“La única cosa importante en la vida son las huellas de amor que dejamos atrás cuando tenemos que dejar las cosas sin preguntar y decir adiós”, escribió el Premio Nobel de la Paz de 1952, Albert Schweitzer. Así fue el paso de Wilfrido Tántera por la Ciudad de las Flores, rincón de la tierra colorada donde llegó casi como una “casualidad” y que eligió como hogar y para descansar por la eternidad.
Tántera nació en Gessler, un pequeño pueblito del departamento San Jerónimo de la provincia de Santa Fe, y siendo muy joven se trasladó a Buenos Aires, la Academia de Artes Pridiliano Pueyrredón lo admitió en calidad de oyente y simultáneamente realizaba los estudios secundarios, además de un trabajo como empleado de banco. Hasta que, luego de recibirse, en 1974, se subió a un tren con rumbo al norte.
El licenciado en Turismo Jorge Rendiche recordó que su primera intención era llegar a San Javier, pero el guarda le dijo que el ferrocarril no llegaba hasta allí, que se baje en Apóstoles diga camino a Posadas. El amigo que lo acompañaba continúo el viaje, él optó por descender en la Capital de la Yerba Mate, donde lo recibió “Estrella” Casares, su amiga de toda la vida y que falleció el año pasado.
Rendiche contó además que Tántera construyó su casa él mismo, igual que su atelier, el taller de esculturas y el parque. “Dicen que su sueño era ‘vivir dentro de una obra de arte’, por eso su casa y parque tienen ese aspecto y el ‘Solar de Tántera’ en realidad, y porque él le puso el nombre, se llama ‘Ytesanaco’, que es un cambalache de letras de San Cayetano, si no mal recuerdo”, dijo.
“Era extremadamente religioso, en su cocina comedor hay una pared con toda una serie de micro ermitas con escaleritas, donde ubicaba imágenes miniatura de una impresionante cantidad de santos y santas. Fanático de las plantas, de las flores en particular, que gustaba regalar a sus amistades, y los perros (a los suyos enterró a cada uno en su casa y les hizo pequeñas lápidas que están pegadas en una pared lateral del atelier)”, confió.
Y disfrutaba de sus cumpleaños, “invitaba a amigos de diferentes ideologías (él era ‘peronista de Perón, de los de antes’), pero reunía a todos, los mezclaba, jamás permitía que se sentaran los matrimonios juntos, sino que muchas veces incluso ubicaba a adversarios juntos; él cocinaba y él servía, dicen que eran memorables esas comidas”, describió Rendiche y opinó que “llevaba la diversión a otro nivel, algunos dirían que era excéntrico, un ejemplo es que solía ir por el medio de la calle Belgrano con su bicicleta roja y pesada y obligaba a todos a desviarlo, a propósito”.
Presente en el recuerdo de los amigos
El escritor Mario Zajaczkowski fue uno de los grandes amigos de Tántera. Su recuerdo está en algunos de sus textos y rememoró que “cuando fui director de Cultura de la Municipalidad me enseñó mucho, fue el primero en convocar a la gente común a las exposiciones pictóricas; era un gestor extraordinario, en su bici recorría las escuelas primarias y secundarias invitando a sus muestras y los chicos asistían con sus maestras o un profesor”.
Y apuntó que “cuando me decidí a emprender esta tarea sacrificada de escritor, seguí sus huellas, sé que debemos ser promotores de nuestro trabajo e ir a hacer conocer nuestra obra”.
“Él vendía sus cuadros a sus amigos en cuotas. Era muy creativo y sabía explotar esa creatividad. Sus obras casi siempre reflejaban su estado de ánimo, en las que retrataba también a sus humildes vecinos del barrio”, describió y trajo al presente una exposición que realizó en Gobernador Virasoro, con flores como temática.
“Un espectáculo de un colorido extraordinario en el que me contó un señor de esa localidad que la perfección era tal que llegó a confundir a los picaflores que ingresaban a la sala y buscaban el néctar en los cuadros. Cierta vez Evelin Rucker publicó un pensamiento que me enseñó muchísimo: ‘Escribir no es explicar la lluvia, sino hacer llover”. Parafraseándola diríamos entonces que ‘pintar no es solamente dibujar coloridamente una flor, sino lograr engañar a los picaflores’”.
Es imposible para Zajaczkowski no esbozar una sonrisa cuando piensa a Willy, como le decían, homenajeando a la gente con vino, pero de damajuana. “Me acuerdo de una vez que con el intendente Edgardo Vera lo acompañamos a la Capital Federal, donde expuso en la Manzana de las Luces y allí no faltó el vino tinto en damajuana”, dijo.
Función social
Sí, muchos fueron los jóvenes que tuvieron oportunidad de disfrutar de las exposiciones de Wilfrido, de acercarse, de buscar sus consejos. Uno de ellos fue el hoy licenciado en Artes Plásticas Mario Rivas. “Lo conocí en el año 90 o 91, en una exposición en el antiguo centro cultural de Apóstoles, al lado del colegio al que asistía, La Inmaculada, estaba en cuarto o quinto año de la secundaria y ya tenía en claro qué iba a estudiar así que aproveché para hablar con él”, confió.
E hizo hincapié en que “me dio un vista bastante clara de lo que es un artista plástico, nosotros cumplimos una función social, no es un mero dibujante que hace sus dibujitos en papel o en otra superficie, o una escultura, sino que evoca a través de su sentir aspectos sociales, no solamente personales”.
Y trajo al presente uno de los cuadros que más lo impactó y que por estos días cobró “vigencia”; se trata de “un retrato de Diego Armando Maradona saliendo de la cruz, renaciendo, lo hizo en la época en que comenzó a saberse de la adicción del jugador, ya considerado un ícono, pero ya con esta problemática que él representó a través de este cuadro. Fue muy impactante”, sostuvo.
Rivas sostuvo que “era un artista que evocaba a través de sus pensamientos, de sus sentimientos cuestiones que tenían que ver con lo social, por ello también es bastante trascendente, poco bastante olvidado, pero sin duda marcó una época, un lugar y a mi criterio uno de los mejores artistas que tuvo la provincia”.
Partir, pero dejando huella
Wilfrido falleció el 25 de julio de 2001, tras una larga enfermedad y lejos de la tierra colorada, sin embargo, tal su deseo, sus restos descansan en la Capital Nacional de la Yerba Mate.
“Lo velaron en el salón más grande la actual Dirección de Cultura y se ubicó sobre su lápida la estatua de San Expedito que él mismo hizo para que cuando muriera (es la primera tumba que se ve a la izquierda cuando se ingresa al cementerio)”, apuntó el licenciado en Turismo Jorge Rendiche y añadió que “en 2006 se inauguró una escultura en piedra arenisca rosa, en la plazoleta frente a la Dirección de Cultura Municipal, en el Día de la Cultura Nacional, con su cara tallada y la plazoleta lleva su nombre”.
Gran parte de su obra puede apreciarse hoy en “El solar de Tantera”, ubicado sobre la calle Comandante Andresito entre las arterias Nélida Puerta de Spinatto y Wilfrido Tántera en el barrio San Martín, allí construyó su casa y taller, que denominó Ytenasanaco, e inauguró para celebrar sus 45 años con el arte y 25 años de residencia en Apóstoles.La propiedad fue cedida por contrato en comodato a la Municipalidad local, junto con un inventario de obras variadas.
“La bicicleta de Willy”
“Andará por aquellas nubes con dibujos arabescos, por esas nubes que asemejan trajes de bahianas, imágenes en nubes de una Quito que una vez se adueñó de su bicicleta y de su gorra, su nostalgiosa y taciturna figura, andará por las capillas del Paraguay escuchando el repicar de campanas para plasmar luego en la tela con el movimiento mágico de su mano, estará entre los Ángeles, los mismos que hicieron alas nuevas para internarse en este mundo de los humanos e informar a los mortales de su existencia, y el Diego y la Cruz y los santos y la bicicleta que siempre cumplía el fin del recorrido en la calle Andresito, allá en al borde del barrio San Martín donde hizo el horno, la cocina, el atelier, plantó las rosas y los manzanos, se adueñó de la arcilla, de la piedra, del ladrillo y del cemento y con el mismo idioma que manejó el metro, el nivel y el fratacho combinó los colores para concretar metáforas.
La palabra imposible no existió en su diccionario y en esa casa inmensa que la hizo a su manera llenó de música el campo, la siesta y las mañanas y en las noches las estrellas se adueñaron de esa soledad cristalizada a su modo y a sus sueños, a su terquedad, a su paciencia, a sus desplantes, a la hora sagrada de la misa o de abrir la puerta para festejar su cumpleaños.
Era octubre en el mundo y en Apóstoles ese día descansaba la bicicleta y su dueño era feliz con quienes compartían la mesa, el pan, la sidra, el vino. Y siempre las exposiciones y los viajes.
Su bicicleta anda y se confunde con el colorido de la ropa de los gurises de la canchita…”, Mario Zajaczkowski