Por: Raúl Esteban Kazibrodiuk
La primera vez que me pilló el cuidador del cementerio, recibí una reprimenda. La segunda vez, tomó una de mis orejas y me arrastró por los pasillos hasta la salida. Ambos vestíamos guardapolvos; él, de color gris desteñido, desprendido totalmente debido a la prominente barriga que ostentaba; yo, el de la escuela, blanco y perfectamente abotonado.
Al llegar, al portal de salida de la necrópolis, mi captor me propinó una patada en el trasero. No fue fuerte pero sí humillante pues, en ese preciso momento, pasaban por allí mis compañeros rumbo a la escuela.
La providencia quiso que también lo hiciera la señorita Nieves -mi maestra- que, al ver la escena, detuvo su flamante Fiat 600 e inmediatamente increpó al cuidador.
Eran épocas en que los maestros gozaban de una gran reverencia social por lo tanto el hombre, antes de refugiarse adentro, se excusó diciendo “¡Qué quiere que haga si todas las semanas se roba las flores de los difuntos!”
Por toda respuesta; la señorita Nieves se acercó; y, el ardor de la oreja, se extendió a todo el rostro. Era éste un rubor que me inculpaba e impedía enfrentar la mirada de mi salvadora. Para colmo, ella, era la destinataria de las flores hurtadas.
-¿Es cierto eso?- preguntó dulcemente. Puchereando, sin separar la vista del suelo, asentí con la cabeza
-¿Sabés que esas flores son muy importantes para mucha gente, no? Tienen que ver con los sentimientos y con el tiempo aprenderás que es lo único realmente importante en la vida.
Volví a asentir con la cabeza. Entonces, ella, con el índice de su delicada mano levantó mi perilla, diciéndome:
-Más que flores en mi escritorio, apreciaría que mejoraras en divisiones. ¿Harías el esfuerzo?
-Sí, señorita- respondí, recuperando el habla.
-¿Prometido?- preguntó extendiéndome la mano para sellar un acuerdo. Luego, como si nada hubiera ocurrido, abrió la puerta del auto y me propuso que la acompañara al colegio.
Subí al carro, triunfal; y, a las pocas cuadras, crucé a algunos de los compañeros que se habían estado riendo de mi situación! Era la gloria!
Esa noche, mientras practicaba divisiones supervisado por mi madre -momento que ella aprovechaba para tejer- me animé a dispararle una pregunta:
-¿Puede un hombre casarse con una mujer más grande?
-¿Mayor, querrás decir? Sí, supongo que si se quieren, sí- respondió distraídamente. Pero, recapacitando y mirándome por sobre las monturas de sus anteojos, con una sonrisa pícara me preguntó:
-¿Por? ¿Te gusta alguna de sexto?
-¡No!-respondí terminante, pero ¡feliz con la respuesta! Y, elevando mis ojitos soñadores, me pregunté qué estaría haciendo en ese momento la señorita Nieves.
En Resistencia, en medio de una barriada, el cementerio, Francisco Solano, dista apenas una cuadra de una escuela pública.
Las actividades del mismo estaban incorporadas a la rutina diaria de los vecinos. Los niños tenían bastante naturalizado esa prolongación del barrio.
El robo de flores para las maestras está inspirado en hechos reales. Una anécdota que me contó una docente jubilada del lugar.
Datos del Autor:
Oriundo de Resistencia, hace 34 años está radicado en Apóstoles. Es comerciante y en sus ratos libres, entre otras actividades, se dedica a escribir. Como miembro del GEA (Grupo de Escritores de Apóstoles) participó en las Antologías de este grupo deos 2015-2016-2017-2018. En el 2017 presentó su primer libro “Cuentos para insomnes” -Ediciones Misioneras y en el 2019 con la misma editora presentó su novela “Contigo estrellas y mucha mujer”. Actualmente publica cuentos y está trabajando en otra novela.