Más allá de los problemas que abundan en cada aspecto de la estructura económica y financiera argentina, sigue siendo fundamental la falta de confianza que sufre el Estado, un aspecto que impide que se desarrollen soluciones de mediano y largo alcance.
El mercado, que al fin y al cabo ajusta lo que el Gobierno no termina de ajustar, advierte enormes ambigüedades y maniobras aisladas para controlar una crisis cuya inercia aún no conoce frenos.
Falta mucho de todo, pero al fin y al cabo es la desconfianza el obstáculo que imposibilita el ingreso de dólares, o la apuesta al peso argentino para que el Gobierno pueda financiarse ahora y en el futuro.
Porque, es necesario advertirlo, este año habrá un fuerte déficit fiscal que nadie sabe todavía cómo se cubrirá. O cómo se pagarán los fuertes vencimientos de deuda que quedan por delante.
Paralelamente el Gobierno y los argentinos casi en su totalidad, deben lidiar con un flagelo que se lleva por delante cualquier planificación. La inflación parece haber cobrado una dinámica propia que ni el Estado puede moderar.
En el último año el Índice de Precios al Consumidor acumuló una suba cercana al 60%, pero si se observa la dinámica de los primeros cinco meses del año se obtiene que la inflación aumentó a un ritmo anualizado superior al 80%.
Ese problema, además de explicarse en múltiples causas, también se contextualiza en la falta de confianza.
Inflación, pérdida de poder adquisitivo, déficit fiscal, déficit de reservas… El Estado acumula problemas en su estructura económica y financiera, pero si no resuelve primero el déficit de confianza no logrará reunir los recursos necesarios para darle batalla a los otros dramas.