“Estaba un poco agobiada de la vida que llevaba en Argentina, necesitaba un cambio, sentía que necesitaba desconectar un poco y conocer otro tipo de realidades”, manifestó la psicóloga Andrea Clarisa Ramírez Slobinsky (32), radicada desde 2019 en Barcelona, al explicar los motivos que la llevaron a alejarse de su Misiones natal.
Poco antes de tomar semejante decisión, se había recibido de psicóloga en la Universidad de la Cuenca del Plata (UCP), sede Posadas, y comenzó con la atención de pacientes en consultorio. También se desempeñaba como agente de la administración pública provincial, estaba dando sus primeros pasos en la política, sin descuidar sus ganas de incursionar en la docencia, de crecer, progresar. “Estaba haciendo adscripciones en las diferentes cátedras de la universidad en la que me recibí. En ese momento alquilaba un piso y tenía un buen vivir. Pero sentía que era una presión constante el hecho de tener que trabajar todo el tiempo, sin parar, de lunes a sábado, para poder generar más dinero, más ingresos, y así poder tener una vida relativamente estable. Era muy difícil”, comentó a la distancia, la joven, que habita junto a su pareja, “en un lugar maravilloso, muy cerca de Alicante”.
Agregó que, en ese momento, era propietaria de un Fiat 147, “que me costó muchísimo poder comprar, y adquirir una casa o un coche 0 kilómetro era prácticamente imposible en ese tiempo. Además, con 28 años, y por el hecho de ser hermana mayor, también tenía ciertas obligaciones, de tener que ir cerrando etapas, no solamente por la familia, sino también a nivel social. Quizás sea algo que me lo impuse yo, no lo sé. Pero eso estaba en mi cabeza. Me empezaba a agobiar y necesitaba un cambio”.
Pero de acuerdo a su relato, siempre estuvo interesada en conocer otro tipo de culturas y saber qué era básicamente Europa, a lo que veía como algo muy lejano. “Me parecía un viaje, por los recursos económicos, imposible de realizar. Pero Coty, que es una de mis mejores amigas, me propuso a mí, y a otra amiga, Tanya, a realizar un viaje con un visado de trabajo. Como no tengo ciudadanía europea, nos postulamos con un visado de trabajo a Irlanda, aunque no pensábamos que, realmente, iba a salir”. Cumplimentaron toda la documentación que había que gestionar, “pero no pensamos que iba a salir porque éramos tres y teníamos que coincidir para poder viajar. Y, al final, salió”.
Ramírez Slobinsky sostuvo que, más allá de los trámites, resultó difícil “porque a nivel social a la gente le chocaba que, con la estabilidad laboral, de pareja y, relativamente, emocional, que tenía en ese momento, dejara todo para irme a la nada misma. Además, me causaba incertidumbre porque no hablo inglés y la pregunta que me hacía era ¿qué haré en Irlanda? Pero me respondía: lo tengo que hacer, es una oportunidad, y por algo suceden estas cosas. La situación generó una especie de crisis, pero considero que toda crisis es un fenómeno necesario para que una pueda evolucionar. De hecho, tenemos el resultado de la evolución de nuestros padres y de la gente que está alrededor”.
Fue así que “decidí enfrentar ese miedo, obviamente que tuve mucho. Decía, dejo todo y si ¿después, cuando regreso, no tengo nada? Es que tenía que abandonar el trabajo, el consultorio, y lo poco que había ido comprando, como una heladera, que adquirí con la venta de ropas en el garage”.
Pero, sin dudas, y mirando hacia atrás, aseguró que “fue una de las mejores experiencias vividas, única, fue un riesgo pero que lo volvería a repetir. Llegué a Irlanda en 2018, sin saber inglés. Ahora no lo hablo, pero entiendo, fue una experiencia que también me enseñó a escuchar. Cuando estuve en Irlanda me di cuenta de la buena vida que podía tener la gente con un trabajo, de lo que sea. Estoy hablando como niñera, como camarera, o en una fábrica de comidas, porque esas son las tareas que uno como latino, cuando llega a este mundo -porque Europa es otra realidad- está expuesto a desarrollar porque con la profesión es muy difícil desenvolverte ya que es necesario validar el título, y otras cuestiones”.
Comentó que, como psicóloga, su trabajo se basa en la escucha y en las palabras y que “desde ese lugar no podía hacer nada”. Entonces cuidó chicos durante un año y luego hizo horas en una fábrica de comidas. “No fue duro. En Irlanda trabajaba como niñera, de lunes a viernes, de 11 a 18, y ganaba al mes 1.200 euros que me alcanzaban para vivir en el alquiler que estaba con mis amigas, para comer y para viajar. En diciembre hicimos con ellas un viaje que duró quince días, y en el que conocimos cinco países. Y fue increíble”.
Creo que es conveniente vivir la experiencia durante un año, que pasa muy rápido, y realmente no hay grandes cambios, de donde te vas. Creo que los grandes cambios se van a producir a nivel personal, porque venís con otra perspectiva, y aprendés a valorar otras cuestiones que estando en esa zona de confort, no las tenías en cuenta”.
Al concluir su visado de trabajo, decidió ir de vacaciones, y visitar a su prima Erica, que estaba en Barcelona. “Cuando llegué fue un golpe de realidad terrible porque me encontré con una diversidad cultural que es magnífica, donde aprendés todo tipo de culturas, te relacionás con gente de África, de Marruecos, argentinos, chilenos, colombianos, y la verdad es que quería quedarme porque sentía que me aportaba un montón a nivel personal”. Empecé a averiguar respecto al visado de estudiante y una vez obtenido, “me quedé e hice un posgrado sobre Infancia y Adolescencia, en la Universidad de Barcelona”.
Cuatro años para el reencuentro
Después de la pandemia, en España la situación económica “se complicó un poco, pero, así y todo, con el sueldo base de 900 euros -depende de cada ciudad autónoma-, se puede vivir con tranquilidad. Decidí quedarme aquí, por eso. Es difícil la decisión porque los trámites de documentación son muy difíciles, y la familia está muy lejos. Tuve la ventaja y la suerte de tener a mi lado a mi prima, que estaba en Barcelona, que es como mi hermana y una de mis mejores amigas. Muchas veces estaba sin trabajar y necesitaba dinero, y ella me lo facilitó”. También recibió contención. Es que cuando se fue de Posadas, en 2018, no se había despedido de los suyos porque “no pensaba irme para no volver. Y era muy duro. Quería ir a ver a mi familia y contarle todo esto. Por cuestiones de papeles no podía hacerlo y, luego, por cuestiones de COVID, la despedida con mi madre, Clarisa, y con mi padre, Carlos, se prolongó por casi cuatro años”. Recién en enero de 2022 pudo regresar a la Argentina por un término de quince días y pudo abrazar a los suyos. “Fue un encuentro maravilloso, lleno de amor, básicamente. Es que fue difícil dejar a mi abuela, de 83, que es una persona súper importante en mi vida o a mi hermano Benjamín (4), del que siento, me estoy perdiendo su crecimiento, además de no estar en toda fiesta familiar, porque cada cultura es diferente”.
No me arrepiento de cada decisión, y cada decisión valió la pena porque en el crecimiento personal que tuve también lo tuvo mi familia. Mi consejo es que la gente que esté pensando en hacer algo de este tipo, que lo intente. Y que después saque sus conclusiones. Entiendo que en la vida nada es color de rosa, pero estamos acostumbrados a hacer muchos sacrificios y no hay que pensar que, por hacer este tipo de sacrificios, es un fracaso. Por el contrario, muchas veces estos sacrificios, nos empujan a buscar nuevas respuestas y nuevos panoramas. Lo que quiero es que la gente sepa que hay otras posibilidades”, sintetizó.
A su entender, los argentinos “somos de grandes fiestas, y mi familia es muy familiera, entonces siempre hay mucha gente. Y eso se extraña casi como al asado y al locro. Pero todo sacrificio tiene sus ventajas a largo plazo, es lo que yo pensaba y pienso. Y por eso decido hacer todo lo que haga falta para quedarme y que, en un futuro, más allá del dolor que pasé, tendré los beneficios. Trabajo en una empresa privada de software durante siete horas -por el COVID hago teletrabajo- y eso me permite vivir tranquila, ahorrar, poder ir a Argentina, volver, incluso salir de vacaciones en agosto (receso de verano). Me gustaría regresar a mi país con mayor frecuencia, pero los pasajes son carísimos y se hace difícil realmente”. Mientras tanto, “me estoy poniendo en campaña para poder gestionar la validación de mi título. Decidí quedarme por la forma de vida, por la posibilidad económica, de seguridad y tranquilidad mental, sobre todo”.
Eso no quiere decir que “cierro las puertas de poder volver en algún momento, tengo mi camiseta argentina, y en cada fiesta nacional, me pongo la escarapela, porque Argentina es mi lugar. Cada vez que hablo de mi patria, me emociono, porque es lo que una amó y donde una se crió. Adaptarme a otro país, a otra cultura, a otro tipo de personas, es difícil porque a los vínculos hay que construirlos todos de nuevo. Como que lo que uno viene esforzándose en lograr desde pequeño, acá lo tenés que volver a construir, por lo que es bastante complejo y difícil. Estoy hablando desde lo laboral, de estudios, de amistad, o el amor”, reflexionó Ramírez Slobinsky.
Alentó a vivir la experiencia
A las personas que tengan ganas de vivir esta experiencia, la psicóloga misionera la recomendó al 100% “porque es una experiencia única, que vale la pena. Hubo gente que me consultó y a la que le expliqué como fue mi vida. No es para todos, hay que tener mucha fuerza de voluntad, y ser fuerte. Pero también es la elección de lo que uno quiere para su futuro. Es muy personal, pero lo recomiendo y que viva esa experiencia al menos durante un año”.
La fuerza que tuve para luchar y seguir adelante con todo esto, me la dieron las mujeres de mi familia: mis abuelas: Lucha y Mikey; mi madrina, Susana, y mi mamá, Clarisa. Ellas fueron mi ejemplo a seguir en todas las decisiones que tomé hasta ahora. Y muchas cosas se lo debo a ellas”.
Al principio, “sentía que me iba a ir por un año y que cuando iba a volver, lo iba a hacer como en banca rota y no iba a tener adonde caer muerta. Pero por suerte tuve el apoyo de mi mamá, Clarisa, que fue incondicional, que me dijo que no me preocupara, que eso no iba a pasar. Y también tenía el apoyo de mi abuela Erica (Mikey) que, entre llanto y llanto, una mañana escuchó mis miedos y me dijo que el plato de comida nunca me iba a faltar”.
Para la joven, la latina “es gente muy guerrillera y está acostumbrada a sobrevivir constantemente, entonces, irte por un año, y luego volver, no es que se desmonta todo. Me fui y volví casi a los cuatro años, y me encontré con una Posadas que, en parte, evolucionó, pero a nivel económico -hago mucho hincapié en esto porque con el dinero se construyen muchas cosas y es motivo de mucho estrés emocional en las personas-, sentí que estaban en la misma que cuando me fui hace cuatro años”.
Siempre valoré mucho a mi familia. El vínculo que tengo con mis hermanos y mis padres es incondicional. Nunca me faltaron, y para ellos fue muy difícil que me fuera, igual que para mí, pero creo que para ellos fue más difícil. sé que los padres quieren, de corazón, lo mejor para los hijos”.
En la ciudad, se encontró con amigas que “evolucionaron en un montón de cosas, pero no las podía ver tranquilas. En las largas conversaciones me demostraron que, a pesar de ser profesionales y tener hasta tres trabajos, deben estar peleándola constantemente para salir adelante”.