Irremediablemente marchamos hacia otro año inflacionario récord, de esos que obligan a recordar décadas o lustros que creímos dejar atrás.
Las decisiones que se tomaron hasta el momento, una suerte de déjà vu de otros períodos fracasados, y las que van surgiendo sobre la marcha, como poner tal o cual secretaría bajo la órbita de tal o cual ministerio no son otra cosa más que partes de un todo cada vez más fragmentado.
La visceralidad con la que ciertos dirigentes manejan las cuestiones del Estado sorprende por su intensidad y carencia de empatía.
Detrás de esas decisiones, y de esos dirigentes, hay millones de argentinos… familias completas a las que a diario se les roba la posibilidad de pasarla un poco mejor.
Pero es evidente que nos les interesa y que, en todo caso, están más inmersos en esas internas que definen las candidaturas para el próximo período.
Algunos gobiernan pensando en la reelección, otros sólo piensan en volver. Casi ninguno busca el bien común.
La ideología va y viene de acuerdo a lo que indiquen las encuestas y así llegamos a este estado de las cosas.
Argentina está a poco de entrar en el top cinco de países con mayor inflación, un “logro” que deja desnudos a los últimos gobiernos. Todos, de una u otra forma, contribuyeron a este presente.
Venezuela, Sudán y Zimbawe son algunos de los países por delante de Argentina. Pero la performance del país y de muchos de sus dirigentes hace méritos para entrar en esa lista.
Algunos de esos países que hoy superan los índices inflacionarios de Argentina padecen guerras, inseguridad alimentaria y/o sistemas represivos.
Argentina, en cambio, viene padeciendo a dirigentes más propensos a fortalecerse a ellos mismos en beneficio de pocos.
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