años divagó como oficialista y opositor buscando su oportunidad. Pues bien, la gestión que haga de la crisis actual determinará su futuro político en el mediano y largo plazo.
Pero más allá de las aspiraciones del nuevo superministro, su tarea más inmediata pasará por frenar la escalada inflacionaria (y la consecuente pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores), ajustar fuerte el descontrolado gasto público, acumular reservas y desactivar una bomba monetaria sin precedentes para la historia del país. En un país repleto de desequilibrios, el margen de error del nuevo hombre fuerte es prácticamente cero.
Sin embargo, si su irrupción no acaba de una vez con la crisis interna que viene demoliendo al oficialismo y a la sociedad, entonces nada de lo urgente podrá ser resuelto. Porque la crisis argentina es evidentemente económica, pero anclada fuertemente en los desacuerdos políticos y el descrédito en el que cayó buena parte de la dirigencia.