El profesor Guillermo “Willy” Maerker falleció el pasado 28 de marzo, en esta ciudad, que lo cobijó desde su llegada a Misiones. En las redes sociales fueron enormes las muestras de pesar que ocasionó su ausencia, y los recuerdos acuñados en la particular “casa del cerro” fluyeron en los distintos homenajes. Particularmente, de sus exalumnos de la Escuela Normal N°2 en Montecarlo, que supieron frecuentar su hogar.
Su exalumno, Hilarión Benítez, lo quiso recordar con este sentido escrito:
Un joven entrerriano de ojos azules, llegó un día del año 1963 al pequeño pueblo. Con formación sólida en varias disciplinas: historia, filosofía, bellas artes, arquitectura. Seminarista, casi cura… Se dirigió a consultar a un referente, también multidisciplinario, que dirigía el precario hospital y una escuela secundaria, además de otras organizaciones de la comunidad, “una especie de Tata Dios”, según lo dicho por el recién llegado, tiempo después. Así selló su destino en Montecarlo.
Al comienzo vivió en algunas pensiones, luego en alquiler. Durante algún tiempo, junto a otros profesores, doña Gregoria de Benítez les servía el almuerzo en su humilde casa. Educador nato, comenzó sus tareas en la Escuela Normal. Lo recibieron los primeros jóvenes, sedientos de saber, dispuestos a aprender. Se involucró con ellos, con sus familias, sus ilusiones, sus sueños. Viajes fantásticos de poesías y cuentos encantaron a más y más jóvenes con el correr de los años.
Multiplicó los libros. Marcando con ello otro incentivo superador: el interés por la lectura.
Su compromiso con la educación y sus ideales cristianos y solidarios no contaban con la aprobación de algunos, quienes, en complicidad con otros vestidos de verde, en la noche de un día 24 intentaron silenciarlo. Su injusta detención sólo logró potenciar los valores que predicó.
Ya en libertad y habiendo sido despojado de su trabajo, comenzó su propia reconstrucción, habitando en un cerro, su paraíso verde, más lejos de los humanos y más cerca de Dios. María Paula y su pequeña hija Olivia fueron la prolongación de su amor terrenal. Aunque, en el final, ya le costaba recitar “El Zorzalito” o algún poema de Calderón de la Barca, sus ojos azules y las luces de su alma buena seguirán brillando. Descansa en paz, querido profesor Willy Maerker.
Colaboración de su exalumno Hilarión Benítez